El retorno de ‘Billy el Niño’ ha generado un impacto positivo en el ánimo del Real Valladolid que amenaza con trasladarse al juego cuando sea definitivo
Restañadas las heridas, llegó el momento de levantarse y volver a caminar. Como el héroe enmascarado que sabe que su ciudad le necesita. Como el inmortal caído en una batalla en inferioridad, librada en un campo minado. Como ese sheriff que venció a los malos pero sufrió balazos.
No habrá muchas personas que hayan crecido sin ver una de las películas en las que pasa algo así. Una de esas que ve tu abuelo tirado en la cama, mientras tú acompañas con los ojos fijos en la pantalla y los oídos puestos en sus enseñanzas.
Aunque escuchas al maestro, entiendes qué ves. El vaquero de turno con espuelas de estrellas entra en la cantina al oír ruido y restablece el orden con un mandoble aquí y un empujón allá. Y entonces entra una mujer asustada dando más voces que tu madre al ver el cuarto desordenado, diciendo no sé qué del banco y unos encapuchados. Y va y tira pa’llá, y desenfunda. Mano sobre mano, empieza a disparar, y los maleantes a caer como moscas. Pam. Pam. «¡Ah!», grita un tipo al morir. Y, de repente, un suspiro entre dientes refleja dolor.
Cuando queda un hombre solamente en pie, se descubre el pastel. El sheriff está sangrando, quizá, gravemente herido. Y entonces se tambalea y un buen samaritano le ayuda, y llaman a un médico mientras alrededor los mirones se recrean en silencio, entre la curiosidad, la vergüenza y el drama. «¿Por qué no sacaría mi rifle y me liaría a tiros con él?», se pregunta alguno para sí. Porque te falta valor y te sobran kilos y güisquis. Nada que ver con ‘Billy el Niño’ –para los efectos, el bueno–. Ni por asomo. O eso dice tu abuelo.
Llega la publicidad y cambian de destino tus ojos. Los fijas en él, que hace un momento hablaba de cuando se le cayó la maleta a la mar. Y ahora te dice que eso que estás viendo ya pasó en Zorrilla una vez, aunque de distinta manera, lógicamente. Te cuenta que había una vez un ‘nueve’ que un día cayó gravemente lesionado, pero que otro volvió para regalar un ascenso.

Long time ago…
Roger ha vuelto; o lo que es lo mismo, se ha producido la noticia de lo que va de temporada. Si primero lo fue su lesión, ahora lo es, ya, su recuperación. Entre trinos anunció en Twitter que regresaba, y entre aplausos y abrazos fue recibido. Se le esperaba, y se le espera, como agua de mayo. Aunque vuelve en marzo. Aunque volverá a jugar en abril.
No es que el equipo haya protagonizado ‘El Hundimiento’ sin él, aunque absurdo sería negar la mayor: se le ha extrañado. Nadie como él para poner la bala donde había puesto el ojo antes. Nadie como ‘Billy el Niño’ para hacer temer a los rivales por la integridad de sus redes; por ese estar a salvo que sin él enfrente parece más fácil.
Llega, o llegará, en el momento justo. Estará, a buen seguro, en el lugar indicado. Como jugador franquicia que prometía ser. Como si fuera ese Westbrook o ese Durant que, una vez recuperados, amenazan al salvaje oeste, el de los Splash Brothers o el de La Barba para gobernarlos a todos. Se puede decir que les faltaba nada más que la máscara para ir de tapados –sí, sí, tapados–, pero a Russell le han partido la cara y, bueno, pues eso.
Recuperados los ases, el play-off se ve a lo lejos, aunque a la vez cerca. Se aproxima el momento cumbre de la temporada, ese en el que el rookie se hace hombre o se amilana, en el que las estrellas demuestran serlo o se apagan como flor de la regular season. Y puede que no esté Oklahoma en la mejor posición, pero sí está en una buena, desde la cual asustar, crecer y ganar.
Para aquel que no siga la NBA, han llegado a este escenario sin sus dos elementos clave, sustentados por la clase media que capitanea Ibaka, el menos ‘mediano’ de todos. Como si al Barça lo agarrara Neymar, que es bueno, pero menos. Y en ese momento de cocción que invita a hacer gala de un optimismo medido.
Algo parecido pasa con el Real Valladolid. Roger es uno, y no dos, pero es un jugador franquicia, no cabe duda de ello. Se encuentra ya practicando en el campo de tiro, con el arco en la mirilla, y se espera que cuando el curso esté al dente esté ya preparado. Y entonces, ese equipo que siempre rindió pero jamás rompió a jugar, estará listo para asustar. En el instante preciso. A las puertas de ese cuarto en el que se juegan las habas.
Dirá el que sepa que a Oklahoma, en verdad, no se le puede considerar tapado, y que tampoco al Valladolid. Y quizá tenga razón, pero sirva la palabra para significar que quizá, aun siendo igual de candidatos, no sean tan favoritos como Las Palmas o Golden State Warriors.
De vuelta al presente…
Oklahoma no ganó la NBA, ni las elecciones Ciudadanos. Te cuenta tu abuelo que el Valladolid ascendió, y que, como Guerra antaño, el gol del ascenso lo marcó ‘Billy el Niño’, que era como ese vaquero de la película. Que con su retorno todo fue a mejor, y aquel equipo explotó. Que inyectó de ánimos a sus compañeros, y que el impacto positivo se trasladó al verde pasto. Que pasó de candidato a favorito, y al final subió.
Y entonces despiertas y piensas: «Ojalá que así sea».
Restañadas las heridas, llegó el momento de levantarse y volver a caminar. Como el héroe enmascarado que sabe que su ciudad le necesita. Como el inmortal caído en una batalla en inferioridad, librada en un campo minado. Como ese sheriff que venció a los malos pero sufrió balazos…