Los blanquivioletas, largos en ataque y desbordados en defensa, sólo se juntaron en campo rival con la entrada de Túlio. Pero ya era demasiado tarde para contentar a los aficionados desplazados
El Real Valladolid no se desata de la bipolaridad rampante que le aqueja desde, prácticamente, toda la competición. La tercera derrota consecutiva lejos de casa ha supuesto otra decepción, que escoció tanto como el inquietante juego de los blanquivioletas, frente a una Ponferradina superior durante casi todo el encuentro.
Fueron solo los últimos 20 minutos en los que el Pucela se manifestó como se le conoce en su estadio, como si hiciera un ejercicio teatralizado para aliviar la desazón de los centenares de aficionados que se desplazaron a El Toralín. Los fallos, sin embargo, regaron el desastre desde el desajuste defensivo que terminó con gol de Berrocal a los 8 minutos.
Al principio, el Real Valladolid, con la incorporación de Sastre en el interior derecho, trató de elevar la presión a gran altura para robar rápido y distribuir a los extremos, ocupados por Hernán Pérez y Johan Mojica. La disposición en fase defensiva del Valladolid significó la primera nota discordante, que no negativa, del choque, aunque la intención se desmoronara tras el gol y la recuperación de sensaciones de los blanquiazules.
¿Qué llevó a la Ponferradina a contrarrestar las directrices iniciales de los pucelanos? Saber atacar el triángulo defensivo Sastre-Chica-Valiente, siempre y completamente superado por Pablo Infante, Sobrino y Berrocal durante más de media hora. Las conducciones por la izquierda del exmediapunta del Mirandés generaron múltiples problemas a la zaga rival para detenerlo.
La respuesta del Valladolid, a trompicones, se fundamentó en intentar moderar las pérdidas de pelota y orientar los avances ofensivos a las bandas, donde Hernán polarizaba la mayor parte de las acometidas. No fue suficiente, porque el equipo, plano y largo, no presentó una estructura escalonada que nutriera las jugadas combinativas que pretenden definir a los castellanos. La poca producción interior provocaba que desde la fase de iniciación el Pucela se arrojara a eliminar dos líneas seguidas. Fallido y previsible, su fe fue disipándose aunque Mojica comenzara a aparecer en alguna acción de desborde en los últimos compases de la primera mitad.
Túlio, para la referencia y el escalonamiento
Rubi, ante un Valladolid en defensa rebasado por su sector derecho y en ataque partido entre los tres mediocentros y los tres atacantes, retiró a Sastre por Túlio. El sistema se recomponía en torno a dos medios centrales y a un delantero corpulento. La función del brasileño, casi inédito desde su llegada a Valladolid, se asentaba en fijar a los centrales en estático, en recibir de espaldas en salida para abrir a los costados y en facilitar los movimientos entre líneas de Óscar González, desaparecido durante todo el primer acto.
En sólo diez minutos del segundo tramo, el partido dejó varios elementos más de análisis. El primero, que Carlos Peña atraviesa su peor momento individual en mucho tiempo al cometer el penalti que daría lugar a una renta insalvable. El segundo, que con un ‘9’ alto el Valladolid estaba logrando por primera vez perpetuar la posesión en campo contrario, algo que no había conseguido hasta entonces como consecuencia, entre otros motivos, de su estridencia en la circulación ofensiva.
Pereira ocupó la posición de Óscar y Omar, la de Mojica, y el Real Valladolid se hizo con el control del partido, se juntó como no lo había hecho antes, mejoró su acierto en los pases por zonas centrales y entregó a Hernán la tarea de desequilibrar en el costado derecho.
El guaraní pudo disminuir distancias, pero al muro físico de los bercianos se le había unido el mental de un conjunto minado por la presión lejos de casa. Aunque se haga llamar equipo frío como el hielo.