El Real Valladolid cosecha la primera derrota de la ‘era Portugal’ en un partido en el que no fue peor que Osasuna y que acabó en inferioridad

El Real Valladolid ha cosechado ante Osasuna la primera derrota de esta ‘era Portugal’. Probablemente, sin merecerlo, aunque tampoco mereciera la victoria. No fue peor que el líder, que se mantiene firme, después de aprovechar un error defensivo para hacer el único tanto del encuentro ante un rival que jugó prácticamente toda la segunda mitad en inferioridad numérica.
Osasuna jugó a anular al rival, como es costumbre. Hizo del ‘catenatxio’ un arte, aunque arcaico, mostrándose como una máquina de defender casi perfecta. Como acostumbra, trató de minimizar daños con una defensa férrea, sobre todo sobre la posición, y de sacar la máxima rentabilidad posible a los errores rivales, que si bien fueron pocos, resultaron decisivos.
Bien plantados, impertérritos pese a que la posesión era blanquivioleta, los de Quique Martín dibujaron un 5-3-2 que en el último tercio del campo se asemejaba más a un 5-4-1.
De esta manera, fueron capaces de desactivar el ataque local, haciendo gala de una colocación excelsa y de una voluntad en las ayudas de difícil parangón. Principalmente en la primera mitad, esto favoreció que llegaran antes a cada segunda jugada, a cada rechace, y que nunca los atacantes rivales se encontrasen en posición de superioridad. El balón les dio igual, siempre que no pasara la última línea; que apenas pasó.
Ante este escenario, el Real Valladolid trató que imperasen la paciencia y la calma. Amasó mucha posesión y tocó sin inquietarse, buscando engañar convirtiendo el lado izquierdo en un falso lado fuerte, del que cambiar la dirección del juego en busca de la derecha, donde Juan Villar estuvo tan activo como desatinado. En esas, Guzmán también intentó lucirse, aunque las ayudas del interior derecho y del central de turno impedían que su uno contra uno rompiera en un ataque claro.
Los envíos largos a la espalda de la defensa se convirtieron no en un habitual, pero sí en el mejor recurso frente a un equipo que lo cortaba todo. Así, Tiba no apareció demasiado entre líneas y Rodri, otra vez, estuvo perdido en esas batallas absurdas que son intrínsecas a su derroche. Entre tanto, Osasuna intentaba desestabilizar con las caídas a bandas de sus delanteros y con las incorporaciones desde segunda línea cuando estos –sobre todo Nino– sujetaban el balón, aunque tampoco generaba sensación de peligro.
Sin ocasiones, con muchas interrupciones, aunque con mucha intensidad, fruto de las disputas, transcurrió el primer periodo. Hablando de interrupciones: en esos primeros 45 minutos el colegiado, Pérez Pallas, demostró que venía con la lección aprendida; sabedor de que uno de los contendientes es el segundo más tarjeteado de la categoría y de la intensidad marca de la casa del otro.
Sucede que no midió igual. Pronto, en el minuto 48, dejó a los blanquivioletas con diez, al mostrar la segunda cartulina amarilla a Marcelo Silva. Pero no obró con la debida justicia cuando perdonó la expulsión a Lotiès, en una acción tan a destiempo como la que provocó la tarjeta que sí vio en la primera mitad. Ni siquiera es necesario hablar de equidad, ni mucho menos de compensación; basta con decir eso, que lo justo habría sido que hubiera echado al francés.
No obstante, ha de reconocerse que una vez más los vallisoletanos se enredaron mucho con el del silbato, y como muestra el botón de Rodri. Tras ser amonestado, continuó farfullando, lo que provocó que Portugal lo sustituyera, algo que Martín también hizo con Lotiés.
Osasuna no movió un músculo. Fue el guardia real del Reino Unido ante una gracia; la sonrisa de la Mona Lisa. No varió un ápice su plan.
Mientras tanto, el Pucela, envalentonado, como si la gesta le pusiera cachondo, puso mayor ahínco en ataque, como si ya no le valiera ser paciente. Alfaro tuvo un disparo de falta que el fondo norte cantó como gol, por la cercanía con el palo al marcharse fuera, y Guzmán, tras un eslalon hacia posiciones interiores, tuvo la ocasión más clara de todo el partido.
Y entonces llegó el gol osasunista. Una jugada por banda izquierda acabó con un centro al corazón del área, que despejó Juanpe. Ya fuera fruto del azar o de la torpeza, el balón tropezó en Samuel y Nino aprovechó el rechazo para marcar. Seguramente, sin que los navarros lo merecieran, más allá de la intensidad y de que apenas concedieron atrás, pero el líder se ponía por delante y tocaba remar. Otra vez.
Lo único que cambió durante el transcurso de los noventa minutos fue eso, que Osasuna marcó –Pucko incluso pudo sentenciar–. El Real Valladolid fue siempre un quiero y no puedo frente a un rival bien trabajado de rácana propuesta, aunque efectiva, lo que seguramente le lleve a estar al final del curso muy arriba –quién sabe si tanto como ahora–.
Hasta el final, los de Miguel Ángel Portugal siguieron haciendo que no se notara la inferioridad numérica y no cejaron en el empeño de intentar evitar la primera derrota de su técnico, sin éxito. Tuvo más un conjunto, el de Quique Martín, que tiene gran mérito, por la apuesta (obligada) por la cantera en tiempos donde no ayuda la cartera.
Los rojillos acabaron llevándose, sin merecerlo, todo el botín; sacando máxima rentabilidad a un plan que pasa por minimizar daños. Así, frenan a los blanquivioletas, que siguen sin ser capaces de ganar a un líder y que no acaban de asomar desde la mitad baja de la tabla, y cuya próxima cita será en el Ángel Carro de Lugo, por tercera vez consecutiva, un domingo a las doce.