El Real Valladolid comenzó a imponer su dominio sobre las espaldas descubiertas de la línea defensiva alavesa; cuando el encuentro se equilibró, optó por regresar al sistema de tres mediocentros
Foto: Juan Postigo
La bipolaridad, patología, es considerada un mal psicológico que aturde porque descoloca. Tan pronto se luce una sonrisa afable como se zambulle en un estado depresivo del que parece no tener salida. En fútbol, ser bipolar constituye una característica que no tiene por qué cargar con la rémora de la disfunción. Incluso puede tratarse de una virtud. El Real Valladolid, a su medida, desliza durante sus partidos varias caras. La diferencia con los que perdía estriba en que todas están resultando ser positivas.
Ante el Alavés, Rubi tuvo que variar el sistema que le había brindado los dos mejores resultados y actuaciones de la temporada, basado en 1-4-3-3 en el que Óscar González ejercía de falso ‘9’, Leão de pivote central –ausente por cumplir ciclo de tarjetas-, Timor de interior llegador y Rubio de interior organizador –aunque ambos no se apostaban sobre ese único rol-. Volvía al dibujo 1-4-2-3-1, con el que perdía fiabilidad para dominar la franja ancha, pero en el que ganaba un delantero a la causa: Jonathan Pereira.
El debutante se movió entre líneas, bajó a recibir, descoló a sus pares y aportó verticalidad en los pases al espacio, que solían terminar en una carrera de Mojica. También, en varias conducciones por el carril central atemorizó al bloque defensivo del Alavés. A partir de su clarividencia para leer los movimientos de ruptura de Mojica, el Valladolid evolucionó en el partido a través del juego directo y del contragolpe.
Sin mayor preocupación por no hacerse con la posesión durante la primera mitad –aunque, en términos estadísticos si la poseyera durante más tiempo que el adversario-, los blanquivioletas encontraron en la presión en bloque medio del conjunto de Alberto López una escapatoria hacia el gol y el dominio. Así llegó el primer tanto del encuentro, obra del capitán Álvaro Rubio, asistido por Mojica. El Pucela había seleccionado la opción de correr, y hacer correr, para desubicar a los vitorianos y agigantar su fe.
El tanto marcó la transformación hacia un dominio diferente, en el que el papel de Álvaro Rubio, omnipresente tanto en labores de contención como en generación de juego, y de Timor, se arrogó más influjo. El Valladolid había pasado a habitar el territorio del Alavés y a anteponer la asociación sobre el contragolpe, aunque, en realidad, quisiera encontrar la confluencia de la horizontalidad y la verticalidad. Para lograrlo, el Valladolid buscaba dañar el lateral derecho del Alavés, donde Galán se veía desbordado por Mojica. La réplica visitante, que había reparado la compostura pese a todo, se circunscribió al fútbol directo, difuminado cuando se acercaba a tres cuartos.
Sastre para la calma
En el segundo tiempo, no obstante, el Alavés supo crecer para no verse asfixiado por el fútbol polifacético del Real Valladolid. Con las acciones de estrategia como eje estructural, los albiazules fueron inoculando dudas en un conjunto pucelano que no podía restablecer la superioridad, tantas veces fundamentada sobre una pelota que tampoco poseía porque surcaba más el aire que el verde.
Un remate de cabeza de Despotovic al palo precipitó el cambio de piezas de Rubi. El Valladolid, amnésico, necesitaba un grito que lo avivara. Así, fortificó el centro del campo con Sastre, en sustitución de Pereira, para volver al 1-4-3-3 con el que había encontrado el equilibrio el veintiuno de diciembre de 2014 frente al FC Barcelona B.
La premisa se ceñía en recobrar la posesión, no como medida de huida hacia adelante, sino como pócima para calmar el choque. Timor se ubicó como único pivote; Sastre, como libre; y Rubio, en multifunción. Aunque una sustitución menos celebrada como la de Omar -entró por Jeffren a 20’ del final- también contribuyó al cambio en la dirección positiva por sus intervenciones ofensivas en banda derecha.
Funcionó, en la medida en que cesaron los balones aéreos del Alavés y los blanquivioletas obtuvieron la segunda diana tras una jugada combinativa iniciada por Sastre, prolongada por Óscar y finalizada por Mojica. De esta forma, el Valladolid fue calculador; fue irrefrenable. Bailó con dos sistemas, recobró un rictus prevenido por el fútbol de estrategia del Alavés en el segundo tiempo, y se subió a la segunda posición de la clasificación. Confortado por contar con respuestas y por ser, a su manera, bipolar.