El Real Valladolid no fue maleable al cambio de contexto, sino que se agarró a un modelo inocuo ante un Tenerife al que le valió con la superioridad numérica para ganar
“Somos un equipo frío para lo bueno y para lo malo”, admitió Rubi en una rueda de prensa previa a la victoria sobre el Alcorcón del pasado fin de semana.
“Cuando hay presión, nos da igual”. Cuando pierde, el Real Valladolid parece que lo encaja mejor que su masa social. Desde dentro, emite un mensaje desdramatizado de los tropiezos, que suelen suceder fuera de casa y ante equipos de la zona baja, como el Tenerife. De las seis derrotas sufridas, solo una ha ocurrido en el Nuevo José Zorrilla, pero, a domicilio, a los pucelanos se les desvía el trazo para establecer una continuidad de resultados positivos. Se muestran tan fríos en la victoria como en la derrota.
Ante el Tenerife de Raúl Agné, la expulsión de Jonathan Pereira a la media hora de partido quebró el planteamiento de Rubi, cuyo equipo, hasta aquel momento, no se desprendía de la presión ejercida por las dos primeras líneas blanquiazules en la salida de balón. El buen trabajo defensivo de los locales menguó las posibilidades de éxito en la fase de transición ofensiva del Valladolid, aún más cuestionadas por la inmovilidad de los dos pivotes, Leão y Timor, tan separados de los defensores como de Óscar.
El fútbol del Valladolid avanzaba a trompicones, y volvía atrás cuando el Tenerife lograba recuperar la pelota y progresar en velocidad tanto por dentro como por los costados. Por la derecha, ni Jeffren propiciaba amplitud ni Chus Herrero, correcto, poseía las condiciones para desbordar. Por la izquierda, Omar Ramos tendía al fuera-dentro, a la asociación interior con los dos pivotes, mientras prestaba su zona de influencia a Carlos Peña, aunque apenas creara peligro desde aquella. Ciertamente, el canario fue el futbolista más móvil de los atacantes pucelanos, rodeado de un apático Óscar, un acelerado Pereira y de Jeffren, desacertado en las acciones con balón.
La cuestión estribaba en que el Valladolid solo aglutinaba la posesión en su primera línea, la defensa, a la que le estaba costando prescindir del balón jugado y por cuyo motivo concedió alguna ocasión que pudo haber significado el primer gol de los chicharreros. Obstinado en nutrir su plan a partir de una premisa que se estaba demostrando previsible y demasiado cristalina, desatendió la función principal del fútbol: el gol. No fue un conjunto profundo, y menos tras la irresponsable expulsión de Pereira, desde la cual, sin embargo, no se descompuso como podía haber sucedido.
Con Óscar como último jugador, el Real Valladolid consiguió formalizar un repliegue sólido, sin desechar del todo la alternativa de la posesión, aun con uno menos, para conservar el resultado durante los quince minutos que restaban hasta el descanso. Así lo hizo, sin que Rubi moviera ninguna pieza del tablero.
Sin empuje, sin sometimiento
No se esperaba que el Valladolid se desnudara por completo, pero tampoco que confiara hasta las últimas consecuencias en la misma estrategia ante el previsible cambio de ritmo del Tenerife. En efecto, los blanquiazules salieron del vestuario corriendo hacia la portería de Varas, e hicieron retrasar el repliegue del Valladolid hasta su área. La réplica de Rubi consistió en intercambiar a Álvaro Rubio, en el banquillo, por Jeffren, y pasar a un 1-4-3-2. El deseo del técnico catalán era el de volver a recuperar el ritmo de la pelota, aunque escaseara, de igual manera, el ritmo de la ofensiva pucelana. Porque si de algo pecó el Valladolid fue de terquedad en sus esquemas, al no elegir la variante del juego directo hacia un delantero referencia que pudiera inquietar a la defensa blanquiazul.
Anclados en un mismo prisma desde el que ver el fútbol, solo reaccionaron tras el gol de Suso. Rubi decidió dar otra oportunidad a Díaz –por un Jeffren cada vez menos incidental en el devenir del Pucela- que estuvo desaparecido en la banda derecha hasta que Hernán Pérez entró por Chus Herrero. El Real Valladolid pasó los últimos 20 minutos con el guaraní como carrilero y Díaz como ‘9’, junto a Óscar, en una suerte de 3-4-2 tan arriesgado como comprensible.
Pero los espacios a las espaldas de los tres defensores terminaron de enterrar cualquier aspiración de empate. Un contragolpe local, producto de una absurda pérdida de balón de Díaz en tres cuartos, derivó en el tanto definitivo. En un partido que dejó frío, de nuevo, al Real Valladolid. Un partido en el que rechazó abrir el catálogo de las maneras en las que se pueden afrontar las adversidades.