El Real Valladolid se desploma cuando se encontraba en su punto más alto frente a un Alavés cuya estrategia defensiva segó la línea avalada en Lugo
Cuando no hay explicación a un problema, este se convierte en un ente inmaterial que abruma por su condición de inmanejable. Cuando no se pueden explicar con palabras las consecuencias de los actos, y el silencio permea el césped, la impresión de desamparo se vuelve desoladora.
Así se ha quedado el Real Valladolid después de encajar la segunda derrota consecutiva en el Nuevo José Zorrilla: sin armadura donde refugiarse, tras salirse, de pronto, de una línea que creía haber refrendado. Sin, por ahora, soluciones diáfanas que vayan reponiendo, con el tiempo, el daño que se está infligiendo el conjunto blanquivioleta en el primer tramo de campeonato.
Tras empatar en Lugo, en un partido en el que se advirtió una capacidad creíble de aguante –realizó la mejor primera parte del curso e igualó el marcador con diez–, de repente, la nada. El abatimiento posterior a un gol propio. Una recuperación precoz de los fantasmas pasados. Esos que poseían las piernas de los jugadores y las hacían languidecer cuando recibían un gol.
Cuando Juan Villar empató a los tres minutos de la reanudación, parecía que el Valladolid iba a escribir la remontada. Se acopló al rebufo del tanto, pero, pronto, se descolgó: dejó de comparecer. Se volvió transparente, inerme, frágil como si se hubiera encontrado, de manera imprevista, con la manifestación de su pesadilla más íntima.
El Alavés comenzó, de nuevo, a atacar con verticalidad y control en el terreno pucelano. Se sentía como en casa. Sus extremos Femenía y Pacheco reiteraban maniobras con peligro desde los costados, Toquero acudía al choque y al salto como si quisiera rozar a los miles de aficionados vitorianos en la grada, y el centro del campo se resguardaba para evitar las salidas al espacio del Pucela.
Los albiazules aprovecharon una pérdida en fase de salida local y convirtieron el segundo y definitivo, cuando aún restaban cerca de veinticinco minutos. Miguel Ángel Portugal probó, como respuesta, con el 4-4-2 en el que sacrificaba a un inédito Alfaro por Rodri.
No importó. No hubo ningún atisbo de reacción. El Alavés se regocijó, se gustó, zarandeó al Valladolid: «¡No tienes respuesta, no puedes hacer nada, el tiempo corre en tu contra!». En ese apartado de la estrategia táctico-mental, el rendimiento del equipo de Bordalás fue excelso. Hasta el final.
Como muestra, lo que sucedió en el primer tiempo.
Blindaje y Femenía
Es inevitable contextualizar el encuentro sobre el gol tan tempranero de Pacheco. Obligó al Real Valladolid a enfrentarse con una versión aún más blindada del conjunto vitoriano. Y lo terminó pagando.
El cuadro de Portugal intentó adueñarse del partido a través del balón, estableciendo a Álvaro Rubio como el primer pasador. Sin embargo, los ciclos de posesión no fueron cómodos en ningún momento, lo que en varias ocasiones empujó a los centrales y medios pucelanos a lanzar balones largos para que Diego Rubio o Villar los persiguieran, ya en apoyo, ya en carrera.
¿Por qué tal incomodidad? ¿Por qué Óscar volvía a influir poco, a carecer de espacio y tiempo, y a no ver pasillos abiertos con Álvaro Rubio?
Por la configuración defensiva determinada por Bordalás. Impulsaron una presión incansable y media-alta, caracterizada por no conceder espacio al poseedor de balón. Caracterizada, también, por la posición de los extremos. Pacheco por la izquierda y, más ostensiblemente, Femenía por la derecha, ejercían como dos mediocentros más cuando se encontraban detrás de la pelota.
Con este dibujo, el Alavés presionaba en primera instancia por medio de Toquero, en segunda por el veloz Juli y, acto seguido, por cuatro futbolistas: Femenía, Mora, Manu y Pacheco. La superioridad 4×3 (los cuatro citados frente a Rubio, Timor y Óscar) dificultaba que el Valladolid pudiera, primero, implantarse en campo rival y, segundo, aglutinar pases exitosos al espacio: a partir de tres cuartos, se esfumaban las acciones ofensivas blanquivioletas.
Sin espacios interiores, a cuya creación no contribuía la posición tan centrada de Alfaro en el costado zurdo, Óscar no podía ser el que lució en Lugo, ni el Valladolid un conjunto variado en sus opciones de ataque. Solo ejerció peligro a raíz de los movimientos de Villar, el único futbolista que imprimía amplitud al campo.
El Valladolid, maniatado en el primer tiempo, desviado en el segundo, se ha vuelto a introducir en una psicótica espiral que gira rápido, como el tiempo; como las oportunidades para alcanzar la estabilidad que los permita abandonar la zona baja.