Portugal experimentó con un 4-3-3 que fracasó, hasta la inevitable corrección: Con Mojica y Alfaro, más allá del regreso al 4-2-3-1, el Real Valladolid se encontró con un triunfo de la nada
El fútbol puede que constituya uno de los mayores generadores de emociones veladas. Por eso atrae a tantas personas a su razón de ser, que no es otra que la de provocar sensaciones: vivir injusticias inocuas, rescatar la fe cuando ésta se ha perdido, romper en indignación por una decisión o acción incomprensible. Ganar cuando todo está acabado. Como el Real Valladolid.
Como en su anterior salida, el conjunto blanquivioleta volvió a mostrar su cara menos optimista, menos sugerente. En un principio, salió entero y lanzado, preponderando una buena colocación sobre la generación de ocasiones, casi inexistente. Se quiso encaramar en campo rival, adelantando las líneas, movimiento que le reportó profundidad y el control inicial del juego.
No en vano, fue perdiéndolo, y despiezándose por dentro. Miguel Ángel Portugal, advertido de las dificultades del Real Valladolid para mantener rutinas de posesión ante equipos con muchos jugadores por dentro en repliegue, modificó la estructura en Mallorca. Sacrificó la figura del mediapunta asociativo –Alfaro u Óscar, lesionado–, por un medio llegador y de recorrido: Tiba. Así, en un 4-3-3 (Timor-Rubio-Tiba) el técnico pucelano pensó que podría neutralizar la influencia defensiva de Yuste y Damiá.
Pero en el experimento radicó el principio del caos. El centro del campo se partió demasiado pronto, lo que incentivó la evolución de un Mallorca espoleado por el talento del canterano Brandon y la velocidad por fuera de Moutinho. El primer paso ejecutado por los bermellones para cambiar el timón fue el de atacar a los espacios que el Valladolid dejó en las bandas y a espaldas de la defensa.
Los problemas que sufrían los blanquivioletas en la transición defensiva encontraban una de sus causas reseñables en la defectuosa ubicación de Tiba y Timor, en el interior derecho y zurdo. Normalmente, cuando los pucelanos perdían la pelota, se encontraban demasiado alejados de una posición ventajosa para recuperar pronto o para ayudar en defensa: Álvaro Rubio tenía que redoblar esfuerzos para intentar tapas las vías de acceso por los carriles interiores.
De esta manera, los espacios existentes entre los tres mediocentros arrojaban a la nada la validez del sistema, implantado para, precisamente, tener el balón y ser pesados por dentro para exhibirse ligeros por fuera. Ni una cosa ni otra.
Entretanto, un Pucela ya sin control, no lograba restituir el dominio, al menos, de la posesión. En fase de iniciación, Álvaro Rubio, el cabecero, no recibía los apoyos necesarios de alguno de los dos interiores. Apoyos que igualaran las ventajas numéricas en la presión de la primera y segunda línea mallorquinista.
Sistema fallido, vuelta a la ‘base’
A los pocos minutos del segundo periodo, consciente de la inoperancia pucelana tanto en defensa como, sobre todo, en elaboración, Miguel Ángel Portugal decidió regresar al bloque con dos mediocentros, un mediapunta natural y un futbolista abierto. Mojica entró por Tiba y Del Moral se trasladó al carril del ’10’.
Los compases iniciales del cafetero indicaron un suave cambio de tendencia, no reflejada de manera más palpable hasta bien entrada la segunda mitad. Mojica, al menos, buscó el duelo individual con Company, a quien comenzó a agotar en velocidad.
No obstante, el Mallorca continuaba mejor plantado, y los dos cambios realizados por Gálvez –entraron Roigé y Acuña– no hacían prever un giro acusado. El primero generó por dentro y destiló talento en el regate mientras que el segundo trató de aportar el gol que se le había negado a Coro y, en global, a todo el cuadro balear.
En cambio, fue el Valladolid el que logró sobrevivir al presentimiento de gol local inminente y lo trocó en un cierto equilibrio, instalado en el último cuarto de hora de encuentro. A ello colaboró el último cambio de Portugal.
Alfaro, destacado frente al Elche, sustituyó a Del Moral en el 70’ y fomentó la creación blanquivioleta. En cierta medida, habían retomado la iniciativa y acallado el dominio bermellón, aunque esto no conllevara la creación de ocasiones claras ni de disparos a portería.
Entonces, Mojica, en una de sus acciones de vértigo, soltó un trazo con su pierna izquierda que resquebrajó la poca justicia que puede encerrar el fútbol. Su centro lateral conectó con Villar, una de las figuras más rentables de Segunda, y dio tres puntos, una victoria, cuando apenas quedaba tiempo para más.
La fórmula de tres medios fracasó ante un Mallorca que jugó mejor y que en su cantera puede depositar la ilusión por volver a parecerse a su pasado. Pero Portugal, acertado con las sustituciones, lo supo corregir a tiempo. Al tiempo justo para no despedirse, casi sin saborear, de una de las emociones más excitantes que suscita el fútbol: la de ganar, al final, sin merecerlo.