El conjunto blanquivioleta vence a uno de los principales candidatos al ascenso directo después de una primera mitad excelsa y una segunda de oficio
Seguramente a usted, lector, le haya llegado en algún momento un WhatsApp con un vídeo. No, no del negro ese que, ya saben. De un personaje, porque (dicho con todo el respeto) no tiene otro nombre, que cuenta a una televisión el reciente accidente de moto que ha sufrido.
«Y él voló, me hizo volar, y yo volé de él», dice. Justo lo que le pasó al Córdoba ante el Real Valladolid. Con la diferencia de que el hombrecillo en cuestión voló «acá por la arbolada» y los cordobesistas lo hicieron hacia la nada. Voló el Pucela, pero no se estrelló; se elevó alto. Y si no lo hizo más lejos del suelo fue simplemente porque no encontró el acierto necesario de cara a puerta como para endosar a su rival una goleada escandalosa. Que pudo hacerlo.
«La mejor primera mitad desde…»
La primera parte de los blanquivioletas fue sencillamente colosal. Con una lectura magistral del juego, les sirvieron los primeros 45 minutos para encarrilar el partido, principalmente tras un inicio rotundo y arrollador en el que Manu del Moral y Marcelo Silva marcaron los dos goles que reflejó el marcador final.
Apenas transcurridos tres minutos, André Leão sirvió un genial pase vertical para Rodri, que se plantó solo ante Razak, pero marró. Fue el preludio del uno a cero, que arribó 120 segundos más tarde, gracias a una bonita acción individual de Del Moral. Recibió el balón cercando el área, se marchó de su par, se regateó a un segundo defensa, se deshizo de un tercero y alojó el esférico en la red.
No pasó mucho tiempo antes de que llegara el segundo. Se posó el cuero escorado, tras una infracción en el lado derecho del terreno de juego, y Mojica leyó el pensamiento de muchos. «Yo tiraba». Y tiró. Raso, aprovechando el salto de la barrera, pegado al palo, donde apareció Razak. Y como el ghanés no blocaba una, y rechazó, apareció Marcelo Silva dentro del área para ver puerta por primera vez con la remera blanquivioleta.
El acoso continuó. El Real Valladolid fue un vendaval, y, ambicioso, quiso más y más. De esta manera, y tras un servicio de Mojica que fue al segundo palo, Rodri, en boca de gol, remató alto cuando lo más normal parecía ser que, puesta la bota, el festejo llegara. Para su desgracia, y pese a su trabajo, una vez más el soriano enmudeció.
El transcurrir del reloj no detuvo la marcha. Como si sonara la cabalgata de las valkirias y esto fuera ‘Apocalipsis Now’, el bombardeo no cesó. Solo faltó que Portugal dijera que le encanta el olor a napalm por las mañanas, mientras eran Mojica y Juan Villar quienes superaban defensas como si surcaran olas.
Fueron puñales, exponentes de un juego brillante, del juego de mediapuntas, que se decía días atrás en el análisis de la primera vuelta del Real Valladolid. Fue bonito para el espectador, para el más neutral y para el de budanda, ver cómo se activaban las alas.
El costado derecho jugó a ser fuerte con las continuas caídas a banda de Rodri, que se asoció mucho y bien con Villar. En otra exhibición, ‘El Duende de Aroche’ fue el niño que va por primera vez al mar: pisó la cal como el pequeño que pisa la arena que deja húmeda la mar batida en retirada y, cuando esta volvía, huía más allá de la orilla. El movimiento era de arrastre; así dejaba espacio para que subiera Moyano, envalentonado.
La banda izquierda simulaba ser débil, aunque nada más lejos. Cuando el juego se hallaba en el otro lado, los balances propios y lógicos de la defensa permitían a Johan Mojica verse solo, o por lo menos poco acompañado. Y cuando viraba hacia allí, se encontraba siempre en posición de franquicia o de uno contra uno, que, dada su condición de Correcaminos, venía a ser prácticamente lo mismo.
Abiertos los dos, qué remedio quedaba a la defensa rival que abrirse también. Y así, era mucho el espacio restante para que Manu del Moral flotase. Porque eso hacía, flotar, al menos cuando no tenía el balón. Cuando sí, era pez en el agua, batía y rompía líneas, apoyado en y por Rodri. Los dos, como los demás, tuvieron sus ocasiones para ampliar la renta antes del entretiempo.
Y mientras tanto, Álvaro Rubio daba otra masterclass. Su partido, y el de Leão, fue como si Robin abandonara a Batman para irse con Spiderman. Eso fue el capitán, un hombre araña, que creaba y tejía, y tejía, y tejía, siempre cómo quería. Mientras Leão le escoltaba y ayudaba, como un buen secundario, como si fuera el ayudante del superhéroe.
De «la mejor primera mitad desde…» al oficio (y más)
Las acometidas blanquivioletas en el primer periodo jamás cesaron. El resultado, así, pudo ser al descanso muy abultado; nadie que estuviera viendo el partido se habría sorprendido si hubiera llegado el tiempo de asueto con un tres o cuatro a cero. El Córdoba estaba desaparecido, pero porque el Pucela le hizo desaparecer. Lo borró del mapa.
En los primeros minutos de la reanudación la cosa varió algo: los de Oltra dieron un paso adelante. De nada sirvió, porque entonces la defensa cumplió con su parte y con su cometido. Rechazó cada acercamiento andaluz.
Y, poco a poco, después de ese arreón, volvió a mandar. Y convirtió el dominio en más ocasiones, que tampoco entraron, pero llevaron a la grada a un éxtasis moderado. No hubo la ola, como otras veces, pero sí ovaciones varias, a Rubio, a Del Moral y más tímida a Rodri.
Fueron merecidas. Porque el Real Valladolid supo cuándo debía contener y cuándo correr, aunque corrió mucho y contuvo poco, eso sí. Tiró de oficio, supo esperar su oportunidad para otra vez volar y así intentar sentenciar. No fue capaz, pero fue suficiente para que los blanquivioletas reivindicaran su condición, sino de candidatos a estar en la parte alta, sí al menos de mejor equipo de lo que hasta se había resuelto.
Si el camino parecía marcado semanas atrás, antes de la decepción en Mallorca, más lo parece ahora. Consciente de lo virtuoso de sus atacantes, los potencia, vuela. Sobre el Córdoba esta vez. El próximo sábado, ojalá, sobre el Alcorcón. De hacerlo, quizá sí, llegue la hora de creerse al Real Valladolid de los mediapuntas como candidato a soñar, siquiera con no vagar por tierra de nadie en la segunda vuelta.