El Real Valladolid aguarda el completo regreso de ‘Billy el Niño’, quien encarna los valores del carácter, la tenacidad y, en esencia, la fe. Lo que necesita el club blanquivioleta

Suele suceder que, cuando la relativa calma amenaza con caer en trastornos ocasionados por repentinos reveses, las personas se fíen a una figura, considerada en un estrato moralmente elevado, para mantener la fe y la mente clara. Un asidero que relativice el dolor de los cambios y se disponga como un ilusorio alter ego.
El Real Valladolid, esta temporada, ha añorado un líder sentimental en el que descargar los lloros y depositar las preocupaciones para moldearlas hasta exhibirlas como oportunidades. La representación mental de uno mismo que sosiegue y purgue la negatividad a mediados de semana para llegar robusto y pletórico al siguiente reto. Lo añoró porque aquel cayó lesionado hace seis meses y, desde entonces, ha tomado la imagen paradigmática de la fe.
Roger Martí sufrió el veintiocho de septiembre de 2014 la rotura del ligamento cruzado anterior de la pierna derecha cuando los pucelanos se enfrentaban al Sporting de Gijón en El Molinón. Hasta ese momento, el delantero valenciano había pugnado por establecerse en el once titular y por recabar protagonismo dentro del campo.
Fuera, experimentó un fenómeno que suele emerger de la ligazón entre los clubes deportivos y sus seguidores, sobre todo si estos se sienten huérfanos de una referencia. Apenas recién llegado a Valladolid, se granjeó una súbita y natural simpatía por parte de la masa social blanquivioleta, como sin él vieran a un Víctor, a un Guerra o a un Joseba Llorente. No era sólo cuestión de que su fútbol pudiera entrar por los ojos al aficionado. Trascendía lo tangible.
Entonces, tras la lesión, el club se precipitó hacia una grave sensación de soledad en el gol que obligó a Rubi a remover la estrategia y los esquemas para rellenar un vacío prolongado hasta finales de diciembre. La primera crisis seria de los pucelanos, posterior a la lesión de Martí y coincidente con una sequía goleadora y con una cadena de resultados negativos, elevó al plano mediático la indubitable necesidad de contratar a un delantero de área.
Aunque ‘Billy el Niño’ no es específicamente jugador de área, aunque sí punta de lanza. De ahí que, al mismo tiempo, la sensación que imperase es que la manera de nutrir el balance ofensivo del equipo había sufrido un viraje y, aun sin empeorar, este se había mostrado, por momentos, carente en movimientos de ruptura interiores.
En su personal odisea, Roger, desplazado a Valencia para desarrollar el plan de recuperación física con el Levante, club al que pertenece, se afanaba en mantener actualizadas las redes sociales para informar de su rutina a sus seguidores. Cada fotografía o microvídeo que colgaba en la Red irradiaba una carga positiva que inducía al hincha pucelano a contemplar al ariete como un componente positivo que mantendría engrasada la ilusión en el proyecto de ascenso. A prueba de turbulencias.
Con todo, Rubi y su plantilla se volvieron a chocar con una serie de dificultades, asentadas en su mayoría en una mezcla explosiva de falta de identidad en el juego e inacción frente a las vicisitudes negativas especialmente padecidas fuera de casa.
Y, en el fondo del escenario, Roger, cuyo final del periodo de convalecencia se advertía cada vez más cerca y cada vez más perentorio. No tanto por la obligación de contar con más mordiente goleadora –aspecto subsanado con Pereira, Túlio y Hernán Pérez–, como por la conveniencia de alumbrar, de nuevo, a un futbolista que simboliza los valores del carácter, la perseverancia, la determinación y, en suma, la fe.
Y no sólo eso. Aunque Pereira está capacitado para, como ‘nueve’, romper al espacio, Roger ha demostrado tener interiorizada la maniobra de desmarque a la espalda de la defensa, caída a bandas y aptitudes para estirar en ataque al bloque cuando éste se halla en campo propio.
El regreso de Roger a la titularidad, un hecho cada más cercano –volvió en Montilivi a una citación seis meses después de caer lesionado– podría ejercer de acicate para una afición que navega entre la decepción y el ansia. Y que lo percibe como una figura necesaria para paliar los efectos de las crisis. Por su gol, pero también por la fe que transmite.