El Real Valladolid se enfrentó a otro escenario de poco espacio y mucho contacto, donde con poco oxígeno se hace pequeño
Hay un tipo de partido que al Real Valladolid nunca se le ha dado bien. Como cuando uno entra en una discoteca saturada de gente y se ve obligado a aprovechar la copa que acompañaba el ticket de entrada, pero lo único que desea es terminarla para salir de ahí, asfixiado por el sudor ajeno y salpicado de alcohol y codazos normalmente involuntarios.
En esos contextos, los blanquivioletas no saben desenvolverse. Y prefieren alzar el brazo lo que su alrededor les permita para beber y huir entre resoplidos de alivio y un axioma, “aquí no volvemos”, que se diluirá en una promesa falsa porque siempre se termina por volver. Al menos en Segunda. Y, sin duda, en Alcorcón.
Al Valladolid le va más un amplio salón de baile, en el que a ratos se permite piruetas imposibles si hay metros para ejecutarlas. En Santo Domingo, sonaba por los altavoces saturados y estropeados música heavy, señal de lo que significa ese campo: sudor, saltos, fatiga, contacto y supervivencia.
En el partido no hubo apenas espacios, lo que modeló gran parte del motivo por el que el Real Valladolid no mostró ni un reducido halo del rendimiento ante el Córdoba. Sin control de la medular, en la que la baja de Álvaro Rubio obligó a Portugal a apostar por Pedro Tiba, junto a Leão, los pucelanos exageraron en la tendencia por exteriorizar su caudal ofensivo, sobre todo en el primer tiempo.
Es cierto que el Valladolid gozó de más balón en el primer acto que en un segundo bastante más pobre y sumiso. E hizo de su lado izquierdo de la fase ofensiva el fuerte: Hermoso subía metros para hacer la cobertura a Mojica, quien intentaba trazar triangulaciones con Rodri y Del Moral, ambos tendentes a caer a esa banda. De esa manera, arrastrando a sus marcas, podrían ampliar los huecos para que Villar, desasistido y desapercibido, apareciera sólo para embocar algún centro lateral.
Esa era la idea con Rodri sobre el campo y dos pivotes, en especial Tiba, perdidos. No sirvió para materializar oportunidades de gol, aunque sí para apaciguar la buena disposición inicial del Alcorcón de Muñíz.
Sin embargo, el principio del Real Valladolid emerge de su medular y el fin de sus punzadas por las bandas. Sólo hubo un poco de las segundas, pero no fueron punzadas sino caricias bien paralizadas por la defensa alcorconera.
Insa y Djené, símbolo de la naturaleza alfarera
Dos figuras representaron la manera de minimizar al Real Valladolid. Insa fue el eje que suspendió el juego elaborado de los pucelanos por los pasillos interiores.
En un 4-1-4-1, el mediocentro alfarero se dispuso por delante de Fausto, pivote central, para tener más espacio y dar rienda suelta a su capacidad de correr.
Irreductible frente al cansancio, Insa no dejó libre ni a Leão ni a Tiba en la fase de salida posicional de los blanquivioletas. Y, en el segundo tiempo, cuando el Alcorcón fue dominador durante los primeros 30’, fue el principal organizador de juego.
Así, Tiba, gestor del primer pase, estuvo siempre vigilado o por un pivote o por los dos delanteros, David y Máyor; y Leão, por el otro mediocentro libre, de manera que los pucelanos eligieron desplazamientos largos que solía neutralizar el bloque local.
Además, cuando el Valladolid progresaba por el flanco de Mojica, el Alcorcón emprendía un movimiento táctico para igualar fuerzas con el extremo colombiano. Vega, lateral derecho, dejaba el 1×1 con el cafetero para Djené, central. Esta permuta entre ambos facilitaba el fracaso de Mojica en los duelos, vista la vigorosidad y rapidez del togolés.
Roger y Renella para correr
En la segunda mitad, con un partido en el que el Valladolid se había rendido a la evidencia de su inferioridad posicional en el centro del campo, Miguel Ángel Portugal fue moviendo piezas para virar su idea al contragolpe en un 4-4-2.
Si no hay espacios, los inventamos.
Del Moral, menos activo que en la anterior jornada, dejó su puesto a Rennella, mientras que Rodri, romo en generación ofensiva, cedió su ‘9’ a Roger.
El Pucela atravesó varias fases de cierta zozobra, sobre todo cuando el Alcorcón atacaba a la espalda de Mario Hermoso. El lateral zurdo, montaña rusa, intercambió acciones de un plausible acierto técnico con otras de una ignorancia táctica preocupante.
No en vano, el Real Valladolid aguantó aquel empuje e incluso lo revertió dado el ‘redebut’, también, de Borja Fernández. El gallego hizo en los 15’ que jugó más que Tiba hasta entonces. Conectó varios envíos ‘enroscados’ con Roger que ocasionaron peligro y colaboró a que los castellanos se desprendieran, en parte, de la intensidad del Alcorcón.
Los pucelanos tuvieron en la cabeza de Roger la última y más cercana oportunidad de marcar. Habría sido demasiado premio para un partido en el que no fueron a bailar, sino a terminarse lo más rápido posible la copa y salir de ahí, apalabrando no regresar.