El salmantino volvió a brillar, esta vez en un estadio como La Romareda. Solo falta que Álex de la Iglesia se fije y nos regale un largometraje dedicado al mediapunta

El uno de enero se estrenó una película sobre Leo Messi. Podría ser de acción, por sus líos con Hacienda, o de intriga, por sus vómitos, pero tiene pinta de ser un casposo homenaje a un futbolista que lleva dos años viviendo de las rentas. No de la declaración de la renta, que con esa parece andar algo peleado, sino de la renta que te deja un glorioso pasado.
El director de la cinta es Álex de la Iglesia. Sus películas suelen tener un comienzo pomposo para luego acabar diluyéndose sin excesivos adornos. Quizá por eso decidió hacer un largometraje sobre Leo Messi. En él salen Valdano y Segurola, entre otros. Crean el mismo rechazo que Mario Casas y Fran Perea, pero hablan mejor. Especialmente el argentino, que un día dijo ser madridista y muchos lo creyeron. La magia de la Navidad.
El pasado domingo, viendo el Real Zaragoza – Real Valladolid, me vino a la mente el tema de la película y pensé que Óscar González debería tener la suya propia. Que fuera una, no una saga, que luego pasa como con ‘El Hobbit’, que de una trilogía te sobran dos películas y media.
El guión sería el de un hombre que renace de las cenizas que vertieron sobre él. Que resucita de una muerte inexistente. Una muerte ficticia, dibujada por otros, no real. Lo mataron con el verbo mientras él guardaba paciente su momento. Le quitó la pala al enterrador y rugió como Mufasa instantes antes de morir a manos de su hermano. Pero Óscar no cayó al vacío. Los que cayeron fueron otros. Y bien escondidos están ahora.
2014 lo empezó escorado a la izquierda, buscando, a ciegas, un sitio que no quería encontrar. Un año después, su versión vuelve a ser la del mediapunta que aporta dentro y fuera del área, que está y aparece. El enganche perfecto. Genera y finaliza. Es capaz de adoptar un rol principal o brillar sin hacer ruido, como Ryan Gosling en ‘Crazy, Stupid, Love’.
Al Barcelona B lo desnudó con la misma intensidad con la que se desviste una pareja en medio de una noche ardiente. Y en Zaragoza, para arrancar el año con autoridad, decidió que el partido durase quince minutos. Y lo logró. Un polvo rápido, sin preliminares, pero con cigarrillo de después. La Romareda, anestesiada, guardaba silencio cada vez que Óscar tocaba el balón. Era una sensación de grandeza. Un absoluto dominio de la escena. Estremecedor. Porque el Real Zaragoza no es cualquier rival y La Romareda no es un estadio cualquiera, y menos en la Liga Adelante.
Fue, volviendo al principio, como una película de Álex de la Iglesia, aunque con una recta final más cuidada. Que el director lo vea, lo anote y vaya preparando la película, pero con Onésimo en lugar de Segurola y el silencio haciendo de Valdano.