El Real Valladolid se movía veloz por dentro para abrir al lado del colombiano, que perturbó al Alcorcón hasta su lesión, cuando los blanquivioletas bajaron las persianas

Galopa, galopa porque dueles, Mojica, desestabilizas y haces tambalear las bases más fuertes de Segunda, desentrañas defensas diseñadas en dos líneas de cuatro, enfurecidas en sus basculaciones para minimizar la amplitud del Real Valladolid. Tu misión radica en picar al espacio, aunque también en eliminar marcajes en conducción. Tu misión, que el trabajo de los defensores mejor adiestrados se evapore, la cumpliste.
Y alrededor del fútbol directo del carrilero colombiano gravitó el primer tiempo, en el que el conjunto blanquivioleta amasó los argumentos para derrotar, en un encuentro pobre en entretenimiento, a un Alcorcón para el que la derrota escoció menos porque sobre ella edificó ciertas ilusiones para recobrar el discurso que ha empapado a los alfareros desde su ascenso a Segunda. El Valladolid se llevó el partido en el primer periodo. Tanto es así que llegó a caminar en el segundo cerca de la valla electrificada, del riesgo innecesario al que se sometió tras advertirse demasiado resolutivo.
Con pelota, las fases ofensivas del Valladolid emitían parpadeos de inconsistencia, manifestados en que, durante todo el encuentro, la producción en el último tercio de cancha se asentó sobre el juego directo hacia el costado ocupado por Mojica, antes de su lesión. Fue, hasta el descanso, un intercambio de transiciones sugerente. La voluntad de sostenerse en pie la puso el Alcor; el peligro y las ocasiones, un Pucela motivado por las líneas que trazaban al mismo son Pereira y Óscar González entre los dos centrales y los dos mediocentros.
Cuando González lanzaba el desmarque de apoyo, Pereira rompía en la dirección contraria. Y viceversa. Estiraban por dentro y aculaban la última línea, además de incitar a las acciones antireglamentarias. Pero donde el Valladolid zampaba profundidad fue en la izquierda, adueñada por un Mojica especialmente tormentoso para el lateral derecho Nagore, expulsado a los 24’ de partido, y para Martínez, mediapunta al que Bordalás reubicó en defensa hasta la entrada al filo del descanso de Djené, más específico y parejo en aptitudes físicas con el caleño. Antes del cambio de piezas en la derecha, que se postergó demasiado, el técnico de los madrileños reajustaba líneas para establecer un 1-4-4-1 en defensa, con el debutante como titular Pastrana, el jugador más llamativo de los alfareros, por delante de Martínez.
Entretanto, Mojica, gacela, creaba ventajas entre el lateral y la línea de cal; González y Pereira, entre el lateral y el zaguero Fernando, a quien le costó desprenderse de la capa de nervios en la entrada del partido. Constituyeron las operaciones más creíbles para un Valladolid que prefirió, primero, acelerar el juego para fundir al Alcorcón aunque, después, quedó sujeto a una ralentización que lo fatigó a él y a las ideas del sector creativo del equipo.
Sin Mojica, solo fútbol de trinchera
La lesión del extremo latinoamericano, apenas iniciado el segundo acto, propició el debut de Hernán Pérez, pero también el viaje hacia una estrategia demasiado condicionada por la contemporización, en ocasiones llamada especulación. Como resultado, el Alcorcón, con uno menos, equilibró las fuerzas que no tuvo en igualdad de condiciones. Las equilibró y desniveló a su favor, hasta el punto de privar a los pucelanos del control del juego.
El Alcorcón, en el que el joven Pastrana iba tomando galones, no gozaba, eso sí, de ocasiones preocupantes de gol. No irrumpieron los fantasmas que ya conocían, pero el fútbol, ya tedioso, amenazaba con rebasar las fronteras del mediocampo, donde discurrió el intercambio de balas. Donde, ya en trinchera, y sin Mojica, el Valladolid se apagó esperando el final. Y salir vivo en ascenso directo.