Mientras que la salud del lateral derecho del Real Valladolid parece recomponerse temporada tras temporada, en el lateral izquierdo no se vislumbra ningún brote verde

«¡Qué pena de Chica! Con lo majona que era ella cuando apenas era una chiguita. Anda, que acabar con ese desgraciado, muerto de hambre…». Disculpen, me sonaba la conversación y no sé de qué. Mal está que de ella me acuerde aquí, pero me ha traído a colación dos nombres que suenan con fuerza por esta página: Peña y Chica. Vaya, los dos laterales titularísimos del Real Valladolid.
Al primero hace tiempo que le conocemos. Debe de ser buen tipo. Siempre, entiéndaseme el always, ha estado ahí. Y no tiene pintas de marcharse a ningún lado. Bueno, en el campo sí. Sobre el césped, a veces, no se sabe muy bien hacia dónde marcha, como ya ocurriera en el único gol del RCD Mallorca en el Iberostar.
Cuando de alguien dicen que es cumplidor, no sé qué pensar. Vale que si uno cumple en una fábrica que va viento en popa pueda sentirse orgulloso, forma parte de lo puntero, pero cuando no es así, y la empresa se tambalea, no es muy halagüeño que tú no seas de lo poquito que saca la cabeza. Pero esto va por rachas, ya me entienden, como todas las cosas en las peñas.
El lateral diestro es Chica. Vamos, es hombre, pero se apellida así. No voy a hacer ningún juego de palabra más, porque al siguiente, ponga lo que ponga, podría servir mi cabeza en bandeja de plata a cualquier comentario semijocoso e interesadamente feminista. No es el caso.
Javi Chica es un jugadorazo, por lo menos para Segunda División, y por eso no extraña a un servidor que ocupe plaza de pódium en el I Trofeo Blanquivioletas al Mejor Jugador. Parecía buen fichaje, uno más, pero vamos viendo también que a las duras y a las maduras siempre está. En esto se diferencia de su compañero, opositor en lateralidad, quien no siempre está, y quien, cuando el fruto está muy maduro, a punto de caerse, va y le pega un palo al árbol (¡alcornoque!) y todo al suelo. ¡Vaya por Dios!
El sitio de la peña lleva muchos años con el mismo inquilino, y es una pena esto, porque cada nuevo que parece que puede entrar, acaba saliendo por arriba, por la chimenea, quemándose el culo por no saber defender(se). Luego está el sitio de las chicas. Jobar, bendito sitio. Se recicla con una facilidad inaudita, desde las más barraganas, que se vendieron caras, a las más exóticas como Rukavina, o castizas, como Balenziaga, cuando le tocó travestirse. Qué pena eh, qué pena que no haya en la peña más chicas. Jobar, sí que íbamos a gozar entonces.
«¡Niña, vuelve de la peña! Que ya sé yo que no hay ninguna chica más contigo. ¿Qué haces ahí? ¡Qué pena de Chica!»