El Real Valladolid encadena victorias consecutivas con una esperanzadora naturalidad. La gripe de finales de 2014 parece haber quedado atrás

Los grandes regresos son los que se hacen en silencio, levantando la voz cuando ya estás arriba. El Pucela, como Michael Keaton, ha vuelto por sus fueros, pero con más brillo y seguridad que antes.
Keaton, aquel Batman de 1989 que marcó a toda una generación, ha revolucionado el mundo del cine veinticinco años después con una memorable interpretación en ‘Birdman’. Frenético, desenfadado, delirante. Preocupado por ser el mejor. Ser relevante. En su desordenado mundo sólo existía él y su ambición.
El Real Valladolid es algo parecido. Da la impresión de no haber estado presente en su propia vida durante los últimos meses, pero desde verano tiene claro que su objetivo es regresar. Como Keaton en ‘Birdman’, el Pucela ha tenido una etapa delirante en busca de su éxito. Sin embargo, la serenidad empujó a la locura y se sentó en la barra del bar a esperar un trago que, parece, ha llegado.
Rubi apostó por un esquema que funcionó y lo mantuvo durante dos partidos. Ante el Alavés, una de las figuras se cayó del once por sanción, pero el técnico modificó el dibujo y adaptó sus piezas al mismo.
Se renunció al trivote en beneficio de la figura del delantero, esa pieza que sonaba lejana en nuestra memoria. Pereira, debutante, cumplió con creces. El rival ayudó con una defensa adelantada. Mi amigo Iñaki Angulo ya me advirtió que los planteamientos de Alberto no brillan por su lógica.
Ni siquiera las dudas tienen tiempo para derribar la puerta del Pucela. El 1-0 ya no es un resultado con el que conformarse. Lo demostró Óscar a falta de cuarto de hora. Se dejó ver por la derecha, en una posición que no es la suya, tomándose varios segundos para darle sentido a la escena. Vio la jugada atascada y se acercó allí como la madre que encuentra ese pantalón tuyo cuando tú creías haberlo perdido. Óscar llevó el balón al suelo, bailó sobre él, pidió permiso para abrir hueco y acabó sirviéndole el gol en bandeja a un Mojica que no para de crecer.
Mojica es el Edward Norton de ‘Birdman’. Explota al máximo sus apariciones. Las convierte en una intensa y deliciosa sucesión de instantes. Un secundario de lujo dentro de un elenco de figuras que sonaban extrañas al principio, pero que van cogiendo forma hasta convencernos a todos. O a casi todos, porque en la Tribuna Oeste del José Zorrilla sigue habiendo gente que lo único que pide es presionar y correr mucho, como si el fútbol fuese de atletas –ánimo, Guardiola– y el balón no existiera. Pero ese es otro cantar. Lo bueno es que ya llueve menos.