La Ponferradina se aprovechó de la expulsión de Juanpe y marcó en tres momentos clave: en su penalti, cuando mejor estaba el Real Valladolid y ya en el añadido

Es verdad. Probablemente el partido no era para un tres a cero. Pero lo fue, para desgracia del Real Valladolid. Tampoco caben demasiados paños calientes, empero. La Deportiva fue mejor y mereció, con mucho, el triunfo.
No es menos cierto que el partido estuvo condicionado por la expulsión de Juanpe, para algunos, rigurosa, incluso, injusta, por considerar que la pena máxima cobrada al central no lo era. Lo cierto, en fin, es que corrió un riesgo que terminó de echar por tierra casi cualquier opción de puntuar.
El gol de Yuri desde los once metros no hacía sino confirmar que El Toralín volvería a causar desvelos entre los blanquivioletas. Si de por sí los de Manolo Díaz estaban siendo mejores, adelantarse fue auspicio de sus jugadores y del jaleo en la grada, voluntariosa a la hora de reconocer el esfuerzo de su equipo.
Este dominaba, pero no terminaba de ser netamente superior. Su posesión se traducía en aproximaciones, pero les faltaba claridad a la hora de crear peligro y bien en los centros laterales o en los envíos verticales la pelota se perdía; embarrada esa posesión.
Al uno a cero le sucedieron unos minutos de desconcierto por parte del Real Valladolid, aunque no las ocasiones. Acorán, que había provocado el penalti y enviado un zapatazo al larguero, siguió siendo el hombre que capitalizaba el ataque, con un Álvaro Antón que trataba de poner la réplica en el costado izquierdo, siempre en un carril interior, a caballo entre la cal y su sociedad con Camille y el toque por dentro.
Cuando los de Garitano levantaron la cabeza y se dieron cuenta de que no por jugar con uno menos iban a esfumarse sus opciones de puntuar, fue tarde. Aunque atrás no se pasaban apuros, debido a que Timor rindió como improvisado central, y aunque Óscar consiguió mejorar la faceta creativa, por norma, pobre desde tiempos inmemoriales, el descanso llegó mientras Samuel calentaba, en lo que prometía ser una vuelta a la normalidad posicional.
Sin embargo, el técnico vizcaíno mostró valentía al no tocar el equipo, de buenas a primeras, en la reanudación. Y el riesgo –seamos sinceros: lo era– parecía ser premonitorio de una reacción, quién sabe si de raza o de fútbol, que podría derivar en la igualada, viendo, también, que Basha ya no estaba para enturbiar su circulación. Pero nada más lejos.
Cuando mejor se encontraba el Real Valladolid, Yuri marcó el dos a cero que dilapidó cualquier opción. Estaba viviendo a un casi del empate, y de ahí pasó a un castigo que parecía excesivo, no tanto porque se hubieran igualado las fuerzas como por ese arreón.
Fue tan solo un reflejo, un oasis, bonito, pero irreal. Un oasis que llevaba el nombre de Guzmán, clave en el eventual renacer de ese segundo periodo. De sus botas llegaron las acciones más peligrosas de los blanquivioletas, que mejoraron, con mucho, a un Alfaro desubicado, que ni fue mediapunta ni fue interior, y que en más de una ocasión permitió, con un sacrificio defensivo escaso, que la Ponfe atacara cuan puñal a un Hermoso que solo pudo hacer aguas.
El dos a cero fue la tumba, aunque quedaba todavía otra palada. Eso sí, los vallisoletanos quisieron negar la mayor y siguieron intentándolo, de tal modo que dispusieron de alguna que otra aproximación que de haber acabado en gol, y no solo en tímida ocasión, quién sabe si hubiera habido partido, que diría el otro.
En ese empeño no cejado llegó el tercero, de nuevo de Yuri, ya en el tiempo añadido, que venía a cerrar un marcador quizá algo abultado y a penalizar a un Real Valladolid al que le faltó algo. No carácter, como en otras ocasiones, pero sí algo. Quizá ensamblaje. ¿Quizá ese undécimo jugador?
En fin; justa o no, lo cierto es que la expulsión de Juanpe lastró al Pucela, y lo peor es que lo hizo de manera sospechada, pues aunque el equipo sacó carácter, nunca fue suficiente, ya que cuando no era creación lo que faltaba, era desequilibrio, y cuando tampoco, el remate. Este, de nuevo, no estuvo en la piel de Rodri, ni tampoco del debutante Diego Rubio.
La victoria de la Deportiva, en buena lid, demostró que la Ponfe volverá a dar guerra, pues rentabilizó sus ocasiones y dio muestras de ser un gran equipo. Para el Pucela, se torna dolorosa por el resultado y por las dudas que para la afición siguen transmitiendo los de Garitano; o peor, por las certezas de algunos de que con lo que hay no será suficiente. Y, la verdad sea dicha, hay que entender a unos y otros, aunque la opinión no se comparta.
Cuando uno recibe tres goles, no puede decir que ha estado bien en defensa. Cuando además apenas crea ocasiones francas de peligro y solo mejora en la sala de máquinas con un mediapunta en posiciones retrasadas, es que la media falla, y quizá también quien acompaña. Y cuando en tres partidos se hace solo dos goles, es que tampoco los de arriba están atinados.
Cuando uno pinta este escenario, parece negro. Aunque no es tan oscuro si uno recuerda que apenas han transcurrido tres jornadas. Y que, en el caso de Ponferrada, el castigo se dio por lo que se dio, porque se jugó en inferioridad durante más de una hora y el rival, que también juega –y muy bien–, marcó tres de sus cuatro oportunidades. Es cuestión de tiempo, quizá, ojalá, que la piezas se ensamblen.