El equipo de Rubi continúa pinchando frente a los rivales peor clasificados fuera de casa

Mirandés, Sabadell, Osasuna, Leganés… y ahora, también, Llagostera. Esta lista no es ni la de la compra ni la de los descendidos a Segunda División B, es la de los equipos contra los que el Real Valladolid ha pinchado, de una forma u otra, cuando estos se encontraban en una situación delicada en la clasificación. Siempre fuera de casa, como también pasó frente al Lugo, y siempre cuando, tabla en mano, más fácil podría parecer el triunfo a domicilio.
La Segunda División parece un zoológico. No nos decidimos a sentenciar si es un cementerio de elefantes o un corral con mucho gallito, pero parece claro que el Real Valladolid lejos de Zorrilla es un pollo sin cabeza, más aún si le toca picar el grano del suelo. Este, como el viento, parecía buena excusa para el deprimente juego blanquivioleta en la primera parte en Palamós. Un lejano tiro de Álvaro Rubio fue el único remate a puerta en ese período, pero no parecía importar, ya que en la segunda mitad tendríamos el viento a favor. Y dio igual. Tuvimos más el balón y estuvimos más en campo contrario, pero casi más por la inercia propia de vernos por debajo que por un juego acorde con ello.
El Pucela volvía a fracasar en una película que ya hemos visto bastantes veces. Un rival mejor aclimatado a las circunstancias sacaba provecho de los fallos del Real Valladolid y no sufría con los pocos aciertos blanquivioleta. Y eso es la Segunda División: el aprovechamiento de los fallos del rival. Es una categoría donde se producen muchos fallos, pero también en la que los jugadores y los equipos saben cómo aprovecharlos.
El Pucela sigue en Primera. Da la cara, vence y también suele convencer en casa frente a rivales con cierto fútbol, pero, en cambio, cada vez que sale de Valladolid es para echarse a temblar. Lo más anecdótico de esto es que los desastres suceden donde menos se esperaría, en casa del pobre. En cambio, podemos plantarnos en La Romareda, hacer un partido muy serio, y llevarnos la victoria sin mayor sobresalto.
Y es que, seguimos en Primera, y claro, ganamos a los de Primera; comemos bien del plato, pero que no nos lo tiren al suelo que no haremos el esfuerzo. Este gallo no se iguala con los pollos cuando la cosa se pone fea, y así, se transforma en un palomo cojo, que ni sabe andar ni echa a volar fuera de casa.