El Real Valladolid salva una insípida igualada ante el Leganés a pesar de cuajar una segunda mitad paupérrima

Hace años, cuando Zorrilla desfilaba antes de hora, el pretexto más utilizado era que a continuación jugaba uno de los grandes. Daba igual si el Real Valladolid lo estaba haciendo bien, mal o mediopensionista: los había, no pocos, que se iban para ver por televisión el partido que había a continuación, aunque aquel que habían acudido a ver en directo estuviera entretenido.
Que Zorrilla se marche antes de tiempo hoy es hecho fedatario de que vive, de que existe. Aunque duela. Porque, siendo honestos, duele ver cómo se desangra una grada de por sí poco poblada. Con todo, aunque nunca desde aquí se compartirá el abandono del asiento correspondiente antes de hora, salvo causa de fuerza mayor, lo cierto es que el Real Valladolid no anima a quedarse hasta el noventa y tantos.
Es más: algún día, quien se vaya antes se ahorrará un disgusto, que por suerte no se dio ante el Leganés. El equipo de Miguel Ángel Portugal volvió a ser plano, romo, insípido como el pan sin sal. Fue como si nada hubiera cambiado, pese al finiquito a Garitano. Quizá, a lo sumo, algún matiz acompañado de unas buenas intenciones. Y ya.
Portugal ha arribado a Valladolid planteando una transición tan moderada como si lo que había antes fuera un equipo campeón de Champions. Y en estas, aunque bien es verdad que no tiene plantilla para muchas alegrías –en calidad, aunque él tienda a ceñirse al número–, sorprende que precisamente quiera que las cosas cambien sin cambiar más que lo que es obligado, por lesión o sanción.
Después de que haber sido descartado el jueves, Manu del Moral fue titular. Borrando de un plumazo el ensayo con dos delanteros, que relegaba otra vez a Diego Rubio al banco. El empecinamiento en usar un mediapunta no resultó, porque Del Moral no estuvo, ya fuera por esos problemas físicos previos o porque no era su día. Y, salvo un atisbo cuando moría el partido, inútil, no hubo intento siquiera de modificar el plan.
La pareja de medios, con los dos lusos prometía más de lo que cumplió. En el debut de Portugal, Leão cuajó una buena actuación, y a Tiba se le espera como agua de mayo. Y se le sigue esperando. Ni él ni su compatriota ayudó a limpiar una salida sucia por la incapacidad de los centrales. Ni el uno ni el otro se descolgaron, pétreos, y lo que es igual de grave, tampoco contuvieron al mediocampo del Leganés.
Si los pepineros tardaron en entrar en el duelo fue porque las líneas juntas del Real Valladolid impedían que fueran creativos. Además, los blanquivioletas presionaban muy arriba y la querencia al toque de la zaga rival, así como sus problemas para salir de otra manera, generaban prontas recuperaciones que ocultaban de algún modo la carencia de fútbol de los locales.
Sin jugar cómodo, el ‘Lega’ llegó más en el primer cuarto de hora, después de una madrugadora intentona de Villar. Luego, Rodri se encontró con Serantes en un mano a mano que acabó en córner. Y Kepa se vio obligado a intervenir de manera meritoria en un disparo de Toni desde lejos. Las ocasiones, sin ser muchas, siendo el fútbol escaso, decían que el marcador podía moverse antes del descanso. Y se movió.
Samuel pasaba por allí, paseaba como por su casa, cuando le cayó un balón muy lejos de la puerta rival, tan lejos que a Serantes no se le podía llamar vecino. En un acto de fe, golpeó, y en balón botó antes de entrar, como un ariete que se carga el marco, el pomo y hasta el ventanal, y con la connivencia de un Serantes torpe.
«Por lo menos vamos ganando», decían resoplando algunos menos de los nueve mil y pocos de Zorrilla. Si duró el alivio, fue por el tiempo de asueto. Al poco de reanudarse el encuentro, la cosa fue a peor. Así fue porque Asier Garitano introdujo a Miramón, que se fue adueñando del balón con la misma facilidad imperceptible con que tu chica se adueña de tu casa una vez deja en tu baño el cepillo de dientes.
Por fuera, además, por si fuera poco Szymanowski desnudó un problema ya percibido en la primera mitad, y es que la segunda altura de los laterales, al no ir de la mano de buenas ayudas de medios y extremos, permitía demasiada profundidad al Leganés. Y así, a fuerza de querer el balón, de amasarlo dentro para estirar el campo por fuera, los pepineros crecieron, mereciendo cada vez más.
Pese a todo lo relatado, el Real Valladolid pudo hacer el dos a cero, pero Serantes se redimió con una parada genial, difícil, de reflejos, a un testarazo de Manu del Moral. Aunque para entonces ya no había quien temiera el empate, viendo a Portugal impávido con su equipo desbordado.
La reacción, desde el banquillo local, llegó tan tarde que para cuando se produjo, Szymanowski ya había empatado. Para entonces, el naufragio parecía inevitable, aunque, por suerte, en el cuarto de hora final, pese a que tocó achicar agua, no hubo hundimiento. El Leganés nunca dejó de intentarlo. Queriendo ganar, fue superior, con mucho, en la última media hora. No fue capaz.
El empate, otro más, es insulso, insípido. Otra vez, como el Real Valladolid. Un equipo plano, cuyo centro del campo no creó ni destruyó, cuyo ataque fue inocuo, con unas alas inoperantes, y cuya defensa, a veces, sufrió por los errores de otros. ¿Demasiado mal? Cuestión de percepciones. Pero quizá sí.
Y si no, que pregunten a todos los que se fueron antes de tiempo el motivo.