El Real Valladolid regresa veintidós años después al escenario donde consiguió un ascenso que estuvo marcado por el millar de aficionados blanquivioletas que acompañaron al equipo
Noventa minutos y una victoria en Palamós separaban al Real Valladolid de la temporada 1992/93 de la Primera División. El equipo dirigido por Felipe Mesones visitaba por primera vez en su historia la localidad de la Costa Brava, jugándose el ascenso por el que peleaba también el Racing de Santander.
El 20 de junio se ponía en juego la última jornada liguera y el Pucela necesitaba la victoria para asegurarse el regreso a la máxima categoría. Tanto en la grada como en el césped, máximo respeto y cordialidad. La afición blanquivioleta, que se desplazó en tren, mostró una pancarta en la que saludaban a los locales, mientras que sobre el tapete el alcalde de Palamós hacía entrega de una placa conmemorativa al alcalde vallisoletano.
Con el pitido inicial, los que eran amigos se convirtieron en rivales. Cada equipo, con su objetivo –y maletín– en la mente, jugó su partido. Once contra once; con un Pucela que jugaba con Lozano, Walter Lozano, Manolo García, Iván Rocha, Cuaresma, Castillo, Rachimov, Caminero, Amavisca, Roberto Martínez y Onésimo. Mientras, el cuadro catalán iba con Raúl, Horcajada, Manchado, Lima, Miljlz, Jori, Luis Martín, Orejuela, Hijdalgo, Vallina y Roberto.
La primera alegría para los visitantes llegó a los ocho minutos desde el punto de penalti, gracias al tanto de Iván Rocha. Carmona Méndez, colegiado del encuentro –muy criticado por los locales–, señaló la pena máxima en una acción aislada entre Roberto Martínez y Raúl. Onésimo tuvo que vivir el partido como un aficionado más desde el banquillo al ser sustituido por Javi Rey en el catorce debido a una entrada de Raúl minutos antes del gol blanquivioleta.
En esos instantes, a orillas del Pisuerga volvían a ser de Primera a pesar de que lejos de allí, en Santander, ya goleaban. Curiosamente, el Palamós buscó el empate que daba el ascenso al Racing hasta que lo encontró superados los veinte de partido. Fue mérito de los locales y demerito de un Pucela que perdió el esférico en el centro del campo, aprovechado por Roberto que envió desde la banda derecha un centro que envió Jordi Condom al fondo de la red, ante la pasividad de Caminero.
Setenta minutos y una victoria en Palamós separaban al Real Valladolid de Primera. Seguían dependiendo de sí mismos, de los once que estaban sobre el campo y de las cerca de mil gargantas que querían gritar un «somos de Primera». Fue entonces cuando Caminero quiso pedir perdón dando lugar a la jugada que provocaría el segundo tanto. El defensa, tras una pared, se coló en el área con la mente puesta en la portería hasta que Horcajada le derribó. Iván Rocha, al filo del descanso, volvió a adelantar a los suyos desde los once metros haciendo uso de su serenidad y su potente zurda.
La ventaja era mínima pero la renta no se podía perder y por ese motivo, el Valladolid se hizo dueño y señor del partido, aunque las oportunidades fueron para el conjunto catalán que a punto estuvo de complicarle la vida. Ángel Lozano y Eduardo Vílchez, con pasado blanquivioleta, fueron los protagonistas de una jugada que pudo cambiar el desenlace de aquella temporada. Lozano salvó a los pucelanos en los minutos finales, atajando un disparo de falta directa de Vílchez que se colaba por la escuadra. El Palamós buscó la igualada hasta el final, con un disparo desde los 40 metros, pero el ángel del partido se apellidaba Lozano.
Carmona Méndez añadió cinco minutos de añadido, los mismos puntos que separaban al Real Valladolid del líder, el Lleida, y que le permitían regresar a Primera. El encuentro en Santander había concluido y con el empate a puntos, el Pucela debía mantener la victoria para que, con el golaveraje a su favor, obtuviera la segunda posición. Con el pitido final, las lágrimas de emoción y los gritos de alegría se trasladaron al terreno de juego donde jugadores y afición se fundieron en abrazos.
Novecientos blanquivioletas en el tren del ascenso
Más de un millar de vallisoletanos cogieron un tren el día anterior, diecinueve de junio de 1993, en la Estación del Campo Grande para acompañar al equipo en el último encuentro de Liga que debía disputar ante el Palamós. Veintidós años después, algunos de esos viajeros que coparon ese tren, recuerdan el viaje de ida en el que estaban en Segunda y el de vuelta, ya en Primera.
Fernando Sanz acababa de cumplir diecisiete años cuando decidió comprar el billete de tren al ascenso. Recuerda que el ambiente era espectacular, el tren era un cántico continuo aunque también se veían caras de preocupación entre los vallisoletanos. «Podía ser un viaje para el recuerdo por el ascenso», expone, «o tener que vivir otra temporada más en el infierno». Ya en tierras catalanas, comenta que no había ninguna calle por la que no se asomara una bandera o bufanda del Real Valladolid, sensación que desde entonces no ha vuelto a vivir.
En el estadio, el ambiente continuó siendo buenísimo a pesar de las caras de tensión de la gente con el paso de los minutos y un marcador tan apretado. Cuando se escuchó el pitido final, con la explosión de felicidad invadieron el campo. «Nada más saltar, al primero que vi fue a Rachimov pero de repente, tenía a Iván Rocha sobre mis hombros», cuenta emocionado el tiempo en el que la afición se había vuelto loca mientras algunos se abrazaban, otros cantaban y otros, simplemente, lloraban de alegría. El viaje de vuelta fue mucho más tranquilo, se escuchaba muy poco ruido en el tren, pues toda la gente se fue a dormir y a soñar con un Pucela de nuevo en Primera que se acababa de hacer realidad.
Jorge González Prieto tenía once años y aquel fue su primer viaje acompañando al Pucela. De la mano de su abuelo llegaron a Girona y allí les recogieron autobuses que llevaban por destino Palamós. «Me bañé en la playa hasta aburrirme y casi encallado llegué al estadio», rememora con nostalgia Jorge de los prolegómenos al partido.
Desde el césped y desde la estatura de un niño, vio a la afición blanquivioleta cogiendo a jugadores y gritando de emoción. Poco después, en las calles de la localidad todo era una fiesta gracias al título liguero conseguido por el Barça en el último suspiro. En el regreso a casa, donde esperaba su padre, pararon en Burgos y se ‘aprovechó’ para dedicar unos cuantos cánticos después de su descenso a Segunda.
Al día siguiente, Jorge iría al colegio tras haber vivido en primera persona uno de los ascensos con mayor significado para él. Veintidós años después, el suelo que pisó por primera vez siendo un niño se convirtió en hogar. «He trabajado hace cuatro años en Palamós, pasaba delante del estadio y cada día revivía esas imágenes que aún me quedan en la memoria».
Javier González lo vivió desde otra perspectiva, enviado especial de El Norte de Castilla junto al fotógrafo Ramón Gómez. Ambos hicieron el viaje en avión, desde Madrid hasta Barcelona primero y luego en coche alquilado hasta Playa de Aro, donde se alojaron en el mismo hotel que el equipo. El ambiente allí, recuerda, era de nerviosismo antes del partido y de gran alegría tras el ascenso.
Y es que para él, como para cualquier aficionado blanquivioleta, se le hizo largo un partido «complicado» porque «los jugadores del Palamós estaban primados», pero que. para fortuna pucelana, surgió la figura de Carmona Méndez, el árbitro extremeño, que pitó a favor dos penalties que no fueron.
Con la perspectiva del tiempo, relata varias anécdotas graciosas de la noche en la que Valladolid volvió a la máxima categoría. «Conseguido el ascenso, a Deliciano Rueda –directivo-delegado del Promesas– le tiraron los jugadores a la piscina vestido y con dinero en el bolsillo». Además, explica que ese mismo día el Barcelona ganó la Liga y que la gente, al verles por las calles de la Playa de Aro con un coche de matrícula de Madrid quisieron «torearles» con banderas del Barça. «Bajamos las ventanillas, les dijimos que éramos de Valladolid y acabábamos de ascender a Primera y nos felicitaron», finaliza.
El ascenso llegó a través de la radio
que ascendió en Palamós || Foto: AS
Ricardo Iglesias representa a los aficionados que, por diversos motivos, no pudieron participar en el famoso tren del ascenso. Entonces tenía diecinueve años, cursaba primero de derecho y los exámenes finales le obligaron a seguir el partido por la radio. «Aquellas dos horas de agonía de radio, porque entonces la mayoría del fútbol de fin de semana era de radio, no las olvidaré nunca».
Como tantos otros, que hasta ese momento solo habían conocido al Pucela en Primera, vivió su primera temporada en la Segunda División y reconoce que fue una campaña rara en la que no se comenzó bien, desencadenando la cesión a Boronat a las pocas jornadas de Liga porque el equipo no funcionaba. «Y entonces, se trajo a un viejo conocido y curtido en diversas lides como Felipe Mesones», explica, «y aunque con algunos vaivenes, nos situó en la última jornada a un paso de primera, puesto que el Lérida en el que jugaba otro viejo amigo como Mauro Ravnic, era ya inalcanzable».
Desde Valladolid, a pesar de no situar Palamós en el mapa, sabían que el equipo catalán no se jugaba nada. «Salvo primas, especialmente, cántabras, seguramente no iba a oponer demasiada resistencia», presuponía. Nada más lejos de aquello. Recuerda vivir el partido con la radio puesta, con los apuntes de Derecho Romano, y de pie porque los nervios le podían.
Agonía que con el gol del Palamós «estrechó los corazones de todos», acompañado por el aviso de un exblanquivioleta como Vílchez que avisó a algunos de sus compañeros con un “lo vais a pasar mal”. Con el pitido final, la agonía se esfumó y la alegría comenzó a repartir abrazos. «Solo lo más viejos del lugar habían vivido la felicidad de un ascenso del Real Valladolid, con las posteriores celebraciones en una ciudad y una afición poco acostumbradas a celebrar nada».
Y esta vez, el Pucela lo hizo con jugadores como Caminero, Amavisca, Onésimo, o el propio Dr. López Moreno. Y otros ilustres en el banquillo como un jovencísimo César Sánchez, dos centrocampistas que le encantaban como Castillo y Javi Rey, y algunos que ya formaban parte de las categorías inferiores que estuvieron en Palamós como uno más de la afición como Rubén Baraja. Para él, y para muchos de su generación, aquel ascenso de Palamós fue único porque fue el primero y ya se sabe que «todo lo primero es difícil de olvidar».