El Real Valladolid salva un punto ante el Lugo después de cuajar la mejor primera mitad del curso y a pesar de jugar cuarenta minutos, de nuevo, en inferioridad

El Real Valladolid consiguió en en Anxo Carro ante el CD Lugo volver a sumar después de caer ante Osasuna, y lo que es igual de importante o más, continuó con un crecimiento que es cada vez más evidente. Y lo hizo a pesar de todos los pesares, después de verse en inferioridad de nuevo, esta vez, durante cuarenta minutos.
Esta mejoría continuada se vio especialmente en el primer periodo, posiblemente, el mejor de toda la temporada, en la que solo faltó el gol. Los blanquivioletas dominaron ante un rival al que le gusta dominar; fueron capaces de tocar el balón como en ningún otro instante del curso, con la calma y la prisa que cada una de las jugadas requerían.
Este mayor acierto en la circulación vino propiciado por la nueva posición de Hermoso, central improvisado, pero con mejor salida de balón que los tres naturales. El más hábil de ellos es precisamente quien le acompañaba, un Juanpe que ponía la diferencia en el envío en largo y que sufrió menos que otras veces.
Fue así precisamente porque tenía a Hermoso al lado, corrector en velocidad, como Chica, y porque, por extraña u obvia que pueda resultar la afirmación, sufre menos cuando su equipo tiene el balón. Incluso, cabe sumar a Timor a la terna de colaboradores, no solo porque fue siempre el primero en ofrecerse, sino también porque, con el Pucela ancho, se incrustaba entre centrales en caso de necesidad.
En más de una ocasión, el valenciano añadió a estas credenciales el juego al primer toque, algo que no acostumbra a hacer, y que daba dinamismo a toda la media, en la que Álvaro Rubio dio una nueva ‘masterclass’ hasta el tiempo de asueto, por el orden que propició, con y sin balón, para sí y para el colectivo, y por cómo desarboló al mediocampo lucense.
En la previa, sonó a la frase aquella de Rajoy de que «un vaso es un vaso y un plato es un plato», pero Portugal tenía razón: cuando Álvaro Rubio está bien, está bien, y ahora está bien. Fue esa prisa y esa pausa antes referidas, capitán general de la franja ancha, solidario en los intentos de recuperar el balón, acertado en la asociación en corto y sutil y peligroso a la hora del despliegue ofensivo.
Juntarse tanto como el Pucela se juntó con metros por delante propició el vuelo de Juan Villar y Johan Mojica, que intentaron ser profundos no a base de estar, sino de aparecer y llegar. Solo se alejaron cuando el equipo requería de su verticalidad, ya fuera para que ellos mismos hicieran daño a la espalda de la zaga local o para estirar el campo en pos de Óscar González.
El salmantino, al contrario que otras veces, entendió que debía mezclarse con sus escoltas para tratar de generar superioridades y fortalezas con el balón, y también que, con vuelo, rompiendo líneas, aunque le falte vivacidad –que por diferentes motivos le falta– es tan dañino o más que ciñéndose al último pase y a pisar área, simple y llanamente.
Con todo el engranaje funcionando, faltaba el brillo en ataque, entendiendo por este el remate. Hubo varias intentonas, no convertidas en ocasiones extremadamente claras, pero sí lo suficiente como para pensar en positivo. Máxime teniendo en cuenta ese dominio, solo desasido por el Lugo en los diez minutos finales.
Y entonces, la expulsión
Y entonces, Mojica fue expulsado. Como siete días atrás Pérez Pallas, en el minuto cincuenta, Trujillo Suárez mostró un excesivo rigor a la hora de mostrar la segunda amarilla a un jugador, el cafetero, que aun pudiendo haber cometido una infracción no debió marcharse por eso a los vestuarios.
En caliente, se habló y se podría hablar de poca mesura por parte del colombiano. Ya en frío, cuando el análisis es más fácil, pero también más justo, resulta algo más difícil acusarle de «dejarse llevar», pues la verosimilitud de la tarjeta, aun ajustándose al reglamento –de eso saben más los árbitros–, parece cuanto menos escasa, toda vez que hay un agarrón previo al que se cobra.
Como ante Osasuna, la inferioridad convirtió el fútbol en cojones –con perdón– y el Real Valladolid, pese a seguir compitiendo, o siendo incluso superior, dejó de hacer unas cuantas cosas bien.
Hasta entonces, Diego Rubio no había mostrado acierto en el remate –o en el intento de–, pero sí razones para creer que podría festejar un gol en su primera aparición como titular. Fue sustituido en pos de otro orden, y en esa reorganización los de Miguel Ángel Portugal perdieron juego de espaldas, que venía a ser la contención mientras la segunda línea llegaba, y pisadas en el área.
Sin referente, y con un hombre menos, se cercenaron las alas a cambio de intentar juntarse por dentro y potenciar a los laterales. Así, se perdió cierta presencia en la derecha, sin quererlo, por mor de los problemas físicos de Chica, y en ese lado izquierdo porque Tiba solo se acostaba allí de vez en cuando, mientras Ángel bastante tenía con contener (y de qué manera) a Iriome.
A mayores, el Real Valladolid debió remar contracorriente también en lo que atañe al marcador, ya que el Lugo se adelantó en el 64′, gracias a un testarazo de Joselu, que aprovechó el único lunar defensivo de Hermoso y, sobre todo, el buen centro de Abel Molinero –que, como él, había entrado de refresco poco antes–.
No se puede decir que pusiera la otra mejilla ante los golpes; más bien se enrabietó. Siguió insistiendo y llevando el balón hacia adelante, con menos acierto pero igual o mayor convicción, y si faltó el gol fue ‘solo’ por lo antes comentado. Al final, este llegó por medio de un penalti claro por mano de Iriome que Guzmán se encargaría de materializar.
La igualada vino a compensar la buenísima primera mitad y la fe aun en la inferioridad de un equipo que no deja de crecer, a toda costa, y que bien hará en insistir en lo que está en sus manos –generar fútbol– si quiere que los resultados acompañen ese crecimiento, pues a la vista está que si pretende que aquello que no depende de él –el arbitraje– sea favorable, flaco favor se estará haciendo a sí mismo.