El Real Valladolid Promesas visita este sábado San Lázaro, un campo rodeado de mística, que Ronaldo convirtió en selva con su galopar, en el mejor gol, el más original, que jamás hizo

Quiero recordar aquel gol como recuerdo el fútbol en mi infancia; tumbado, boca abajo, a lo ancho de la cama, acompañando a mi abuelo cada noche de sábado. Al lado la Telegaita, narración de goles, indómitos algunos, mientras ‘Pichi’ se ríe con la pronunciación de algunos nombres. En mi subconsciente, Van Gaal siempre será Fan Jaal, y Cocu un Coquí que iba siempre precedido de un «dalle» y que siempre hizo reír a mis compañeros.
Aunque aquel «dalle Cocu» [«dale con el culo»] de mi abuelo vino más tarde. Después de aquella estampida de manada de bisontes, que seguramente es como definiría el maestro Galeano aquel tanto si tuviera a bien resucitar y volver a iluminarnos con esa forma tan suya de convertir en arte el fútbol sin jugarlo, ‘simplemente’ sentipensando.
Lo recuerdo recién levantado como si lo acabara de soñar; al lado Mauro, aquel chico de Moaña del que Pasarón decía que no era para tanto, lo mismo que dijo de Canabal o Diego Castro, o también de un tal Casillas que perdía en la comparación con Sergio Aragoneses, por más que viniera de jugar en Champions.
Lo recuerdo como hay que recordar, con media sonrisa melancólica, porque ya no vuelve, pero feliz.
El no tan gordito Ronaldo agarró el balón en su mitad de campo. Y arrancó. Le dio igual que alguno le agarrara, aguantó la tarascada. Como si la manada encontrara a una de tigres o leones, de repente se frenó, casi en señal de reto. Pero fue un señuelo. Aquí no me detengo. El gol es mi meta. Y aunque aparecieron varios defensores más, la cruzó el balón. Y aquello puso en pie al estadio, a periodistas, a la gente en sus casas y hasta a los muertos en el cementerio habría levantado si tuvieran televisión.
Nunca Ronaldo fue tan bueno. Duele decirlo; duele pensarlo. Jamás asombró así al mundo, viva imagen de Pelé, decían. Fue tan bueno que solo un año después quisieron prohibirlo, y esto es verdad, porque los jugadores que salían en el recorrido de la cámara sentían su orgullo herido, humillación en un anuncio de la marca que vestía al brasilero, y lo denunciaron. Como queriendo acabar con lo que hoy son vestigios de lo que pudo ser y no fue.
Recuerdo que aquello me transformó. Yo, que me sabía de corrido lo de las «mocitas madrileñas» siendo más crío, me cambié de chaqueta por Guardiola, aunque jamás vestí una camiseta suya. De Ronaldo, en cambio, las tuve ‘piratas’: todas blancas, con un estampado en el pecho, como de mercadillo. Todavía me detengo a veces en el lugar donde estaba aquella tienda, hoy de ropa para niños…
Recuerdo que un tipo del Madrid amagó con echarme a su rottweiler encima por aquella afrenta. Él, que vestía camisas de la marca de la raza de su perro, horteras, más todavía que lo que yo vestía. Y que aquel amor fue más efímero que el que profesé por algunas mujeres; culo veo culo quiero –es un dicho, no se me enfaden–. Pero que conste que la culpa fue suya, que se marchó.
Se fue y le castigó la vida –cayendo– como a otros de mis ídolos, con pies de barro algunos. Yo nunca lo deseé, ni siquiera en mi infancia, ni siquiera ós do Celta. Cada rotura suya me dolió como propia; yo y esa maldita empatía con quien, como yo, destroza las piernas jugando. Me lastimaba ver al mejor caído, quedándose a medio camino entre Ronaldo y la leyenda, siendo ‘solo’ el mejor delantero que jamás hemos visto.
Pasará la vida y creo que jamás olvidaré su gol en San Lázaro. Todavía lo siento a veces, mientras escribo estas líneas, con esa sensación que deja ella cuando se levanta y te quedan a ti todavía cinco minutos más entre las sábanas. Un galope intenso que es trote suave para la memoria y el corazón. El beso en los primeros días de una relación. Alegría indescriptible; en fin, felicidad.
Y pienso que echo de menos aquello. El fútbol con mi abuelo, ir a Pasarón y decir que «no es para tanto» un tipo que en realidad sí lo es. A muchas de esas mujeres de paso efímero en mi vida. Sobre todo a ‘Pichi’, y que Galeano cuente el fútbol como lo hacía. Ojalá allende esta vida le dejaran hacerlo… Y recuerdo aquello, aquel gol de Ronaldo en San Lázaro, convertido en una manada de bisontes, como lo que fue: una parte de mi infancia. Tan buena que quisieron prohibirla.
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