El Real Valladolid cae ante el Real Oviedo por dos goles a tres tras una primera mitad desastrosa en defensa y pese a la leve mejoría experimentada en la segunda

Tenían el Real Valladolid y el Real Oviedo muchas ganas de reencontrarse, después de muchos años de una hermandad ‘alejada’. Sin embargo, el reencuentro fue pobre, deslabazado, carente de fútbol en su versión preciosista (aunque al menos hubo goles).
La peor parte se la llevaron los vallisoletanos, por aquello de perder. Fueron los más atenazados y nerviosos; fue como el estreno del adolescente en las artes amatorias. Los ovetenses por lo menos parecían ser Marge Simpson y llevar una clase de más que quien estaba en frente. Aunque, para ser sinceros, tampoco estuvieron muy duchos (sí para aprovecharse de la endeblez defensiva rival).
Tardó poco el Oviedo en beneficiarse de un error local, apenas trece minutos, uno después de que Julio sacase un disparo de Toché por abajo, con la pierna, al más puro estilo ‘futsal’.
Timor, otra vez titular en el centro de la zaga, marró un despeje y Linares golpeó al riñón, enviando el balón a la jaula. Fue el primero de un puñado de errores del valenciano, muchas veces buscado por Toché, que cada vez que se emparejaba con un central blanquivioleta, le ganaba la partida y conseguía alejarlo del otro, lo que permitía que la segunda línea carbayona se incorporase con peligro.
El mecanismo era sencillo como el de un chupete: envío frontal a Toché con prolongación hacia los hombres incorporados por los costados o hacia Linares, que venía por dentro. Y cuando no, lateral, claro, en busca del remate franco. A mayores, el Real Oviedo sumó una buena presión, que hizo temblar las canillas de la zaga, que contagió a Julio, y que impidió que Álvaro Rubio la oliera.
A grandes rasgos, a esto se resume el fútbol ovetense. Aunque en la primera mitad pasaron más cosas. Solo dos minutos después del gol de Linares, Juan Villar devolvía la igualdad al marcador tras una asistencia de Rubio, en un saque de esquina. Luego, otra vez, la dichosa endeblez defensiva.
Volvió a aparecer a los veinte minutos, en un libre directo que terminó con el balón en el corazón de área, donde Toché remató a gol tras una concatenación de errores, solo, ante una zaga sin tensión y con Julio bajo palos. Fue, entonces, cuando el inicio atropellado dio paso a una suerte de asedio sobre la puerta local, no tanto porque el Oviedo encerrase al Pucela en su área como porque generaba peligro en cada intentona.
Una tijereta al aire de Manu del Moral como intento de remate tras una falta en la frontal y una galopada de Ángel por la izquierda fueron los amagos de respuesta locales, si bien la grada y Garitano ya pensaban más bien en arreglar el entuerto en el descanso, permutas mediante.
Gaizka Garitano escenificó el cambio de ciclo, de tendencia, de plan, de llámenlo ‘x’, con la retirada de Álvaro Rubio y Óscar para dar entrada a Samuel y Tiba. Pasó a defender con tres centrales y los laterales, ya con anterioridad en una segunda altura, se colocaron como carrileros fijos.
Marcelo pasó a ser libre, flanqueado por Timor y Samuel, lo que a priori dotaría de una seguridad atrás antes ausente frente a los dos puntas rivales.
A cambio, se aceleraría el juego. La desaparición del cabecero y la situación de Tiba unos metros más adelante pretendía una mayor fluidez en vertical, y el jugar con dos delanteros, como con dos carrileros, el ganar en presencia ofensiva. A la postre, ni lo uno ni lo otro; ni hubo una mejoría defensiva excesiva ni se ganó demasiado en ataque.
Las novatadas que la zaga gastó a Julio en la primera parte pasaron a ser menos, aunque el portero del filial se vio obligado a intervenir varias veces más, y a hacerlo en alguna con bastante mérito –ya con el dos a dos en el marcador–. Mientras tanto, Rodri, como siempre batallador y como casi siempre desacertado, en una volea en el aire, pudo empatar.
Con todo, se puede hablar de un efecto efervescente en el Real Valladolid, liderado por Tiba y Ángel. En los primeros veinte minutos del segundo periodo, estos dos lideraron al equipo en busca de la igualada, bien acompañados de un Moyano que sirvió el centro que, pasado por la ‘incomparecencia’ de un rematador en el corazón del área, acabaría encontrando al jugador del Promesas para embocar en el segundo palo.
Siendo honestos, el partido parecía ir a acabar así, por más que el Pucela le pusiera corazón y aunque el Oviedo, con más cabeza que fe, buscaba el tercero y los tres puntos. Se los encontró –y se puede decir que nunca mejor dicho– en un latigazo de Susaeta desde fuera del área, que botó antes de entrar en la portería, haciendo inútil la estirada de Julio.
Todavía quedaban diez minutos, pero los de Garitano, efervescentes, no dieron una a derechas en lo que quiso ser un toque a arrebato. Al final, la indefensión, sobre todo la mostrada antes del descanso, pudo más que ese rato regular tirando a bueno. Al final, el Oviedo se llevó los tres puntos en un reencuentro descafeinado, en el que con poco les bastó antes un Valladolid puso lo mismo o incluso menos.