La marcha de Timor y la vuelta de Borja prácticamente se dan la mano y, pese a la extrañeza que pueda provocar, tiene sentido y puede resultar beneficiosa

Con sus últimos movimientos en el mercado, el Real Valladolid ha cambiado a un rey espartano por un brazalete sin capitán. La marcha de David Timor al Leganés y el retorno de Borja Fernández se dan prácticamente la mano en el tiempo; se han producido en poco más de veinticuatro horas. Y aunque de buenas a primeras pueda provocar cierta extrañeza, si uno piensa en frío, tiene sentido.
‘El Espartano’ era un Leónidas fuera de sitio, lejos de representar la fiereza del citado rey en el desfiladero de las Termópilas, o mejor aún, una Esparta bajo su mando, ha venido haciendo honor a la ranchera escrita por José Alfredo Jiménez.
En su año y medio en Valladolid no ha tenido trono ni reina, ni Rubi que le comprendiera, como quizás sí hizo Garitano, quien, empero apenas duró. Continuaba la letra «pero sigo siendo el rey»; a estos efectos, seguía –sigue– siendo el mismo tipo de jugador, de difícil encaje para Portugal, dado que su perfil rara avis –físico, mixto, difícil de encuadrar como especialista defensivo e incapaz de llevar el peso del juego o de pisar área con la regularidad que se esperaba, quería, demandaba o, incluso, innecesaria–.
Borja, en cambio, viene a ser un capitán sin brazalete, o puede serlo. Conoce la casa y, pese a los cambios, a buen seguro se moverá como pez en el agua, aun siendo nuevo, y a pesar de que en el vestidor de su época solo siguen Álvaro Rubio y Baraja, este ya como asistente, se prevé que tenga ascendencia, pues tiene experiencia y está bien valorado, dentro de la entidad y en un sector de la afición (favor con el que además, seamos honestos, Timor no contaba).
Aunque definido en unos términos semejantes, seguramente su rol vaya a estar más claro. Viene a sumar, seguramente desde un plano secundario, el que se esperaba o cabía esperar de un Timor que pretendía ser más protagonista. Sin que ello implique ir contra la profesionalidad del valenciano: quizá sea mejor así, que el espacio lo ocupe alguien capaz de asimilar mejor dónde va a estar, aunque anhele igualmente jugar.
Si bien no han trascendido cifras de salarios, como es habitual, no sería extraño además que el cambio convenga desde un punto de vista económico. Pensando en lo que ya ha venido –Rennella– y en lo que quizá esté por venir –un central y a lo mejor Roger–, es posible que la operación encaje en mayor medida si cabe que la deportiva, dados los condicionantes varios de ambos movimientos.
En su primera sesión de entrenamiento se ha visto a Borja falto de ritmo, mientras que Timor estaba más rodado. Y no hay que obviar que entre ambos hay ocho años de diferencia. Sin embargo, el gallego mostró un buen tono físico en un pasado cercano, en Eibar, por lo que se espera que apure la forma.
Y además, el antiguo-nuevo jugador blanquivioleta puede doblar su posición con naturalidad, tanta o más que el ya ex. Cierto es, este desempeñó funciones de central en varias ocasiones este mismo año, a veces incluso como titular, no solo como parche forzado y sobre la marcha. Aunque por esa misma condición de rara avis, por la anarquía en su juego, le costaba. También le puede costar a Borja, y más con los años. Pero cabe esperar de él que, por su experiencia, muestre un rigor táctico mayor.
En suma, el cambio parece razonado, aunque pueda parecer más o menos razonable. La sensación que flota en el ambiente es que en lo futbolístico el intercambio de medios no mejora lo que había, al menos sobre el papel, pero quizá sí lo haga en otros factores externos e intrínsecos al deporte, los llamados intangibles, así como en lo económico. Si es bueno o malo, solo el tiempo lo dirá.