El Real Valladolid se olvida de ganar en un partido en el que pudo golear, ya que tuvo al Sabadell a su merced y desplegó un buen juego

creador de ‘Campeones’ || Foto: Fangamers.com
«Soy yo. Soy bello. Soy feo. Soy alto. Soy bajo. Soy el delirio y la locura. Soy justo y soy injusto. Soy blanco, azul, negro, naranja; el de ayer, el de hoy, el de siempre. Soy la peor pesadilla y el mejor sueño. Soy mágico, único, inolvidable; perfecto. Soy poesía. Soy todas las preguntas y soy la respuesta. Soy la alegría para unos y la tristeza para otros. Soy el gol, y sin gol, no hay fútbol».
De esta manera se presentaba el orgasmo del fútbol hace algún tiempo en un anuncio de Gol Televisión. Como todo, y como provocador de la más absoluta nada en su ausencia. Porque no cierto es que así es. Sin gol, no hay fútbol. Uno puede esmerarse, como el Real Valladolid ante el Sabadell; jugar bien, dominar y crear peligro, que si este es inerme y no se resuelve con un desgarrado grito, de nada vale.
Bien; puede discutir esta afirmación un ‘menottista’ o un fan de Guardiola, que viene a ser, en los últimos tiempos, algo parecido. Incluso quien escribe tiene el más absoluto convencimiento de que jugar lo que se ha tenido a bien a llamar de ese modo, bien, y no bonito, es el camino menos pedregoso hacia el éxito. Sin embargo, la máxima real, de Perogrullo, es que el más corto es aquel de los goles, que son portadores del triunfo.
El debate metafutbolístico se podría quedar a un lado a la hora de explicar qué pasó entre el Real Valladolid y el Sabadell, pero es difícil. Resulta complicado no destacar la paradoja que supone que los de Rubi jugasen en Zorrilla uno de sus partidos más completos y que esto no fuera suficiente para ganar. Si hablamos de jugar bien, quizá ante Sporting, Zaragoza o Barça B se hizo mejor. Si hablamos de jugar bonito, atractivo, al toque, quizá el envite no tenga parangón.
Los blanquivioletas supieron dominar y hacer circular el balón con fluidez y relativa facilidad en tres cuartos, con André Leão y Álvaro Rubio pisando más terreno de juego ajeno que en otras ocasiones el doble pivote y tres activos inquietos –y viceversa–, Mojica, Hernán Pérez y Roger, a los que les daba igual ir al espacio que recibir al pie; dañaban.
El conjunto arlequinado empezó como queriendo dar la razón a Mandiá, que había venido a decir que vendrían a Zorrilla a ser protagonistas, como se dice ahora comúnmente. Inofensivo, vio como no solo no llegaba a las inmediaciones de Javi Varas, sino como pronto empezaban a rondar los locales la puerta de Nauzet, y se amedrentaron rápido.
A los diecisiete minutos,un hiperactivo Hernán Pérez golpeó la cepa del poste con un zurdazo, primero de los muchos avisos que jamás se convirtieron en castigo. Poco después, Mojica aprovechaba un pase de tiralíneas para servir al corazón del área, donde Óscar remató al fondo de las mallas un envío invalidado por supuesta posición incorrecta.
No pareció importar demasiado que el gol de ‘El Mago’ no subiera al marcador, viendo cómo iban las cosas. Él mismo pudo anotar más tarde, tras hacer un brillante sombrerito dentro del área y, a la media vuelta y sin dejarla caer, rematar a bocajarro. También Roger la tuvo, con un misil que dio en el palo, o Marc Valiente, en una jugada posterior a un envío a balón parado.
Faltaba nada más que concretar, algo que habría que hacer en la segunda mitad, en la que las ocasiones serían menos, empero. Y en parte fue así porque, como luego diría Roger –con otras palabras–, al quedarse en inferioridad por la expulsión de André Leão, al Pucela le faltó llegar con la pulcritud de la primera parte.
El ‘León de Freamunde’ vio la roja directa por una entrada por detrás, dura y a destiempo, poco después de que Martínez Munuera no viera un claro penalti por manos. Que tampoco daba la sensación de que fuera a condicionar del todo, ya que cuando se produjo quedaba todavía más de media hora, tiempo suficiente para convertir el acoso en derribo.
Rubi se la jugó dando entrada a Timor por Samuel para seguir dominando la parcela ancha sin perder mordiente y, en cierto modo, la cosa salió. También tuvo que ser, probablemente, que desde que el Sabadell recibió la primera ocasión del partido se cerró tanto que solo le faltó poner como tercer central a Cesc Hiroshi, el dibujo que decora su autobús, concebido por el creador de ‘Oliver y Benji’.
La fatiga se acabó notando más que la entrada de Túlio de Melo y Óscar Díaz, por ejemplo, en Chica, que tuvo que ser atendido en la banda. El reloj de arena se fue consumiendo, con la sensación de que lo hacía más rápido que debía empujado por el Sabadell, que era todo lo contrario, total y absoluta parsimonia, y al final castigó a quien más quiso y premio al que menos hizo.
Al contrario que en otras ocasiones, parece difícil reprochar nada a un Real Valladolid netamente superior a su rival, que quiso pero no pudo. Peor ha sido en el pasado, cuando los blanquivioletas fueron fríos. En esta ocasión estuvieron ‘solo’ desacertados, algo que se debe entrecomillar porque, llegados a este punto, el más mínimo error penaliza.
Ese golpetazo en la mesa esperado y deseado se pudo producir, pero no. Habrá que esperar al duelo contra la Unión Deportiva Las Palmas, a ver si allí el gol hace acto de presencia. Jugando como contra el Sabadell, habrá más opciones; más oportunidades para que, en fin, los tres puntos sean suyos y lo que hacen se pueda llamar buen fútbol.