El conjunto de Rubi fue superado por el viento, por el césped pero, sobre todo, por su incapacidad para demostrar que de los traspiés en Leganés, Miranda y Sabadell extrajo lecciones para crecer a domicilio
un balón largo del Llagostera
Sientes que lo tienes ya hecho porque te acompaña una manta de triunfos, de aplausos, te alegras porque vuelves la vista atrás y, eso es, crees olvidados los tiempos de los titubeos. Nada, panorama bajo control hasta que una ventisca fría eriza la realidad. Y volver a perder, después de tres victorias seguidas. Volver a ser pequeños ante los que, sobre papeles cada vez más inverosímiles, partían como inferiores.
Un césped deteriorado, viento sonoro, elementos que en principio parecían los principales motivos por los que el Real Valladolid no podía desarrollar su juego, se convirtieron en notas secundarias de una caída que desató las dudas sobre la fiabilidad de los blanquivioletas cuando se topan, a domicilio, con equipos hundidos en la zona baja de la clasificación. Como si las lecciones aprendidas cargaran con fecha de caducidad, los pucelanos carecieron de una respuesta a la misma historia que los llevó a perder en Leganés o a empatar en Miranda y Sabadell.
Fueron empujados en contra por el viento y por el juego eléctrico del UE Llagostera en los costados, recelaron de los baches del verde para tratar de tejer las jugadas de ataque desde el primer paso, emitieron la angustia de saberse un conjunto tierno cuando la adversidad muerde desde abajo, y perdieron la ventaja de agrupar a tres mediocentros, rasgo fortalecido en las últimas semanas al calor de la evolución en el juego y en los resultados.
En el primer periodo, el Llagostera, acelerado por el viento a su favor, fue insuflando dudas en la estructura ofensiva del Real Valladolid, tendente a progresar en largo, precisamente hacia el escenario que más beneficiaba al rival y, al mismo tiempo, más empequeñecía los atributos de los castellanos. Balón al aire, descomposición, inseguridad y camino hacia tormentos pasados que reflotó sin réplica.
Así, el Valladolid perdía en los balones divididos que caían del cielo y, minado por la incapacidad para controlar el partido, cedía terreno a Ríos y Querol. Al cuarto de hora, este último se apoderó de una pelota que, mal despejada por un Javi Varas desorientado, chocó en Jesús Rueda y terminó en los pies del atacante, equivocado al disparar por encima del travesaño de la portería pucelana.
El encuentro transcurría entre la incomodidad del Valladolid y la seriedad del equipo entrenado por Carrillo. Los azulgrana seguían avisando, en especial desde posiciones exteriores, adonde caía en ocasiones el delantero Sergio León, autor de un lanzamiento que impactó contra el lateral de la red de Varas antes de la primera irrupción de peligro de los vallisoletanos.
A los 31′, Mojica, dentro del área, ejecutó un centro lateral raso que caminó enfrente de la portería de René como rogando por que alguien lo quisiera. Nadie, realmente, manifestaba un deseo visible por imponer su dominio a través de ella, cambiante, sin dueño, como si los socavones del césped de Palamós fueran cráteres que había que evitar porque quemaban.
Desde luego, así pareció entenderlo el Valladolid, cuyo primer disparo entre los tres palos se produjo al filo del descanso, tras un disparo frío y seco de Álvaro Rubio.
una pelota con el pecho
Paso al frente; tres atrás
En el segundo tiempo, Rubi intentó que la filosofía del Real Valladolid comenzara, de una vez, a rellenar los huecos futbolísticos que habían dejado sus jugadores durante el primer acto. Por ese motivo, adelantaron las líneas de presión y marginaron sus espaldas. Apostaron por el riesgo como método para propinar un golpe de efecto y el disparo recayó sobre su propia sien. Una pérdida de Jesús Rueda originó la acción individual de Sergio León, que chutó por debajo del cuerpo de Javi Varas para obtener el primer gol del partido (49).
El contexto que se presentaba al Valladolid, semejante al que temía antes de visitar Palamós, estimuló la variación del dibujo. Rubi apostó por incluir a Jonathan Pereira por Rueda para infundir más presencia en un sector del campo apenas concurrido por los blanquivioletas. A pesar de sumar dos delanteros –Pereira y Díaz- y un mediocampo más desnudo por el cambio de posición de Leão al centro de la defensa, el Valladolid fue adueñándose de la posesión y del campo del Llagostera, más por inercia y prisa que por convicción.
Esta no existió, tampoco ocasiones claras de gol en la segunda mitad, salvo la protagonizada por Valiente, quien remató de cabeza por encima de la portería catalana una pelota botada desde la esquina por Timor (66’). El margen de actuación se estrechaba, Rubi acudió a Omar y, después, a Guille Andrés –por Rubio-. Sin embargo, al minuto de la entrada de Guille, el Llagostera lanzó un contragolpe, culminado por Querol a pase de Eloy (81′) y, con el segundo tanto, desvaneció la poca esperanza que aún conservaba el Real Valladolid.
Los blanquivioletas terminaron el partido con tres delanteros, dos extremos y un mediocentro. Y con Javi Chica, paradigma de la entrega, como improvisado atacante y ejecutor de un disparo al palo a cinco minutos del final. Al Real Valladolid le golpeó el viento, que lo empequeñeció. Pero, lejos de los elementos como subterfugio, lo que por encima de todo le hizo perder fue la incapacidad para hacer de las lecciones pasadas, lecciones permanentes.