Sergio Tejera busca relanzar su carrera en el Nàstic de Tarragona y convertirse en aquello que prometía cuando fichó en 2007 en jugador del Chelsea

No es este lugar para hacer alegato en favor del Fútbol Club Barcelona, pero conviene decir que desde hace años, en el fútbol europeo, es habitual la práctica de fichajes que llevan a niños lejos de sus padres. Precisamente el club azulgrana se ha visto afectado en más de una ocasión por ello, por las rapiñas que tientan a sus jóvenes promesas con cifras mareantes.
Sergio Tejera era periquito, y no culé, pero el suyo fue uno de esos casos. Su nombre estaba marcado en rojo en las agendas de los grandes de Europa y, con solo dieciséis años, en el verano de 2006, firmó por el Chelsea. La entidad londinense, bajo el paraguas de Abramovich desde 2003, pagó 250.000€ en concepto de derechos de formación al Espanyol por un jugador que venía de finalizar su etapa como cadete.
La beca (salario) que recibía el catalán era superior a la de muchos profesionales –quién sabe si se acercaría o superaría lo que percibe hoy en Segunda…–. Él, ya, lo era, enrolado en el equipo Reserves. No tardó en conocer a José Mourinho, técnico blue, ni los sinsabores del fútbol: lo pasó mal por su desconocimiento del idioma y por una lesión de rodilla sufrida nada más llegar a las islas.
Como otros tantos talentos de esa y otras academias, no llegó. En 2009 fue cedido al Mallorca, en cuyo filial jugó la segunda mitad de la temporada y la siguiente. No sería hasta la 2010/11 cuando se produciría su debut con el primer equipo. Michael Laudrup le dio la alternativa y rindió, pero Joaquín Caparrós cogió su testigo al año siguiente y no se consolidó.
Apagada la ilusión, retornó al Espanyol, entidad a la que había llegado con diez años procedentes de la Damm. De nuevo, esta vez de la mano de Pochettino, dispuso de minutos y partidos de brillo y relumbrón, pero sufrió distintas lesiones que le impidieron tener continuidad. Y como ya le había pasado antes, un relevo en el banquillo dio al traste con sus opciones.
Javier ‘El Vasco’ Aguirre no contó con él, decidido a hacerlo con un jugador más vertical y directo. Su zurda, llamada a gobernar el mediocampo, no encontraba lugar ni en el doble pivote, sitio más propicio para su fútbol, ni, pese a la salida de Verdú, por delante, donde también se puede desenvolver con soltura, como jugador creativo que es. De nuevo, le tocó marcharse.
Fue cedido al Alavés, donde ha militado en los dos últimos cursos. En el primero, fue importante para conseguir la salvación en Segunda, aunque disputó pocos encuentros –trece– por culpa de las lesiones. En el segundo, pasó casi inadvertido –solo nueve participaciones–, en parte por esta tónica que siempre le ha acompañado, por diversos problemas físicos, y porque Alberto «se olvidó» de él.
Y en estas, tras rescindir con el Espanyol, llegó el Nàstic de Tarragona, donde quiere demostrar que no todo está perdido. Y es que es así; no se puede hablar de jugador «acabado» cuando apenas tiene veinticinco años. Zurdo, con gran manejo de balón, creativo y con llegada al área, está llamado a ser diferencial, aunque, por el momento, no se ha hecho con un hueco en el once.
Ha jugado en cuatro de los cinco partidos disputados por el sorprendente Nàstic hasta la fecha, dos de ellos como titular y dos como suplente. Suma 166 minutos, que espera que vayan a más para, efectivamente, aprovechar la oportunidad que le brinda el recién ascendido, y la categoría, de relanzar su carrera. La oportunidad, en definitiva, de hacer ver al mundo que no se equivocaban cuando ponían las miras en él como una gran promesa, aún, por terminar de cumplir.