El Real Valladolid conjuntó, al fin, el talento, la intensidad y la concentración, en un marco de superación competitiva tras recibir un golpe moral que lo pudo haber sacado del cruce

Frustra y baila pegado a lo paradójico que el Valladolid destilara el diez de junio una intensidad inaudita esta temporada; una garra ingobernable como no había lucido antes; un dominio tal ante un rival directo, mejor clasificado; una capacidad de supervivencia abismal que parecía haber dejado escondida para el último turno, como los postres o los regalos envueltos en las cajas más grandes.
El Real Valladolid realizó el partido más completo del año. No, no fue por juego, anulado durante los primeros veinte minutos de partido, desatado en los restantes, hasta las expulsiones. Puede catalogarse de tal forma porque promovió la manera en la que sabe imponerse a los oponentes: a través de la pelota, excitado sin ella para volver a tenerla. Los blanquivioletas ganaron los balones divididos; corrían más que la UD para recuperar el dominio basado en el juego asociativo. Los conquistaron, aun a falta del gol, acariciado incluso con nueve.
Tal vez ésta haya sido la creación final que anheló Rubi cuando llegó al Nuevo José Zorrilla: un equipo que se identificara con una incansable ambición capaz de minimizar las ventajas competitivas de un rival establecido en el mismo nivel. Que no descansara hasta reducir al otro. Porque al Valladolid este curso se le ha achacado la fijación demasiado ‘febril’ al de enfrente. En la ida de semifinales se vio a sí mismo, se sintió competente para reaccionar a un gol precoz como no lo había hecho aún.
Rubi formó con Chica, Samuel, Rueda y Peña en la defensa; una franja de tres mediocentros: Timor como interior suelto, Leão en el vértice bajo y Rubio como organizador mixto; una línea intermedia con Hernán Pérez escorado a la derecha y Óscar flotando entre el carril del diez y el interior zurdo; y, en punta, Roger.
Herrera, por su parte, sorprendió colocando a Valerón de inicio, al lado de Castellano y Cúlio, por delante de una línea defensiva de cuatro y comandado en ataque por Viera, Araujo y Roque. En principio, el sistema hacía vaticinar que la batalla por dentro, al menos numérica, sería igualada. Que sobre ésta podrían perfilarse las tendencias que se producirían en el partido.
Hasta el 20’, la UD exhibió una descarada superioridad con pelota, acierto técnico en los pases y una clarividencia en la generación de fútbol ofensivo que pudo haber terminado con dos goles en los primeros diez minutos. Sólo fue uno, del mejor futbolista amarillo, Araujo. Las Palmas buscaba las espaldas de los centrales –sabedores de que estos no destacan por su velocidad en el repliegue-, mientras que el Pucela, aturdido, abusaba del envío largo a Roger para poder salir y respirar.
Rubi explicó en rueda de prensa que una corrección en la presión comenzó a dinamitar el principal dominio isleño. El primer ataque claro por dentro terminó con un pase vertical de Rubio a Hernán Pérez. Gol. Reacción ante el acercamiento de la debacle: primer signo favorable para los pucelanos. Desde entonces, el partido cayó, a puntos, del lado blanquivioleta.
El mecanismo ofensivo que empleó el Real Valladolid en el primer periodo alumbraba varios protagonistas y zonas donde estos influían. En primer lugar, el dibujo 1-4-3-2-1 lució asimétrico, pues Hernán, en banda derecha, alimentaba la amplitud que Óscar ‘restaba’ en el opuesto. Este déficil en la ocupación de espacios en el sector zurdo lo maquillaba, en cierta medida, Timor, muy presente a una importante altura.
Impulsado por la progresiva confianza que le había otorgado el empate, el Valladolid hiló varias circulaciones en campo rival, generalmente orientadas hacia el extremo derecho. Ahí, Hernán, tremendamente inspirado, superaba la ayuda defensiva de Cúlio a Ángel. Diagonales, centros. Atraía la basculación defensiva canaria hacia su zona, conque la contraria quedaba vacía.
En este balanceo ofensivo, los tres medios pucelanos tuvieron un papel preponderante. Las Palmas no lograba salir del bloque defensivo bajo al que le había sometido el Valladolid.
Paso al 4-3-3 abierto
En el segundo periodo, Herrera advirtió que Valerón no podía aguantar más y lo sustituyó por un futbolista más fresco, Hernán Santana, para bregar con los tres volantes pucelanos. Entretanto, el Pucela saltó con el propósito de instalar una presión alta que imposibilitara al cuadro de Las Palmas volver a hacerse con la pelota. Rubi, a los 12’, decidió dar una vuelta al guion táctico con la entrada de Mojica por Óscar. La formación pucelana viró al 1-4-3-3 con dos extremos amplios para llegar también por fuera al área de Raúl.
La superioridad blanquivioleta siguió intacta. Aunque no disponía de ocasiones claras, los acercamientos se sucedían y la sensación que flameaba en el Nuevo José Zorrilla invitaba a pensar en la remontada. El técnico de la UD pretendió cambiar la cara del encuentro con la sustitución de Momo por Roque y, más tarde, por lesión, de Vicente Gómez por Jonathan Viera.
Hasta la roja a Javi Chica. O, en realidad, no. Ni con diez, el Valladolid perdió los signos que había dejado aflorar. Rubi recompuso piezas: quitó a un Hernán agotado después de una fabulosa actuación y a Rubio por Herrero y Omar.
El reconvertido lateral, que volverá a jugar presumiblemente en las islas, se desempeñó en la zona dejada por Chica. Omar se perfiló al extremo derecho. Todo igual. Hasta la roja a Timor. O, en realidad, tampoco. Ni con nueve, el Valladolid perdió la aureola que había logrado unir entre la mezcla de juego, intensidad, fe, presión y concentración.
En evidente inferioridad numérica, naturalmente, la presencia en los últimos diez minutos en terreno contrario se difuminó. El Valladolid intentó cerrar pasillos interiores gracias a las posiciones más centradas de Omar y Mojica, y reforzar la transición defensiva. No sufrió lo que parecía presumible. Defendió bien y gozó de una ocasión para marcar.
Tras el empate, presos de un mar de emociones cruzadas, los blanquivioletas proclamaron que habían elaborado, al fin, en el fin, la creación que imaginó Rubi. Y que no quieren dejar escapar en el Estadio de Gran Canaria. Dieron con ella y, por ello, aún confían.