El Real Valladolid realizó un primer tiempo tallado por Óscar y teñido por el resto de jugadores. A pesar del resultado, y de otra expulsión, ya no ve el fútbol desde abajo
Óscar había salido con ganas en el Anxo Carro. Con ganas y con espacio. El Real Valladolid disfrutaba como pocas veces esta temporada. Movía la pelota desde atrás, superaba la línea de tres mediocentros del Lugo en la medular, derivaba el fútbol a los costados en fase de aceleración y… chutaba.
El Valladolid se había encarnado en Óscar y esté en el Valladolid. Cuando Óscar disfruta, los blanquivioletas desprenden el aroma de equipo que aún retiene, de belleza madura, de talento desperdiciado.
Durante los primeros 20′, los pucelanos remataron en siete ocasiones, se adueñaron del esférico ante un Lugo de filosofía compartida y dominaron como no lo habían logrado, fuera de casa, en toda la temporada.
En los escasos momentos durante la primera mitad en los que el Lugo insistió en su plan de conservar la pelota para disminuir las cualidades del rival, el Real Valladolid se conformaba en un bloque alto: de nuevo, como en Zaragoza, la línea defensiva cercana al semicírculo del campo propio. De esta manera, provocaba las incursiones en fuera de juego de los atacantes lucenses.
Juntos, igualmente, recuperaba con presteza y cambiaba el sentido del juego, sin temer el pase horizontal entre centrales y laterales. Prueba de ello fue la sorprendente sencillez con la que Hermoso, en su ‘nueva’ posición como central zurdo, sacaba el balón jugado. O cómo Juanpe distribuía en largo a los flancos con acierto. Desde la primera línea se tejió el fútbol asociativo que desea Miguel Ángel Portugal.
La fluidez con la que distribuían los vallisoletanos llevó a una situación de doble ventaja: Álvaro Rubio recibía por delante de Timor y, de cara, encontraba pasillos donde filtrar pases a Óscar. El mediapunta, entre líneas y de cara, ‘solo tenía’ que decidir si producía por dentro o exteriorizaba el juego hacia la banda. Entretanto, el Valladolid generó amplitud tanto por sus laterales Chica y Ángel como por Villar y Mojica.
Y, siendo anchos, facilitaban la creación de espacios para que Óscar activara el peligro en conducción o a la ruptura. Además, el salmantino encontró en Diego Rubio a un notable fijador de centrales. El chileno, muy activo y reivindicativo, jugó de espaldas y formó una interesante dupla con el ’10’. La maquinaría funcionaba, aunque faltó lo más trascendente, o al menos, el fin último del fútbol.
Otra inferioridad para la esperanza
Los pucelanos, acostumbrados a la roja, perdieron a los cinco minutos a Mojica por doble amarilla. Como frente a Osasuna, Portugal tenía toda una segunda mitad para sobrevivir con la cabeza erguida. Retiró a Diego Rubio, por Tiba, para hallar más equilibrio en el centro del campo en detrimento de un delantero, y Óscar pasó a la referencia.
El Lugo, impulsado por las circunstancias, tomó el protagonismo que no había poseído en el primer tiempo y marcó. No en vano, el Real Valladolid no retrasó metros. Equilibró el choque, maquilló su inferioridad numérica y siguió buscando el empate.
A 10′ del final, Hermoso, con amarilla, dejó el campo por Guzmán, situación que modificó, de nuevo, las piezas: Timor se ubicó en el centro de la defensa, donde el excanterano madridista había realizado un encuentro sobresaliente, y Tiba se juntó a Rubio en el doble pivote.
Insistentes, furiosos, marcados por una fe que está esculpiéndolos cuando juegan en inferioridad, provocaron un penalti que terminó en el empate, justo. El gol de Guzmán simbolizó el premio a un primer acto de fútbol convincente y a un segundo de carácter y creencia.
Los blanquivioletas, vigilados con lupa, enrojecidos por la frustración de las decisiones arbitrales, no escalan. En cambio, ya no ven la competición desde una posición psicológica inferior. Ya no la contemplan desde abajo.