El cancerbero repite destino tras confirmar su salida del Real Valladolid. Si hace un año se marcó cedido, esta vez lo hace traspasado
Braulio Vázquez vino a decir en la presentación de Manu del Moral que Diego Mariño no se marcharía hasta que no hubiera un reemplazo, y este ya fue confirmado a finales de la pasada semana, antes del partido ante el Alcorcón. Así, era cuestión de tiempo de que el traspaso se diera, y finalmente se ha dado. Mariño es, de nuevo, y ahora de manera definitiva, portero del Levante.
Claro, que la cosa no era solo que llegase Bruno Varela –que este domingo estuvo viendo ganar en Zorrilla a los que serán sus nuevos compañeros–, sino también que Carlos Suárez y Quico Catalán tenían que llegar a un acuerdo, finalmente producido. Curiosamente, meses después de que la entidad levantinista tuviera la ocasión de hacerse con el que vuelve a ser su meta, en una fecha y forma distinta.
Si hace un año salió de malos modos, esta vez lo hace negociación mediante, en la que el Real Valladolid se ve beneficiado al percibir una cantidad de traspaso que se puede considerar importante, teniendo en cuenta el hecho de que previsiblemente iba a ser suplente.
A buen seguro, su marcha no dejará un poso demasiado dulce en la afición blanquivioleta, que quizá piense que el gallego deja otra vez al equipo en la estacada –y además, sobre la bocina–. Sin embargo, el propio club ha mostrado interés en que saliera, debido a ese condicionante económico y deportivo, así como al recuerdo que dejó también en las oficinas lo acaecido el pasado curso.
Por el momento en que se produce su marcha, cabe destacar que no le dio tiempo a redebutar; sí en amistoso, pero no en partido oficial. Por lo tanto, se va habiendo defendido el arco vallisoletano en veintiocho ocasiones –y tras encajar 48 goles–, cuatro menos que las veces que jugó la campaña pasada con el Levante. Con la entidad levantinista firma hasta la misma fecha hasta la que tenía contrato con la blanquivioleta, hasta el treinta de junio de 2018.