El Real Valladolid se impone al Alcorcón por dos goles a cero en un partido que comenzó con dudas y acabó con un merecido y trabajado triunfo
El Real Valladolid se impuso al Alcorcón por dos goles a cero, merced a los tantos de Juan Villar y Óscar, en un encuentro en el que se vio obligado a ser paciente para disipar las dudas iniciales y convertirlas en la certeza de sus tres primeros puntos a fuerza de trabajar y esperar que el conjunto alfarero cayera por su propio peso.
Cuando uno habla de esperar, no es que se refiera a que los de Garitano aguardaron a verlas venir a que el rival viniera, sino que este salió con arrojo, con ganas de dominar el partido y dañar a los blanquivioletas. Desde el inicio, los de Muñiz trataron de llevar la manija, de mover el esférico en campo contrario o de robarlo ahí, no tanto porque ejercieran una presión muy asfixiante sobre la salida enemiga como porque su línea defensiva estaba muy adelantada.
En ese primer tramo de encuentro quizá alguno quiso ver –o incluso– vio algún rescoldo de un viejo Pucela, frío, sin alma, inoperante. No era así. Aunque empezó a merced del Alcorcón, el Real Valladolid no se vio superado, debido a que defiende distinto, defiende mejor y no fue el del Alcor un ataque kamikaze o de esos dañinos.
Con el balón en su poder, el once vallisoletano intentaba ser práctico, pero caía siempre o casi siempre en el mismo error: el fuera de juego. Así, empezó a pergeñar su plan percutiendo los costados, pero las intentonas no tenían la repercusión anhelada debido a que el línea siempre levantaba la bandera. Sin embargo, los operantes, los activos, o aquellos a los que se pedía operar y activarse, estaban por fuera, o como el caso de Juan Villar, aparecían cayendo al costado.
Sin ser netamente superior, el encuentro fue cambiando de color con el paso de los minutos, del oscuro alcorconero a tonos más claros. Sin la precisión deseada, en desarrollo y ejecución, pero el Real Valladolid fue mejorando y aproximándose a la meta del serbio Dmitrovic con sed de gol. Quería ser ancho, quería ser profundo y, además, en un par de ocasiones estuvo a punto de aprovecharse del balón parado, en sendos remates de sus dos centrales.
Con el transcurrir de los minutos, y ya en la segunda mitad, el control se tornó mayor, sobre todo tras la expulsión de Chema Rodríguez por doble amarilla. Con uno menos y ya fatigados, los amarillos –esta vez negros– dejaron de achicar espacios con la facilidad del primer tiempo y los blanquivioletas terminaron atinando en aquello de apuñalar por los costados.
Mojica, que entró como lateral y ya en superioridad, es experto en eso. Como se comprobó el pasado curso, y en sus primeros minutos oficiales en el nuevo sobre el tapiz de Zorrilla, ataca los espacios con maestría, una que se demuestra con los metros que Garitano le dio, por el propio modelo de juego que propone el vizcaíno, que le permite aparecer más que estar, y porque aparece más y mejor cuanta mayor distancia tenga por delante.
‘El Correcaminos’ lo fue como en sus mejores días, y así, saliendo desde atrás, desde poco más allá de la zona que delimita su área, arrancó junto a la cal en dirección a la meta rival, se fue por velocidad y prácticamente apurando línea de fondo envió un centro fuerte, medido, hacia el segundo palo, donde apareció Juan Villar para hacer su primer tanto con su nueva remera.
No es que la superioridad hiciera que los de Muñiz dieran un paso atrás, es que con uno menos estos, a la fuerza, dejaron más espacios, y los jugadores interiores de zonas más retrasadas del Real Valladolid –del medio para atrás– pudieron lanzar con más soltura balones diagonales hacia las bandas, donde siempre aparecía alguien para hacer daño.
Pese a todo, el Alcorcón no se rindió y tuvo sus ocasiones, en las botas de Óscar Plano, que envió un balón a la cruceta, y de David Rodríguez, que obligó primero a Kepa a hacer un paradón y luego envió alto el esférico en un remate a bocajarro. Con anterioridad, el talaverano había tenido ya una oportunidad, si bien hay que destacar también que, con el cero a cero, evitó bajo los palos un gol vallisoletano, al igual que Dmitrovic, con una mano a bajo en respuesta a un despeje de un compañero que se iba hacia su puerta.
Dicho así, parece que el partido hubo que sufrirlo, y quizá no tanto, pero sí al menos hubo que trabajarlo. Con la entrada de Álvaro Rubio, el Real Valladolid pasó a formar con tres jugadores en la media y trató de engañar al Alcorcón, creyendo que dormiría el encuentro, y sin embargo, lanzándose al cuello con la agitación anterior; con balones verticales y preferentemente hacia la banda.
Y así llegaría la sentencia, con una apertura certera de David Timor hacia la derecha, donde surgió la figura de Juan Villar, ya como extremo puro, para poner el esférico en el área, donde ‘papá’ Óscar –acaba de serlo por segunda vez– marcó el dos a cero definitivo. Llegó este tanto con el tiempo ya casi cumplido, sin tiempo para más que para que el escaso público que quedaba en Zorrilla –fueron 8.016 y, como siempre, un puñado se fue antes– aplaudiera a su equipo en su primera y merecida victoria.
Esta llegó a fuerza de insistir, de percutir por fuera para intentar que los jugadores exteriores repercutieran en el marcador. Dicho así, puede sonar evidente, pero la afirmación tiene su aquel: el nuevo Real Valladolid se orienta hacia afuera y busca que sus ataques aprovechen espacios cercanos a la cal, principalmente las espaldas de los laterales, aunque también los carriles entre estos y los centrales.
El hándicap mostrado por el modelo, al menos en este segundo encuentro, está en la poca activación de Óscar, quizá para algunos oculta detrás del gol. Aunque, claro, no todo puede ser perfecto. No lo fue contra el Alcorcón, y seguramente jamás lo sea, si bien la cercanía pasará porque el ‘diez’ se encuentre y sea encontrado. Paciencia, esto no ha hecho más que empezar. Para lo bueno o lo malo.