Marcelo Silva llega al Real Valladolid con el objetivo de los anteriores centrales firmados, dotar a la zaga blanquivioleta de seguridad y carácter

Cuando de competitividad se habla para una zaga, históricamente el término se relaciona, en Europa, con defensas italianos, y en Sudamérica, con los argentinos. Aunque no son los únicos al otro lado del gran charco. Existe también un mito, el del jugador charrúa, como aguerrido, validado en el balompié reciente con la presencia de jugadores como Paolo Montero, Diego Lugano o, aún más, Diego Godín, el hijo de ‘El Cholo’ en el césped.
No es Uruguay un país de los llamados grandes. Madrid le dobla en población y le triplica en extensión. Pero algo tiene, que está bendecido por el dios balón, que le ha sonreído en esta década con un cuarto puesto en el Mundial de 2010 y con la Copa América que se disputó un año más tarde.
Quizá sea porque la lucha va en su carácter. Su propio apodo, ‘charrúa’, es asimilado históricamente con otros términos como «jaguares» o «destructores». Y, de siempre, eso de carácter se ha utilizado con otra vertiente, con el significado de luchador, guerrero; fiero. Y para dotar de estas características a la zaga blanquivioleta llega Marcelo Silva.
El ya nuevo jugador del Real Valladolid arriba a Zorrilla por un año, procedente de la Unión Deportiva Las Palmas, donde coincidió con Guzmán, y después de lograr el segundo ascenso a Primera de su carrera –antes lo consiguió con el Almería, club que le dio su primera oportunidad en Europa.
Su primer curso en España no fue todo lo exitoso que hubiera querido; quizá un poco más en lo personal que en lo grupal. Jugó veintiún partidos en el Almería; casi de manera ininterrumpida después de la marcha de Juanma Lillo –para quien contó poco–, primero con Oltra y después con Roberto Olabe. Sin embargo, no pudo evitar que su equipo diera con sus huesos en Segunda.
La falta de confianza que encontró con Lillo la halló el año siguiente con Lucas Alcaraz, que solo le dio dos oportunidades para demostrar su valía, tan escasas que en el mercado invernal salió en dirección al Peñarol de Montevideo, donde disputó en la segunda mitad de la temporada diecisiete encuentros e hizo dos goles.
Volvió a España y fue parte activa del ascenso del Almería a Primera División bajo las órdenes de Xabi Gracia, para quien no era indispensable, pero sí una de las primeras piezas del engranaje que se activaban en la segunda unidad cuando Hernán Pellerano –otro sudamericano de esos ‘duros’– o Trujillo no estaban.
A esto le sucedió, de nuevo, la nada. Francisco sustituyó al exblanquivioleta en el banquillo de los Juegos del Mediterráneo y solamente jugó dos veces, esta vez sí, en un año con más éxitos en Primera, traducidos todos ellos en la postrera salvación de la que hasta esta temporada han disfrutado. Por eso su siguiente paso fue salir.
La Unión Deportiva Las Palmas le acogió, y aunque el escenario era difícil, con Aythami y David García consolidados en el centro de la zaga, fue lo que en basket vendría a ser ‘el sexto hombre’. No es un decir; fue el duodécimo hombre más utilizado en liga por Paco Herrera, en veintidós ocasiones, y gracias a ello acumuló 1.668 minutos.
Marcelo ‘El Guerrero’
Sin ser capital, fue importante. El tercer central, la segunda vía. La opción a la que recurrir cuando hacía falta pierna dura. Porque, básicamente, eso puede aportar, contundencia, intimidación, como el pívot de la segunda unidad que sale a fajarse y a meter el codo en las costillas de aquel que amenaza con destrozarte bajo el aro.
Es seguro en el corte, de esos centrales que tratan de anticiparse, y de los que no temen al tackling. De los típicos con la cinta del guerrero en la cabeza –en Las Palmas no la lució– y tendente a llevar el pelo algo largo, para dar más sensación de fiereza. De los que uno imagina pegajoso e intenso en la marca, capaz de despejar por alto balones, melones y hasta alguna lavadora, y de los que rugen cuando gritan gol, haya sido de un compañero o propio, pues él también los hace –en alguna ocasión: cinco en España y cinco en Uruguay en los años que lleva como profesional–.
Viene a ahondar y a dar un paso más en el tipo de central que es Samuel, que será competidor y una especie de híbrido entre el nuevo central y Marcelo ‘El Guerrero’. Es capaz de ser líder, de mostrar la jerarquía de un veterano –charrúa, decíamos–, no cabe esperar de él que saque el balón como Juanpe, o como Valiente o Rueda; sí que no muestre fisuras (o intente no hacerlo, lógicamente).
Y a pesar del rol y del perfil comentado, no es un central demasiado tarjeteado, lo cual invita a pensar, todo uno, en Garitano aprovechándose de su intensidad para competir, competir y competir. Que él se aproveche de su estancia en el Real Valladolid, logrando un tercer ascenso y abandonando la segunda unidad para hacerse por fin con un hueco, depende de él. De su orgullo y su garra charrúa.