Los blanquivioletas se toparon con el solvente diseño defensivo de Osasuna, pero, desde la expulsión de Silva, sublimaron las actitudes necesarias para lograr un merecido botín que no llegó
El Real Valladolid cayó por primera vez con Miguel Ángel Portugal. En realidad, lo empujaron. La dudosa expulsión de Marcelo Silva, al inicio del segundo tiempo, condicionó un partido que había transcurrido con equilibrio en el primer acto. Un contexto en el que Osasuna se sentía cómodo, en su hábitat. Pero equilibrio.
Los rojillos maximizaron las posibilidades del 5-4-1 con el que se han constituido en un bloque indisoluble, líder de Segunda: equipo. Desde el primer momento desplegaron una presión muy alta, con los laterales Javi Flaño y Aitor Buñuel en la divisoria, casi solapados con los extremos Martins y Torres. Por dentro, asentaban a dos pivotes, Merino y Lotiès, y en la zaga a tres centrales que supieron leer los momentos en que debían saltar a las ayudas.
El planteamiento táctico en defensa de Osasuna absorbió, durante el primer tiempo, la confianza con balón del Valladolid. Si los blanquivioletas orientaban la salida a los laterales –en especial hacia Moyano, en lugar de al eventual lateral zurdo Chica–, dos futbolistas osasunistas provocaban la superioridad 2×1. Y la oscuridad posicional pucelana.
Como tampoco existían espacios interiores, bien taponados primero por Nino y a un segundo escalón por la línea de cuatro –escoltados por los laterales, altos-., la presencia ofensiva del Real Valladolid se circunscribía únicamente a sus extremos. Es decir, más fáciles de inhabilitar.
Tras la inferioridad, ‘otro’ partido
Fue la expulsión de Silva a los 3′ de reanudarse el choque la que definió el análisis global del duelo. Portugal introdujo a Juanpe en el centro de la defensa en sustitución de Tiba –durante unos instantes había sido Timor el que ocupó esa demarcación– y Martín dio entrada a Berenguer, delantero, por Martins, con el propósito de acercar otro punta a Nino (en un 5-3-2).
Sin embargo, el técnico de Osasuna se encontró con un Real Valladolid que empezó a jugar con soltura, quizá arrebatado por la inferioridad numérica.
Amasó más ciclos de posesión, cuando no prorrumpía en galopadas al espacio, adelantó las líneas y buscó aprovecharse de un conjunto rojillo que debía capitalizar, por ‘lógica’, el dominio del encuentro.
Martín trató de dar un giro a la situación, retirando al lateral derecho Buñuel por el bisoño volante Otegui. De este modo, el atacante Pucko –recaló en el campo por Lotiès tres minutos antes– se encargó de trabajar en el carril derecho. Y, desde ahí, el Valladolid siguió insistiendo mediante continuos contragolpes conducidos por Guzmán.
El extremo adquirió los galones ofensivos de los pucelanos en la segunda mitad, ofreció el arrojo y la profundidad que necesitaban los locales para no dejarse dominar por Osasuna y gozó de una ocasión muy clara para anotar. No ocurrió así. Fue Nino quien extrajo ventaja de un error en el despeje de la defensa vallisoletana para marcar.
El varapalo hizo reaccionar a Miguel Ángel Portugal, que cambió a Moyano por Óscar González. La sustitución supuso un desafió mayor para Guzmán: debería ser el amo del carril zurdo, ya que Chica se trasladó de nuevo al lateral derecho y el Valladolid recuperó el rol del mediapunta llegador, encarnado en el ’10’ pucelano (3-4-2).
Los blanquivioletas continuaron. Buscaron el empate, aun a sabiendas de que dejarían desguarnecida la transición defensiva. Pudieron conseguirlo, enclavados en la línea a seguir vislumbrada en Zaragoza. Pero los factores en contra fueron demasiados. Y, frente al Lugo, al entrenador pucelano le tocará recomponer casi al completo una zaga que no tendrá ni a Samuel ni a Silva. Retos.