El cancerbero vizcaíno impide la remontada de un Huesca que, liderado por Machís, mereció como mínimo el empate
En los colegios de Huesca, el darwinismo se explica no solo como teoría de la evolución; también como aquella corriente por la que aboga Luis García Tevenet, que pasa por utilizar a Machís –de nombre Darwin– como jugador franquicia en el afán de sumar los puntos necesarios para salvarse.
A Kepa, guardameta del Real Valladolid, cada vez que le pregunten jugando al trivial por el significado de la palabra, le entrarán sudores fríos y tiritona. Y eso que, de no ser por él, su equipo habría caído en El Alcoraz.
El portero vizcaíno fue el mejor de los catorce blanquivioletas que se vistieron de corto en un campo que les es maldito. En la segunda parte, fue la red que evitó un daño mayor que el postrero empate, una costalada dolorosa, puesto que los oscenses llegaban penúltimos y, a decir verdad, tampoco mostraron muchos más argumentos que el ‘vinotinto’.
Tampoco es que el partido de los vallisoletanos fuera la panacea. Al contrario. El gol de Rodri llegó tan pronto –en el minuto seis– que no había dado tiempo a calibrar si la ligera mejoría mostrada ante el Nàstic era el renglón a seguir. Y la verdad es que no, no lo era. Manu del Moral había causado buenas sensaciones en los minutos que tuvo en su debut y Álvaro Rubio había ayudado en la causa, pero no se confirmaron.
Aunque tampoco se debe personalizar. En realidad, si acaso, de los trece jugadores de campo solo se puede salvar a Mojica por el servicio que terminó en gol y a Rodri por voluntarioso, aunque estuviera más en el suelo que el propio césped y se cayese más veces que goles lleva desde prebenjamines. Los demás…
Pese a ser superior en el marcador, el Real Valladolid se fue resquebrajando lentamente. Con el paso de los minutos, el Huesca creció y se lo empezó a creer, al principio, gracias a Juanjo Camacho, que es de los que desde la frontal se tiran hasta las botas, aunque no la metan ni en una piscina. Y todo porque la zaga rival reculaba a cada acometida como el niño que ve venir a mamá con la zapatilla en la mano.
Entretanto, a fuerza de sacar tarjetas –hasta cinco para los blanquivioletas, más alguna para los locales–, el colegiado se convirtió en protagonista; por un lado, por perdonar la expulsión a Íñigo López y, como mínimo, una amarilla a Aythami, y por otro, porque aun así desenfundaba con tal facilidad que parecía que en una de estas iba a sacar el pañuelo para conceder alguna oreja o el rabo.
Al final, el primer periodo de los de Garitano se resumió en el gol, en una zaga más o menos solvente, en un ratito corto regular y en un disparo alto de un Mojica muy participativo. En la segunda parte, llegó el declive, incluso, con perdón, el despelote. La palabra, que conste, tiene todo el sentido: la defensa vallisoletana terminó por desnudar todas sus vergüenzas ante un conjunto, el oscense, que siguió yendo a más.
Si algo tiene la línea defensiva del Real Valladolid es que es lenta, muy lenta. Y como es tan lenta, recula y recula casi hasta encontrarse con la línea de fondo, algo que invita al rival a percutir y percutir. Y eso se le da bien a los oscenses, cosa que Garitano sabía y había advertido en la previa.
Así es como Darwin Machís se hizo protagonista. Gracias a que la defensa blanquivioleta no achicaba y a que la media –alas incluidos– no ofrecía las ayudas suficientes ni lo suficientemente buenas como para frenar la sangría. A la hora de partido, Tiba entró por Óscar en una suerte de mediocampo compuesto por tres hombres, con el refresco como punta del triángulo, pero ni por esas.
Ante el aluvión que se le vino encima, también Kepa adoptó un rol de antagonista. Primero salvó el remate de media tijera de Mainz. Luego, metió una mano salvadora a Machís. Y más tarde, evitó el gol de Luis Fernández, con otro tapadón, que dirían en Argentina. Hasta que no pudo más.
En el minuto 84, con el Huesca entregado, envió un balón a córner; un saque de esquina que fue prolongado en el primer palo y despejado de una manera un tanto pobre por el propio Kepa. Su rechazo apareció manso en el área, en la zona central, donde apareció su ‘antihéroe’ para hacer justicia. A fuerza de intentarlo una y otra vez, el ‘darwinismo’ y Machís se impusieron.
Los cinco minutos restantes no dieron para mucho más. La Sociedad Deportiva Huesca siguió insistiendo, pero no dispuso ya de ocasiones demasiado francas para llevarse los tres puntos. Aunque, para ser honestos, quizá los mereció, porque, como mínimo, no fue inferior en los primeros 45 minutos y fue claramente superior en los 45 segundos.
Con este empate, el Real Valladolid suma tres consecutivos y sigue sin carburar, sobre todo a domicilio, donde todavía no ha ganado. Prolonga así la maldición de El Alcoraz, ante un equipo, el oscense, que sigue sin ser capaz de ganar en casa y que continúa en puestos de descenso. Convierte, asimismo, el partido contra el Real Oviedo en un duelo de necesidad: por más que la guerra sea larga, para ganarla conviene ganar antes alguna que otra batalla.