Patxi Ferreira, Julio Hernando, Santisteban y Ribera serán los acompañantes del nuevo entrenador en el banquillo de Zorrilla

Probablemente en los últimos años se haya vulgarizado el término de ‘mito’. Como en tantas otras cosas, las redes sociales han sido colaboradoras necesarias de este empobrecimiento. Ahora mito ya no es aquel que es un mito. Ahora mito es… casi cualquiera más o menos con currículum. Dicho esto, y sin afán de menospreciar, varios de los integrantes del nuevo cuerpo técnico del Real Valladolid lo son.
Hoy los mitos son aquellos de los que uno se acuerda con una sonrisa, a los que recuerda en cuanto oye el nombre. Como suele decir quien escribe –que también ha restado ‘divinidad’ al término; ya se sabe, donde fueres…–, más mitos que Perry el ornotorrinco. ¿O acaso hay alguien que no haya dicho «¡ostras!» al ver que Patxi Ferreira o Ribera acompañarán a Garitano en el banquillo de Zorrilla?
A Patxi Ferreira, segundo entrenador, es difícil no recordarlo con la nariz ancha, no tanto porque la tuviera –que, dicho desde el mayor de los respetos, también– como por la tirita que utilizaba para, se decía en la época, respirar mejor. Y no era el único Patxi al que se le veía con rudeza por aquello. Salinas, el hermano de, también la usaba. Era la época de Clemente, la del patapúm pa’rriba, y en la que no pasaba nada por decir «mariquita el último». En la que ser reyes no era más que un sueño, pues ni siquiera había previsiones de que lo fuera a ser una periodista.
Ferreira, que era central –cómo no–, jugó 358 partidos en Primera División. En el 88 debutó con la selección, aquella más furiosa que la simple roja de hoy, en un amistoso en Oviedo contra Yugoslavia, después de hacer carrera en las categorías inferiores –fue finalista en el 85 del Mundial sub 20; como parte de un combinado en el que estaban otros como Juan Carlos Unzúe, Lopetegui, Marcelino, Gay, Nayim o Goicoetxea–.
Militó quince temporadas en la máxima categoría, en equipos como el Athletic, Atlético de Madrid, Sevilla, Valencia y Rayo, vio nada menos que 109 amarillas y nueve rojas en toda su carrera y ganó dos Copas del Rey y una Supercopa de España. Ya como técnico, ha estado siempre ligado a Gaizka Garitano, ocho años más joven que él, y con quien compartió vestuario solo de manera puntual en el curso 1997/98.
Con ellos, como analista, estará Ribera. Sí, sí. Ese. El que estaba junto a Djukic cuando resopló como un lobo asustado en la que muchos recuerdan como la madre de todas las (no) Ligas. Aquel quinto elemento de una defensa mítica –¡otra vez!.–, la del SuperDepor original, el primigenio, todavía no (demasiado) inflado por el dinero.
Djukic, Voro, López Rekarte, Nando y él, Liaño na porta… Donato, Fran ‘O Neno’, Mauro Silva o coxo… Claudio, Bebeto, Manjarín, Paco Jémez…
Y, oh, casualidad, ¿quién empezaba a asomar en aquel Depor? Efectivamente, Braulio Vázquez. No tuvo minutos aquel año, pero su habilidad apareció –eso sí, con cuentagotas– en el siguiente, en el que Ribera aún andaba por A Coruña, presto y dispuesto para elevar a los cielos al mítico –vaya…– Arsenio Iglesias y la Copa del Rey, primer título deportivista.
Su currículo en Primera es menos extenso –162 partidos–, y él sí ‘tocó’ la Segunda –110–. En total, jugó entre las dos categorías, 262 encuentros, en los que vio 121 amarillas y cuatro rojas –vamos, defensa de pierna dura– y marcó cuatro goles. Como entrenador, ha ejercido de segundo de Lotina en la Real Sociedad (donde también jugó), el Deportivo y el Villarreal.
Un anónimo* experto y una leyenda de andar por casa
Vale, hasta aquí de mitos. Ya no más. Vayamos ahora con las leyendas. Sí, sí, tienen razón; pasa parecido que con el anterior término. De golpe y porrazo cualquiera lo es. Hasta Will Smith en la película, esa que puedo decir que no me gusta sin haberla visto –a mí es que las americanadas y él haciendo de él…–.
Cuando el fútbol modesto era de barro y los balones Mikasa, a José Manuel Santisteban se le podía ver metido en algún charco intentando atajar algún pedrusco. Seguramente a él sea más difícil reconocerlo, pero lo cierto es que forjó también una carrera, en la Segunda B y en Tercera, con alguna que otra experiencia en Segunda.
Jugó en el Barakaldo y en el Alavés, en el Laredo, el Recre y el Xerez, y alcanzó la Primera con el Logroñés en el 96, aunque Miguel Ángel Lotina no le hizo debutar jamás. Y de ahí, a Huelva de nuevo, al Polideportivo Almería, el Mensajero, el Ourense y el Burgos. Lo dicho; un picapedrero, de los de antes, que hoy, pese a que el fútbol vuelve a ser modesto en las categorías históricamente modestas, no encontraría parangón.
El equipo de trabajo de Garitano lo completa como preparador físico Julio Hernando, un hombre de la casa, que lleva unido al Real Valladolid veinte años. Con él, si uno tirara de hemeroteca, podría hablar también de experiencia como futbolista, pues lo fue, por ejemplo, en el Terrassa, en la Segunda División B. Aunque él es leyenda.
Es leyenda por esa ligazón histórica al club, porque él encarna la familiaridad profesional y la profesionalidad familiar que impregna las paredes de Zorrilla. Estuvo en el primer equipo ya con anterioridad de la mano de Moré, Fernando Vázquez o de Antonio Santos, y en el filial en diferentes etapas, como la reciente, en la que el Promesas ascendió a Segunda B y se mantuvo holgadamente.
A su llegada Garitano dijo que quería alguien de Valladolid que le acompañara, que para él es un hábito –quiere que sea, esta es su primera experiencia allende los lindes del País Vasco– rodearse de gente de aquí, sea el aquí donde sea. Difícilmente podría encontrar alguien mejor para el puesto a estas alturas, por sentimiento y capacitación.
Es trabajador incansable y un blanquivioleta infatigable. Julio Hernando es Valladolid, que decía Djukic, y ha sido apoyo vital para diferentes entrenadores, por ejemplo, en distintas etapas de ese filial, como las más recientes, con Manuel Retamero, Javi Torres o Rubén de la Barrera al mando.
Es difícil encontrar a alguien que hable mal de él e imposible cuestionar su capacidad a estas alturas. Su sentimiento, fuera de toda duda, ayudará, como estas cuestiones, a que los recién llegados, los mitos, Garitano y el anónimo experto, se sientan como él siempre está: como en casa.