Un Real Valladolid inoperante en ataque saltó a El Arcángel sin centro del campo ni lateral derecho. Y evidenció con descaro las carencias que Garitano reclama sepultar
El Real Valladolid se desplegó en El Arcángel como si el equipo en fase de recuperación tras un penoso descenso fuera él y no el Córdoba. Técnicamente nefasto, ofensivamente romo, afectado por las consecuencias de la carencia de futbolistas clave en algunas posiciones: en construcción.
Nunca llevó de manera continuada el mando del partido. El Córdoba, protagonista, campaba en campo rival, donde imprimía una intensidad que suponía la única batalla en la que los pucelanos parecían igualarse. El conjunto de Garitano, en un repliegue medio-bajo, eso sí, parecía tener las ideas claras en la manera de presionar. Unos movimientos que desvelaron algunos matices interesantes, como el establecimiento de un sistema de presión por zonas, y no a gran altura como se ha visto en la pretemporada.
Sin embargo, la calidad de las bandas cordobesistas y el arrojo de Xisco entre líneas sobrepasaron el entramado defensivo del Real Valladolid, equipo que enarboló como línea argumental más fiable el contragolpe. Si se producía robo, algo que sucedió más habitualmente en tres cuartos del ataque local, la pelota, en lugar de pasar de forma común por Timor o Leão, volaba en dirección a un móvil Rodri o a Villar y Mojica.
Y ya. Porque al Valladolid lo asolaron dos defectos importantes que condicionaron la inferioridad con la que disputó el partido: el desacierto técnico, maximizado en el doble pivote –y subrayado por Garitano en rueda de prensa- y en ataque, acompañado del sufrimiento de Javi Chica para soportar el duelo individual con López Silva primero y Nando después.
Doble pivote anulado; lateral derecho superado
La sala de contención y creación parecía estallar en un cóctel insalvable de desidia, lentitud y parálisis. Timor, que completó un partido gris, acompañado de Leão, que completó un partido negro, no pudieron en ningún momento imponer una superioridad posicional sobre el dúo Markovic-Luso, a quienes auxiliaba Xisco. El mediocampista portugués llegaba tarde a las disputas, erraba en envíos fáciles, destilaba una pusilanimidad preocupante y, en suma, se desdibujó como su compañero de doble pivote.
El Córdoba potenció la velocidad de López Silva contra Chica, superado físicamente, y enfocó a Nando, convertido en el jugador del choque cuando permutó al extremo zurdo. El exvalencianista, además, fue el único cordobesista capaz de rebasar en algunas situaciones a Mario Hermoso, el blanquivioleta más destacado junto a Kepa.
Además, el valor del encuentro del lateral izquierdo fue doble: tuvo que enfrentarse no sólo a los exteriores del Córdoba, sino también a Mojica. El cafetero estuvo insolidario en la transición defensiva y caótico en la basculación. Pese a todo, Hermoso traspasó la medular y surtió de centros laterales que buscaban la segunda jugada, la esperada aparición de un Óscar contagiado por el error que poblaba cada maniobra ofensiva del Valladolid.
Los blanquivioletas, que mejoraron tenuemente en el segundo tiempo, sólo controlaron más pelota en terreno rival cuando Álvaro Rubio entró en sustitución de Mojica y se ubicó en la banda izquierda de un 1-4-4-2 (en el que Óscar y Caye hacían de referencias). El capitán, con una evidente tendencia a la asociación interior, intentó despertar del letargo a Timor y a Leão
Rubio buscó ser el tercer hombre, quien recibiera solo para poder decidir la mejor opción entre líneas, pero terminó siendo el único. Nadie lo acompañaba. No había creatividad, sino una sucesión de pérdidas de balón inadmisibles para un equipo que pretenda reaccionar al dominio local.
Inexistente último pase, magia inexistente. Ni un gesto memorable, salvo la esperanza que puede acarrear la actuación de Hermoso. El Valladolid, pequeño, vacío en algunas posiciones, solicitó en el silencio de la primera derrota la obligación de sumar a un delantero alto y de lograr un corazón que palpite en un medio del campo impersonal y vagabundo. Para empezar.