El sistema del Girona superó en todo momento al planteamiento, más vertical, de un Valladolid perdido en la inspiración individual

Foto: LFP
Rubi creyó ver el remedio a los problemas fuera de casa. Que el Valladolid dejara de ser un equipo volátil e indefinido, esculpido a base del viento que entra de fuera y no del alma propia, para establecerse como un bloque cristalino en sus intenciones. “O defensivo u ofensivo”. En Montilivi, sin embargo, se difuminó entre el plan propio y la estrategia de Pablo Machín quien, con un sistema de tres centrales y dos carrileros profundos, sobrepasó al 1-4-2-3-1 con referencia alta de Rubi.
Y lo engulló porque desde el principio controló la franja ancha, indujo a las pérdidas de los blanquivioletas y trató de transformar un choque a priori igualado en una tortura que retrotrajera al Valladolid a sus últimas tres salidas. El Girona imponía por dentro y percutía por fuera. Aday y Cifuentes, más el primero que el segundo, estiraban a los catalanes y facilitaban el juego para los interiores -Granell, Pons y Eloi-.
Funcionaban como un acordeón en armonía con lo que requería el partido y con las armas que podían dañar más al Valladolid. La altura media en la presión de los gerundenses ya ejercía de red lo suficientemente molesta como para que el conjunto de Rubi no pudiera, durante más de media hora, desarrollar situaciones de ataque elaborado.
En esencia, el Girona leía mejor los espacios; el Valladolid se agarraba a la diferencia técnica de Mojica y Hernán Pérez para desestabilizar a sus marcadores. Pero la diagonal fuera-dentro del guaraní sirvió para, tras un penalti transformado por Túlio, establecer una igualada que no fue tal, pues sobre el campo se vieron a once jugadores que formaban una roca intocable y a otros once, en ocasiones, tan perdidos como sus mediocentros.
Sin creación, sustituciones inocuas
El Valladolid salió tras el descanso con otro aire. La voluntad en enmendar la pobre primera mitad ayudó a proyectar más seguridad en la circulación de pelota y más tiempo en campo rival. Un espejismo que, con el cambio de Roger por Túlio, llevó a Rubi a seleccionar, de plano, la opción de esperar sin balón y salir rápido a la carrera de sus tres veloces delanteros.
El equipo blanquivioleta no terminaba de descubrir la claridad que justificara la variación del modelo y el Girona empezaba a recuperar el terreno que había cedido. De nuevo, los ajustes se disolvían entre el deseo y la realidad. El segundo tanto, a poco más de 20 minutos del final, volvía a alumbrar una nueva prueba de reacción a Rubi y a los suyos. Pero la entrada de Óscar por Pereira y, posteriormente, de Jeffren por Valiente –el Pucela concluyó el partido con tres defensores-, no expandió un efecto que hubiera sido más nostálgico que feliz.
Está agarrotado, como atribulado por unas rejas psicológicas que le impiden disfrutar del trabajo diario. Del camino. Es tanta la presión arrogada por cada uno de los integrantes del Real Valladolid que el objetivo, de grande, se convierte en difuso. Tanto que ya apenas se distingue entre la línea que marca el éxito del fracaso. Sólo ve rejas.