Se había quedado una tarde preciosa para subir hasta el primer escalón de la clasificación de la Liga Adelante pero al Real Valladolid se le nubló la vista y ni la cabeza primero, ni las piernas después respondieron

Era el día adecuado y estaba el Real Valladolid en el momento preciso para colocarse en una posición privilegiada, a la espera de afrontar dos choques consecutivos ante dos de los gallitos: Sporting de Gijón y Real Betis. Pero todo el montante de la ‘Operación Liderato’ se fue al traste cuando, a la media hora de partido, Jonathan Pereira se marchaba a los vestuarios con dos tarjetas amarillas en menos de un minuto.
Y es que, esta vez, el pequeño delantero gallego no fue, como suele ser habitual, el más listo de la clase. Le faltó mantener la cabeza fría a la hora de realizar una entrada en mediocampo cuando acababa de ser amonestado por simular un penal. Dos acciones discutibles que dan lugar a multitud de interpretaciones pero en las que ambas se podía amonestar al jugador.
No estuvo el Real Valladolid fino en casi ningún momento del choque y las sensaciones que dejaba el equipo no eran demasiado optimistas. La tuvo Cristo Martín, solo ante Varas, para hacer el primero pero su remate se marchó alto. El propio delantero tinerfeño no supo aprovechar poco después un error de Varas en la salida de balón y se precipitó en el remate. El Pucela no estaba, ni en ataque ni en defensa.
En ataque, otro día más, despareció Óscar. Aprovechando el Carnaval de la isla, él y otros como Jeffren u Omar Ramos volvieron a ponerse la careta de los malos partidos jugados fuera de casa en anteriores jornadas. Véase Miranda, Leganés o Llagostera. Partidos que parecía que iban a quedar en el olvido tras la evidente mejora ofrecida en Mallorca y Santander.
Vuelta a las andadas
De nuevo, otra vez ante un equipo de la zona baja de la clasificación, el Real Valladolid no dio la talla esperada. A partir de la expulsión de Pereira, el único que había puesto en algún peligro a la defensa local, hasta el momento el equipo dio un paso atrás. El Tenerife apretaba pero no lograba llegar con claridad al área pucelana.

Era de esperar que el bueno de Murphy hiciera de las suyas a los pucelanos. El día que falta Mojica, es el día en el que el Real Valladolid más le hubiera necesitado. Sin velocidad arriba, y con el cambio de Rubio por Jeffren no llego a comprender por donde pasaban las opciones atacantes del equipo.
Estocada y golpe de gracia
El equipo local necesitaba los tres puntos y se presentó en la segunda mitad con un planteamiento más valiente. Los mismos futbolistas, pero con otra actitud, y pronto lograron ponerse por delante tras una asistencia genial de Cristo Martín al capitán Suso Santana que fusiló a Varas. El plan del Pucela se había desmoronado y había que mover las fichas.
Rubi puso en escena a Óscar Díaz y retiró a Omar Ramos –que decepcionó en su vuelta a la que es su casa–, pero el delantero madrileño no fue la pieza que habría puesto patas arriba a la defensa tinerfeña. Prácticamente no aportó nada en las pocas ocasiones que tocó el esférico, y la estrategia no cambiaba. Ni se jugaba jugar en corto por la inferioridad ni existía el recurso del balón largo porque las carencias de velocidad y presencia atacante. El gol en contra y los cambios del míster nos habían convertido en un equipo fantasma.
Sin muchas ideas los futbolistas se marchaban hacia arriba dejando mucho espacio atrás que el Tenerife podía aprovechar para sentenciar. No lo consiguió Ifrán a la primera pues remató alto ante Varas, pero sí lo haría Víctor García, recién incorporado aprovechando un contra golpe perfecto tras pérdida de Óscar Díaz en el área contraria. Picadita sobre la salida de Varas la pelota entraba lentamente en la portería del Real Valladolid dando el golpe de gracia a un equipo que agonizaba sobre el verde.
Así, el miedo a las alturas hizo de nuevo que el Real Valladolid se convirtiera en ese equipo ramplón y sin ideas que tan malos ratos nos ha hecho pasar en otras jornadas. Esperaremos a tiempos mejores que no deberían tardar demasiado en aparecer si no queremos ver pasar el tren del ascenso directo por nuestras caras sin tener opción de cogerlo.