Los blanquivioletas, goleados, no hicieron tan mal partido. En inferioridad no se hundieron: evolucionaron en el segundo tiempo, impulsados por Guzmán
Dos rostros. Dos fueron los que mostró el Real Valladolid. Uno que preocupa, aún en la tercera jornada, y otro que ayuda a ubicar todo en un contexto y a abrir una puerta a la mejora. Es aún septiembre, el conjunto de Garitano continúa en una fase de construcción y adaptación, pero ya suma dos derrotas, ambas a domicilio, que despiertan las primeras decepciones.
Aunque, en un análisis integral de la derrota ante la Ponferradina, el equipo blanquivioleta no estuvo tan mal como refleja el resultado ni como las impresiones intentan imponer. El Valladolid no salió apagado y dócil como en los dos primeros encuentros. Buscó el control de la pelota en la medular, frente a una Deportiva que recurría al balón directo para retrasar la red pucelana hasta su campo.
Antes de la expulsión del central Juanpe, y el posterior gol, a los 20’ de la primera mitad, el Real Valladolid y la Deportiva luchaban por salir ganadores del duelo en el medio del campo.
Ambos erraban en las áreas contrarias. Acorán, considerado por Garitano como el mejor del partido, imponía su calidad individual en banda derecha. Villar, la verticalidad y la amplitud en el ataque vallisoletano. Pero, en zona de definición, la jugada se truncaba.
Inferioridad equilibrada
La expulsión de un defensor obligó a Garitano a reajustar la línea con el retraso de posición de David Timor al centro de la zaga. André Leão se desenvolvió como único pivote, su rol natural, y Óscar González pasó a jugar como interior organizador, en ocasiones paralelo al luso; en otras, escalonado.
Y no salió del todo mal, a pesar de que tras el gol la Deportiva pudo haberse aprovechado de varios errores individuales en fase de salida de los defensores pucelanos. No salió mal, tampoco logró el fin último del fútbol, pero sí una cierta sensación de sujeción del rival.
El Valladolid, en inferioridad numérica, conquistó más balón de lo presumible y depositó en Óscar la manija para verticalizar el pase desde el carril interior. Su penúltimo servicio fue, en determinados ciclos, notablemente exitoso, pero el último paso en situación de ataque no se concretó.
La Ponferradina, por su parte, tenía en el doble pivote Basha-Andy a una pareja complementaria y afinada en el robo de pelota, máxime en el primero. Y, en Álvaro Antón, a un interior que flotaba entre el carril izquierdo y zonas interiores, lo que propiciaba más terreno para que Camille se impusiera a Moyano. Con todo, el Valladolid no se veía superado –marcador aparte- por contar con un futbolista menos. Ni Kepa tuvo que intervenir.
Guzmán y dominio
En el segundo tiempo, el Valladolid ofreció la otra cara. Una vez logrado el objetivo de sujetar al oponente y reducirlo –en términos de superioridad posicional–, el Valladolid fue tomando protagonismo, no sólo en forma de tenencia de pelota, sino también en acercamientos al área de Santamaría.
Y, en este cambio de tendencia, el papel de Guzmán fue primordial. El extremo partió desde la izquierda, en sustitución de un Alfaro sin brillo. Imprimió velocidad, abrió el campo, rebasó a su par y envió centros laterales tan precisos que casi significaron el preludio del empate. El golpeo de Guzmán ayudó a establecer la superioridad del Valladolid en el segundo tiempo.
Además, la Ponferradina ya no podía encontrar en Basha a su recuperador nato, porque había dejado el terreno de juego por Jonathan Ruiz. Su principal argumento, que no pudo desplegar en su totalidad hasta los diez minutos finales, fue el del contragolpe tras pérdida del cuadro de Garitano.
Los blanquivioletas asentaron el bloque de posesión a una importante altura, inclinado hacia la izquierda donde el tándem entre Guzmán y Hermoso sobresalía frente al de Villar y Moyano. Consiguieron mantener a los bercianos por detrás de balón, sin opciones para correr a los espacios de la defensa vallisoletana. Fueron los mejores minutos del Real Valladolid.
Hasta un contraataque del lateral derecho local Adán, sin oposición de un blando Timor, que terminó en gol de Yuri. El brasileño, en el descuento, cerró su triplete. No obstante, el Valladolid, sin merecer acaso más que un empate, no fue ridículo. Con un jugador menos no se desmoronó como tiene acostumbrado al pucelanismo. Aunque el resultado lo castigara.