El Real Valladolid cae con estrépito en el Benito Villamarín, casa del Real Betis y de sus fantasmas
A menudo, durante esta temporada, se le ha acusado al Real Valladolid de no saber competir contra los equipos pequeños, sobre todo fuera del Nuevo José Zorrilla. Estaba extendido el rumor de que contra los grandes lo hacía mejor, o la creencia de que lo haría mejor, debido más bien a que en casa así pasaba, a los grandes se les ha ido ganando. Pero al final resulta que no, que tampoco la casa de aquellos contra los que se supone que habrá que pelearse por el ascenso es El Dorado.
Tampoco hay que ser alarmistas, pensará el optimista, quizá con razón. Bueno, no. Alarmistas tampoco. Pero sí realistas. Y lo cierto es que los datos son objetivos: fuera de casa el Real Valladolid ha perdido seis partidos y se ha quedado en blanco en otras tantas ocasiones.
La última, la más dolorosa, contra un Real Betis resucitado, que con Julio Velázquez se asemejaba una banda y con Pepe Mel parece más bien una orquesta, quizá no sinfónica, pero al menos sí bien afinada.
La historia del duelo que enfrentó a ambos en el Benito Villamarín suena a ya contada, salvo por ese final; por ese cuatro a cero que desnuda una detrás de otra todas las vergüenzas del equipo al que Rubi llama frío. Y que, aunque duela, son unas cuantas, no solo la falta de alma, que también.
Falta, por ejemplo, y pese a los números, seguridad defensiva. Para muestra, los dos primeros goles del Betis. En el primero, Rueda está descolocado, demasiado abierto en una jugada en la que la salida se ha producido en largo, y en el segundo, Peña se queda enganchado cuando debería haber tirado el fuera de juego.
Estos errores de bulto se convierten en golpes cuando el rival cuenta con una pegada de Primera División. Sucede que no es lo habitual, y que, de hecho, estos fallos no son excesivamente numerosos. Lo cual no es una contradicción. Véanlo así: el Real Valladolid suele dominar la posesión y no suele estar sometido, a merced del rival. Ahora bien, para lo poco que lo está, estos problemas aparecen demasiado.
Además, en Sevilla le faltó rigor táctico, lo que, dicho sea de paso, no supone una crítica a aquello que hace un semana funcionaba. El plan, con tres centrocampistas, funciona cuando existe un sacrificio en todas las facetas. Cuando alguien no está implicado en alguna, como sucedió en labores defensivas en el Villamarín con Óscar y Jonathan Pereira, el equipo pierde consistencia.
Cuando había que defender, el Pucela contaba con dos piezas menos. Y cuando había que atacar, lo hacía de mentira. Lo cual es, de por sí, otro problema: que no sabe jugar cuando el rival tiene la pierna dura. Se pierde, se desorienta; es como si no estuviera preparado para batallar. No lo está, de hecho; no es su fútbol, y parece que tampoco aguanta que sea el de otros. Si el rival eleva la presión, agacha las orejas como un perro tímido.
Acongojado por el mayor arrojo bético, el Real Valladolid no fue capaz de igualarle en intensidad –no confundir con actitud–. Y como careció de intensidad y fútbol, cosas que tuvo el rival, pues lo normal era llevarse un serio correctivo de un conjunto, el verdiblanco, que no está llamado a hacer prisioneros, como demuestran los catorce partidos seguidos que lleva sin perder.
La expulsión, un condicionante que no es decisivo
Culpar al arbitraje de cualquier mal, o por lo menos del malos de los males, sería carecer del sentido de la autocrítica. Pero, todo hay que decirlo: no fue el más acertado del curso. Primero, porque debió expulsar al menos a N’Diaye antes que a Chica. Segundo, porque la propia expulsión de Chica resulta, cuanto menos, discutible. Y tercero porque ni queriéndolo mucho ni queriéndolo fuerte el penalti es penalti.
Pero vaya, que no es excusa, ya que, aun pudiendo haber condicionado, el arbitraje no resultó ni mucho menos decisivo, como sí lo fueron los fantasmas que asaltaron al Pucela. Los suyos propios, los de un pasado ya algo alejado, que le asustan cada vez que viaja al Villamarín, con el encuentro del año pasado como máxima expresión, y otros más recientes, los de la nada a domicilio y cuando hay una expulsión.
En inferioridad, el Real Valladolid fue todavía más inferior y el Betis pudo marcar incluso algún gol más. Rubén Castro, con su hat-trick, después de otra torpeza de Peña, dio carpetazo a otro partido en el que, con el paso de los minutos, los blanquivioletas se fueron deshilachando fuera de casa, hasta convertir en una pobre imagen las buenas intenciones iniciales.
Para mayor desgracia de Rubi y sus jugadores, contaron esta vez con el agravante de que esta vez el enemigo supo ver que se resquebrajaba para, como el agua, colarse entre sus grietas hasta hacerle un roto, esta vez sí, el mayor de la temporada.