El Real Valladolid demuestra mayor capacidad que un Bilbao Athletic de talento inconstante, aún inmaduro para la Liga Adelante
-¿Qué es un partido de Segunda?
Aquel que se juega en la división inmediatamente inferior a la élite, respondió.
-Sí, obvio, pero, ¿sólo eso?
Mmm… Musitó, casi enmudecido por la amplitud de la pregunta.
-Un partido de Segunda es aquel que, para ganarlo, no sólo se requiere calidad, fortuna, efectividad. También, un grado enorme, muy probablemente en mayor proporción que las anteriores condiciones, de oficio. De inteligencia.
Como el del Real Valladolid en San Mamés, supongo.
-Y como el que no hizo el Bilbao Athletic, añado.
El Real Valladolid sumó el quinto partido seguido sin encajar y anotó en una de las pocas ocasiones claras de gol que tuvo. Fueron 15 minutos de desenfreno futbolístico, de un total de 95’. El resto se catalogaron así: primera media hora de ligera superioridad rojiblanca, más posicional que tangible y más bisoña que alarmante; segundo tiempo de frustración y descontrol bilbaíno –fruto, en parte, de la inexperiencia de los jugadores de Ziganda–, y de control y paciencia de los blanquivioleta. Dominio de los tiempos, sin luces pero sin el repliegue del que busca soportar el chaparrón. De Segunda.
Antes del segundo tiempo, sucedieron varias cosas. La primera es que el Bilbao Athletic, alumbrado por la fama de “jugones que hacen todo bien menos ganar”, saltó con un bloque alto para robar pronto y enhebrar su fútbol de combinación y acumulación de jugadores en las acciones ofensivas.
Su tarea comenzó, entonces, a revelarse indudable: movían la pelota de una banda a otra, mientras Aketxe, Undabarrena y Unai López volaban por dentro, y lanzaban centros laterales a la espera de que Santamaría cazara alguno.
En un 5-3-2, el carrilero diestro Etxeberría adquirió una preponderancia clave, ya que suyo era el papel de ser el más profundo por su banda y el más ancho. Los borbotones ofensivos de los katxorros nacieron generalmente de sus botas y de su lado.
Ya fuera estando o apareciendo, una de las premisas de la pizarra de Ziganda fue que los balones que salieran del flanco de Etxeberría conectaran con los numerosos integrantes rojiblancos que cargaban el área. Por otro lado, fiaban al sistema de tres centrales la función de vigilar los espacios desguarnecidos por tanto jugador en tres cuartos.
Cumplieron más que correctamente, hasta que después de varios avisos por fuera del Valladolid, surgió una triangulación en el pico del área que finalizó Roger con su primer gol en su segunda etapa pucelana. Hasta entonces, los blanquivioletas habían intentado salir rápido tras el robo, y hacerlo a través de progresiones exteriores, pues por dentro la conexión entre los mediocentros Borja y Leão y Rennella y Roger no había sido demasiado prolífica.
Desde el gol, en cambio, ocurrieron los mejores minutos del Valladolid, en los que encontró la constancia ofensiva y el tino combinativo, además de una buena explotación de los espacios, que comenzó a hacer sufrir y descolocarse al Bilbao Athletic.
Liberaron todas sus facetas. Imprimieron verticalidad y velocidad en las bandas, en las que, sobre todo en la derecha, se advirtió una interesante afinidad entre Villar, Roger y Rennella. Sus pivotes, con André Leão más suelto que Borja, asumieron un protagonismo mayor, y la defensa estuvo atenta a los posibles contragolpes locales.
Tiempo de control y de un cambio de sistema
El Valladolid pudo ‘matar’ el encuentro, aunque no lo hizo de la forma más efectiva posible. No en forma de otro gol, sino, en la segunda mitad, evitando que el Bilbao Ahletic se reencontrara después del golpe de moral que supuso el tanto de Roger.
Ziganda, tras el descanso, viró el 5-3-2 a un 4-4-2 en el que retiró a un delantero por otro –Santamaría por Villalibre– y al lateral izquierdo Saborit por el extremo Seguín. En esencia, restituyó una defensa de cuatro, con Etxeberría, entonces, en la banda izquierda, y Ramalho, en la derecha.
El partido ingresó en un periodo en el que nada parecía acontecer mientras el tiempo agotaba a los bilbaínos y avalaba el mayor rodaje pucelano.
Al final, fue un partido de Segunda, que el Real Valladolid tendrá que saber manejar hasta el final del campeonato si quiere abandonarlo. Algo que, de acuerdo a lo que ocurrido en San Mamés, parece más posible que antes.