El Real Valladolid salva un empate en su visita a Soria en un partido en el que acabó con nueve, en el que el Numancia tuvo el balón durante bastante tiempo, aunque solo en superioridad hizo daño
Foto: LFP
No acaba el Real Valladolid de serenarse, de cogerle el resuello a esta temporada. Cinco jornadas después de que comenzase el campeonato, es como ese icono del WhatsApp de los dos ojos y una raya horizontal como boca. No refleja tristeza ni desánimo, pero tampoco todo lo contrario.
Es sabido que se tratará de huir del preciosismo en busca de lo certero. Que desde que llegó Garitano en esas estamos. No menos conocido es, también después del partido ante el Numancia, que todavía falta. Que el curso es muy largo y la liga un mundo. Sin embargo, conviene empezar a ser.
Las expulsiones no deben impedir ver el bosque. Aun sin sufrir, con once, los sorianos llevaron el peso del encuentro. Luego, bueno… No es novedad ya que un rival tenga más ánimo de hilvanar y trenzar jugada que los blanquivioletas. El concepto es el concepto, que diría Manuel Manquiña, y aun así, cabe recordar que dominar no es solo cuestión de tener más posesión.
Si uno tiene en cuenta que el Numancia pareció inofensivo jugando contra once, y que por contra el Pucela marcó, se puede decir que, al menos las áreas, fueron dominadas por los vallisoletanos.
El gol llegó pronto, en el minuto veinte, con un disparo seco, potente, por parte de Mojica. ‘El Correcaminos’ no dejó grandes indicativos de mejora, pero al menos sí pudo marcarse un baile en la celebración del cero a uno. Fue un paliativo a lo poco que se venía ofreciendo hasta el momento, una buena noticia, empero, que podía invitar al optimismo y al crecimiento.
En este último caso, nada más lejos. Aunque por el solo hecho de marcar y no encajar pareciera mejor en los dos lados del campo, el Real Valladolid no se adueñó de la posesión ni del espacio. Así, como en anteriores oportunidades, no llevó peligro a la meta rival; no supo convertir en buenas sus escasas y pobres acometidas.
Aunque podía ser peor, y fue. En el minuto cuarenta, Juan Villar vio la segunda cartulina amarilla y debió irse a la ducha. Fue, probablemente, excesiva; para muchos, se pudo ‘contener’ Piñeiro Crespo a sabiendas de que tenía ya una tarjeta. No fue así y otra vez, la tercera, los pucelanos estaban llamados a jugar en inferioridad.
Pese al poco fútbol y las bastantes imprecisiones, al poco de reanudarse el partido, Rodri marcó el cero a dos. Las cosas del fútbol. El soriano adentró en el área, recibió de Mojica y se marcó una ‘cucharita’ que ya quisieran muchos para sí en otros ‘escenarios’. Pese a jugar con uno menos, o quizá gracias a jugar con diez, como en anteriores ocasiones, los de Garitano amenazaban, sino con una mejoría, al menos sí con llevarse los tres puntos, que es al final lo que vale.
Todavía quedaba un mundo.
Y se le hizo muy grande al Pucela.
En el minuto setenta, Samuel agredió a un rival y el trencilla decretó penalti y expulsión. Julio Álvarez acortó distancias y hubo un enredo poco halagüeño en la puerta, cuando el Numancia fue veloz a por el balón para sacar de centro y, ya, a por el empate. Con dos menos, tocaba la hombrada, acabar con el toro pese a la pobre faena, a ver si por casualidad caía una oreja.
El Real Valladolid se plantó junto a tablas, a sabiendas de lo traicionero que era el astado, y que en una de estas se podía llevar una cornada. Como fuera, tenía que apelar a la suerte suprema para ‘matar’ el partido. Recibió un aviso, en forma de gol, el hecho por el exblanquivioleta Óscar Díaz, pero salvó la papeleta y supo aguantar las últimas acometidas para salvar un punto.
Pese a la asistencia en Los Pajaritos de aficionados blanquivioletas, no hubo petición de oreja; ni siquiera de vuelta al ruedo. Solo saludos, y porque estos son –deberían ser– obligados cuando la afición se desplaza a verte. Una sensación incierta, pesimista, incluso, que indica que el Pucela no sabe, o no puede, al menos aún.
Flaco favor se haría el manido entorno, o el mismo club, si se quedase con la crítica externa en lugar de hacer autocrítica. Las expulsiones cercenan, sí, pero más deben doler los propios errores. La conclusión, seguramente unánime, debe ser que hay que seguir ‘currelando’, que diría el míster. Esta vez pudo ser peor. Para la próxima, debe ser mejor.