El Girona alarga la mala racha del Real Valladolid a tres derrotas consecutivas; cinco en los últimos siete partidos

Pues no, el Real Valladolid no tendrá dos días de descanso consecutivos. Ni con el incentivo ofrecido por su entrenador el equipo ha jugado a revertir la situación, no hablemos ya de los hechos conclusos. Lo justo, probablemente, sería que por la misma tasación de cada salida como importante no hubiera esta vez jornada de descanso, de no ser porque así lo obliga el convenio.
La apuesta que hizo Rubi fue segura, vista en perspectiva. Tanto como si quien escribe se subiera a un ring con las manos atadas a recibir la paliza de un canguro. La oferta, vista por la afición como un exceso de paternalismo, se vio inerme, cálida a priori y fría a posteriori como el abrazo de un pingüino.
De poco sirvió la cándida calidez del entrenador una vez llegó la hora de enfrentarse al Girona, probablemente, el rival más trabajado de todos a cuantos ha debido enfrentarse el Real Valladolid. Fue como la Fanta que ofrece el amigo inocente, la rosa del chico gordito a la guapa de clase en San Valentín. Directamente ignorada.
De no ser ya unas cuantas las veces que el Pucela ha hecho el ridículo fuera de casa, se podría hablar incluso de karma. Como no es el caso, toca eso, decir que otra vez no estuvo nada bien, que aunque se pongan mil paños calientes y se usen mil y un pretextos, la desidia ha terminado por derivar en una estrepitosa caída que parece no tener fin.
Por tercera semana consecutiva, los blanquivioletas se vieron por debajo en el marcador antes de que se cumpliera el minuto diez. Perdidos, sin fe, la postrera derrota amenaza con venir a convertirse en el tercer strike del bateador y con eliminarle de la lucha por el ascenso directo, no tanto porque se haya esfumado ya toda opción matemática.
Ese tanto, de Aday, fue la prueba de que otra vez el Valladolid tardó en comparecer en casa ajena. Otra vez, le pudieron suceder varios goles más, que pudieron dejar encarrilado el envite, y que Varas tuvo a bien evitar y los rivales a mal –para ellos, claro– fallar. La reacción se dio más pronto que tarde, a media hora, aunque, eso sí, de mentirita.
Túlio de Melo, que estrenaba titularidad, disparó a matar el penalti cometido sobre Hernán Pérez, de nuevo de lo mejor, a pesar de no estar durante la semana. En el otro costado, Mojica ayudaba a sostener y amenazaba con su velocidad, hasta el punto de que el Pucela pudo irse incluso en franquicia al descanso.
Las señales, en todo caso, parecían tan engañosas como injustas. El centro del campo se vio sobrepasado por el rival, que robaba, tocaba, volaba e invitaba a volar, a Mata arriba, a Aday por fuera, y convertía a Sanchón en un hombre volátil aunque, o, sobre todo, peligroso.
La segunda mitad ahondó en la idea inicial, en esa doble figura en ataque, aunque erróneamente. Rubi lo quiso líquido con Pereira primero y Óscar después, aun cuando el mejor rendimiento de Túlio invitaba a darle continuidad, pese a ellos dos, más que a pesar de Roger.
En el retorno de ‘Billy el Niño’ se le quiso destapar como revulsivo, pero careció de todo lo necesario para serlo. Casi sin que le hubiera dado tiempo a acariciar el esférico seis meses después, el Girona volvió a marcar, y esta vez el tanto se reveló como definitivo.
Eloi Amagat sentenció al rematar solo en tres cuartos, en el segundo palo, un saque de esquina.
¿Cómo pudo ser? Si la pregunta se refiere a la sentencia, la respuesta es que el gol no obtuvo respuesta del Real Valladolid. Si se refiere a cómo pudo darse ese tanto, pues, bueno, es una falta más de diligencia de un equipo que cada vez responde menos a esta definición. Sea como fuere, el Real Valladolid acumula cuatro derrotas seguidas fuera de casa y cinco en los últimos siete partidos. Y así, decíamos, no se sube.
Los blanquivioletas carecen de identidad, ideas, garra y liderazgo. Rubi toca cosas, pero no alcanza, no llega, no basta. Y tampoco queda ya fe. No parece que la haya en el vestuario ni por descontado la hay entre los aficionados. Y encima uno no puede pedir que sea la montaña quien mueva a la fe, porque no hay una en muchos kilómetros a la redonda. Vaya, que hay poco a lo que agarrarse. Tres strikes, ¿eliminados?