Dos goles de Óscar dan la victoria al Real Valladolid en La Romareda, donde el equipo confirmó las buenas sensaciones dejadas ante el Barça B
Andaba el Real Valladolid, o al menos parte de su entorno, preocupado por recuperar al mejor Óscar; a ese al que que no se le veía el pelo desde hace dos años. Como uno difícilmente deja de ser bueno, seguía siéndolo, y resolviendo, pero ya lo dice el latinismo; nil satis nisi optimum. Nada es satisfactorio, excepto lo mejor.
Y eso es lo que Óscar es, el mejor. Nadie como él en su posición, en la categoría, cuando se siente a gusto. Y ahora, de repente, después de mucho buscar y buscarse, lo está. Congratulémonos. Sí, en primera persona. El fútbol, los aficionados, estamos de enhorabuena.
La Romareda fue el notario fedatario de la anterior afirmación. Y tardó poco en rubricarlo, apenas dos minutos. Recogió un balón junto a la línea que delimita el área, amagó con la cadera y definió con el interior.
Y al cuarto de hora hizo el cero a dos, desde una posición adelantada, que sin embargo no se pudo cobrar como fuera de juego dado que el esférico venía de un rival, de nuevo, con un toque sutil, este de punterita, que tropezó en el meta maño antes de acariciar la red.
Pero su partido fue más. El paradigma del falso nueve, para ser exactos. A veces, estuvo, pero, sobre todo, apareció. Fue un punta líquido, que ayudó a crear unas bastas superioridades en la zona ancha y en los costados, que provocó el desconcierto entre los centrales y facilitó que Jeffren y Mojica –principalmente este último– atacasen la espalda de los zagueros rivales tanto por dentro como por fuera.
La primera vez que Rubi repitió once se convirtió en un premio para aquellos que avasallaron al Barça B y, a la postre, en un total acierto, dado que el Real Valladolid volvió a dominar y manejar el balón, los tiempos y al rival a su antojo. Los maños intentaron combatir y contrarrestar su inferioridad en la parcela ancha, pero esta no solo fue numérica.
Timor jugó en la primera mitad sus mejores 45 minutos del curso, André Leão fue el perfecto ‘4’ del que todo nace y Álvaro Rubio, trabajador, aunque de nuevo liberado –que no libre–, impartió otra vez una clase de lectura y colocación; magistral, en ejecución y por su condición de catedrático del balón. El centro del campo, en definitiva, carburó como un coche alemán, sobrio, sereno.
Se cumplió aquella máxima del maestro Perarnau en la que hablaba de una noria por dentro y ventiladores por fuera. Leão, Rubio, Timor y Óscar rotaron su posición para facilitar la fluidez del juego, con la que colaboraba el dinamismo de las alas, especialmente de un Mojica que con sus carreras corta el viento, más que moverlo.
Volviendo a Óscar, ha sido, es y será el jugador estructural, y más con el modelo de juego que tanto éxito ha tenido en los dos encuentros. Es el culpable del buen hacer, porque por fin se ha activado. Su paso adelante ha sido un impulso; un paso atrás para arrancar con metros para sí.
Dicho de otro modo: ha supuesto una liberación que le permite tener una zona de influencia mayor, por espacio y ocupación. No está, llega. Nadie le entorpece, le acompañan o le escoltan. Por eso luce. Con ese lucimiento, crecen exponencialmente él y el equipo, que, a la vez, ha mejorado aquello en algo que fallaba, el repliegue, gracias al hecho de contar con un hombre más si no por detrás del balón, al menos en línea.
Esta riqueza se vio en La Romareda principalmente durante la primera mitad. En ella, Javi Varas se vio obligado a repeler un par de intentonas zaragocistas. En la segunda, casi no apareció, porque estos automatismos adquiridos tienen otra gran ventaja, y es que el fútbol control espanta monstruos. Si tienes el balón, diría Pep, evitas que lo tenga el rival, lo que viene a ser la mejor defensa de todas.
Por acabar como empezamos, hablando sobre Óscar y su magia: siempre estuvo, aunque no siempre visible. Por eso las críticas y las exigencias pasadas. Porque nil satis nisi optimum. Ahora que la luz ha dejado de parpadear es destello. Reactivado él, el Pucela crece. Y mira, seguro de sí mismo, por fin, al ansiado ascenso.