El Real Valladolid realizó el mejor partido en más de un año natural porque, ante un mal Córdoba, estuvo más rápido, mejor colocado e interpretó cada espacio y situación con una perfección emotiva
Viene y va, crece y mengua, como las mareas. Parece que se asienta, que encuentra la estabilidad; se tuerce. Se endereza otra vez, dibuja un gesto de fuerza y vuelve a comenzar. Pero esta vez ha sido distinto.
El Real Valladolid, acostumbrado a ofrecer varias caras durante toda la temporada, se exhibió por primera vez, de verdad, como un equipo abrumador. De los que aceleran el ritmo de tal forma que hacen parecer al oponente un grupo de amigos que se pasa las mañanas de domingo defendiendo la camiseta del ‘Cafeterías (añade nombre)’.
Fue el mejor partido de los blanquivioletas en, mínimo, más de un año natural. El más completo, sin dudas, y con mucho, de la temporada.
El Real Valladolid no sólo provocó que en el descanso la afición pucelana lo ovacionara como, en una primera consulta a la memoria, no se recuerda. Se percibía cómo disfrutaban de jugar, resueltos, confiados. Se hallaban en un lugar que no habían conocido hasta ahora y que había incitado el deseo recóndito de principios de curso: el de luchar por cotas más altas.
Ritmo y amplitud
El conjunto pucelano fue muy superior al Córdoba en, prácticamente, todo el partido, aunque las raíces de su dominio crecieron en una primera mitad brillante. Desde el comienzo, impusieron un ritmo de circulación de pelota altísimo que, acompañado de un acierto en la distribución llamativo, complicó la coordinación defensiva de los blanquiverdes.
El conjunto de Oltra, en repliegue organizado, jamás pudo ajustar la velocidad en las basculaciones a la que le obligaban las asociaciones en corto y en largo de la línea de medios y de atacantes.
El primer escalón de la estructura ofensiva, conformado por Álvaro Rubio y Leão –en ocasiones en una línea paralela al lateral derecho Moyano-, imprimió un nivel muy elevado en la calidad del pase, lo que abría ventajas posicionales para Del Moral, a la espalda de los dos mediocentros rivales.
También, evitaba el progreso central de los pivotes Víctor Pérez y Luso cuando el Córdoba recuperaba, en muy contadas situaciones, la pelota. Estos no podían conectar con Xisco (enlace entre los pivotes y Andonde) ni con sus extremos, lo que disminuía la capacidad de trazar contragolpes, una de sus principales bazas.
No sólo ofrecieron los mediocentros una clase magistral en el juego estático, sino que transmitieron equilibrio y sosiego a espaldas de los jugadores exteriores, desde donde el Valladolid consolidó su superioridad.
¿De qué manera fue esencial la influencia ofensiva exterior?
De tal forma que desequilibró al Córdoba por los tres carriles. El primero, por el derecho, donde Juan Villar se incrustaba en la cal para generar amplitud en su zona de trabajo y debilidad zonal en la contraria. En multitud de acciones, Rodri caía a su banda para confundir y atraer a su central, produciendo ventajas numéricas 2×1 que dañaban la espalda de un superado Cisma.
Así, cuando el Valladolid no progresaba o concluía por la derecha, activaba espacios interiores gracias a los arrastres de Rodri y a la fijación de Villar. Unos espacios explotados de modo sobresaliente por Del Moral. Tanto en vuelo como en posicional, el andaluz rindió como no lo había hecho aún con la blanquivioleta.
Los controles y giros de cara del mediapunta lo posicionaban frente a una defensa cordobesista lenta en la transición defensiva y desasistida en los flancos, adonde podía distribuir sus pases para que Mojica o Villar centraran y buscaran el disparo. O, en el caso del gol, para ejecutar una jugada individual.
La estrategia de aglutinar defensores cordobesistas en el carril derecho del ataque pucelano comprendía, también, otra consecuencia positiva. La banda izquierda quedaba “libre” de marcas o, lo que es lo mismo, propicia para que Mojica exprimiera sus cualidades: la velocidad y el desequilibrio al espacio.
Con un sublime rendimiento en ambos costados y Del Moral feliz entre líneas, el Real Valladolid –que cuando no tenía balón avanzaba su línea de presión intermedia- produjo tantas ocasiones que pudo haber goleado al Córdoba antes del descanso.
Tras él, Oltra sustituyó a un desdibujado Luso por Caballero. De la furia y la intensidad del primer periodo, el Valladolid pasó, entonces, al control de los ritmos para evitar que los andaluces pudieran meterse en el partido. Fue intercalando fases de mayor tenencia de pelota con otras en las que esperó para robar y percutir a los espacios entre los centrales y Razak, que evitó varios goles.
Sin embargo, en la segunda mitad se sucedió un cambio de ‘roles’. Si en la primera, el lado derecho fue el fuerte, donde el Valladolid juntaba a más jugadores, en la segunda viró al contrario. Rodri comenzó a caer a terreno de Mojica, al igual que Del Moral, mientras que Villar se situaba, más solo, en el flanco contrario. En un minuto dispuso el extremo onubense de dos oportunidades claras para marcar.
Con el duelo dominado, Miguel Ángel Portugal, cuando el partido avanzaba hacia el final, optó por cambiar a un 4-4-2 con la entrada de Renella por Del Moral y, posteriormente, sustituyendo a Álvaro Rubio por Tiba.
El Córdoba, que había relevado por completo el doble pivote –mediado el segundo acto retiró a Víctor Pérez por Markovic- gozó de algún disparo en los últimos 15’ neutralizado por Kepa, pero no tuvo ni tiempo ni posibilidades para discutir la victoria al Real Valladolid.
El gesto que puede definir el partido de los pucelanos lo protagonizó Del Moral al borde del área de Razak. Cogió la pelota y, cercado por varios defensores, se inventó un pase de rabona que llegó a su destino. En su siguiente acción, dio un pase de tacón y recibió una entrada que lo arrojó al suelo. No le importó. Se levantó y siguió porque no quería dejar de disfrutar.