La mejoría del Real Valladolid Promesas ha venido ligada a ciertas variantes implementadas por su técnico, que han dotado al filial de mayor equilibrio y, en el fondo, de mayor competitividad

Si hay algo que sin duda ha caracterizado al cuerpo técnico del Real Valladolid Promesas durante los últimos meses es la perseverancia. No cabe menos, habrá quien piense; quedaba –y queda– mucho para terminar la campaña. Pero lejos de abstraerse en su burbuja, de convertirse en algo así como un búnker, han insistido en ganarse al vestuario, sabedores de que la mejora partía de eso.
No es que contaran con la oposición de los jugadores. Es que el cambio de entrenador fue algo traumático. Encantado con Rubén Albés, al vestuario le costó algo hacerse a Borja Jiménez. No exactamente por el abulense; simplemente por eso, porque venían trabajando a gusto con el hoy segundo entrenador de Miguel Ángel Portugal.
Quizá ayudó, también, que Jiménez siempre ha defendido a sus pupilos. Que nunca les ha señalado públicamente con sus actos, ni siquiera cuando el cariño brindado no encontró la respuesta idónea –que alguna vez ha pasado–. No cabe ningún género de duda de que, en este sinuoso camino, además, habrán sido de gran ayuda los colaboradores del director técnico.
Después de una transición quizá lenta y seguro dolorosa, pues los resultados durante un tiempo fueron bastante malos, parece que ya llueve menos. Siempre que llueve escampa, dicen, y el filial se encuentra ya con siete puntos de renta sobre el descenso, definitivamente adaptado a lo que su entrenador quiere.
El equilibrio trajo la felicidad
La perseverancia mal entendida acostumbra a derivar en cabezonería. No ha sido este el caso. La insistencia bien entendida ha venido de la mano de un intento de voltear la mala situación deportiva a través de un cambio táctico, a la postre definitivo para cambiar la dinámica. Si antes el equipo se deshacía por la falta de dominio en el centro del campo, el ajuste salido de Borja ha ayudado a que ahora este mande.
En los primeros meses de competición a Renzo Zambrano se le intuyeron las condiciones técnicas que llevaron a la dirección deportiva a apostar por él. Sin embargo, las mostraba solo liberado, con espacios.
Y en una categoría dura como es la Segunda División B rara vez los encontraba. A mayores, pese a sus intentos, no terminaba de ser el volante mixto que el equipo requería, y no solo no era capaz de mostrar jerarquía con el balón, sino que sufría en demasía sin él.
Detectado el problema, había que poner solución. Lo fácil podía parecer sentar al venezolano, pero Jiménez, sabedor de cuánto podía aportar, rehusó hacerlo. Máxime cuando los eventuales sustitutos, por hache o por be, no parecían adecuados para cumplir con esa labor de sujetar junto a Anuar el centro del campo y, a la vez, crear.
Las características de Mario Robles y la desconexión de otros desaconsejaron seguir apostando por el mismo dibujo. Para dominar de verdad, y potenciar las condiciones grupales, lo mejor era meter otro centrocampista, aunque con ello se renunciara al conocido dibujo con dos delanteros, que, en el fondo, no solo no ganaba por aplastamiento, sino que partía y hacía sufrir al equipo en labores defensivas.
Como si se sometiera a procesos químicos, el Real Valladolid Promesas pasó de ser etéreo, incorpóreo, gaseoso, a convertirse en líquido por el dibujo –a caballo entre el 4-3-3 y el 4-2-3-1– y, por derivación, en sólido. Experimentó con ello en Mareo introduciendo a Mario Robles junto a Anuar y el filial ganó por cero a dos a su homólogo del Sporting. Pudo dar marcha atrás tras las derrotas ante el Pontevedra y en el Manuel Candocia. Pero no cejó en el empeño; tenía que salir.
Y salió.
Confirmó Borja Jiménez en rueda de prensa el pasado fin de semana, tras ganar por tres a uno al Cacereño, que la derrota ante el Somozas supuso un punto de inflexión. Desde entonces, y con la comentada modificación táctica, en lo que va de 2016, el filial no conoce la derrota y se encuentra en su mejor momento del curso, tras sumar once puntos sobre quince.
El Promesas es hoy un equipo equilibrado que ha aprendido a manejar varios registros; uno más voraz y presionante o expectante si se tercia pero siempre contragolpeador, como demostró ser en Guijuelo, u otro más dominador del esférico, capaz de dar salida al balón en estático y, sobre todo, de ser dinámico una vez supera la franja ancha.
En todo caso, el filial ya compite; ha crecido. Se ha transformado de mano de un técnico que ha sabido adaptarse, aunque costara, otra vez a un contexto profesional, tras empezar la temporada dirigiendo al Cadete Regional. Junto a un entrenador metódico, estudioso, cercano y cariñoso con sus jugadores, que ha sido capaz de persistir y de cambiar según las necesidades para encaminarse, por fin, hacia la salvación.
Establecido el techo momentáneo en el último encuentro, la intención clara será la de seguir creciendo. A partir de la suma de tres nuevas piezas agregadas en el recientemente cerrado mercado invernal y de seguir potenciando aquello que el Real Valladolid Promesas bien sabe hacer: mostrarse expeditivo en defensa y volar, sobre todo volar a partir de superar la mitad de campo.