El Real Valladolid se desangra en el momento más inoportuno. La afición pierde la ilusión y el desenlace se antoja muy negativo
Foto: Rock the best music
Un día me desperté y solo quedaba el olor de su perfume. Estiré el brazo buscando acariciar su espalda, pero no encontré nada más que sábanas arrugadas. Mi mirada se perdió en la habitación, mezclada con los recuerdos de aquellos días en los que un intenso presente devoró cada minuto. Los amores de verano son así, desmedidos. Lo peor es que uno sabe, cuando los empieza, que el final está escrito. El adiós llega coincidiendo con las noches de chaqueta y las mañanas frescas. Porque septiembre siempre aparece pese a que en julio pienses que la vida dura un mes.
En tu memoria se guardan detalles pequeños, que son los que arman las historias más grandes. Hasta recuerdas que bebía ron a secas, como la protagonista de ‘Más de un 36’, esa canción de Andrés Suárez en la que un gato ve llorar a un hombre que flotaba sobre el olor a azahar.
El Valladolid camina hacia ese temido amor de verano, aunque, en su caso, concentrado en pocas semanas de primavera. Nos dejamos llevar hasta follar –hacer el amor no existe– con la luz encendida tras golear al Sporting, pero ahora escupimos la esperanza al despertarnos un lunes y ver que la cama estaba vacía, con los gemidos y el sudor formando ya parte del pasado.
Uno tiene miedo de amanecer en otoño, caminar con la mirada perdida intentando no pensar. Miedo a que el sueño de miles de personas muera en la orilla después de muchos meses nadando. Nos gusta el amor de verano porque la vida está llena de veranos, pero en el fútbol no siempre se supera la primavera.
Hay 8.000 fieles que se entregaron en 2014 mandando el mensaje de que siempre habría un beso de buenos días a la mañana siguiente. 8.000 fieles que buscan acariciar esa otra mejilla más allá de la fecha del avión de vuelta. Porque ellos creen que el amor de verano puede durar mucho más si luchas por él hasta perder la parte racional. Al Pucela hay que gritarle «¡te quiero!» ahora que seguimos aquí. Para silbar ya habrá tiempo. Ojalá pueda decir que me desperté un veintidós de septiembre y el Valladolid seguía ahí…