Rubi repitió once por primera vez en la temporada para premiar el fabuloso rendimiento del 1-4-3-3 ante el FC Barcelona; en Zaragoza volvió a demostrar la idoneidad de alinear a tres mediocentros
Foto: Real Valladolid
Explicaba Rubi al terminar el partido que la decisión de repetir en Zaragoza el mismo esquema que empleó en la goleada sobre el FC Barcelona respondía a un premio por el partido realizado, pero que, regado de matices, podía adaptarse a las necesidades que requería el encuentro ante el conjunto del serbio Popovic.
Explicaba Rubi que, pese a volver a emitir una imagen de conjunto solvente, robusto, moldeado como un aspirante indubitable al ascenso directo, cada partido es una historia. En el fondo de la cuestión, el técnico del Real Valladolid es conocedor de que ha encontrado un sistema de juego que acoge a todos –o casi, pues Óscar Díaz no ha jugado ni un minuto en los dos últimos choques–, pero que, por encima de lo anterior, proporciona un espacio para el desarrollo de sus tres mediocentros principales: Álvaro Rubio, André Leão y David Timor. Y para el de su mejor futbolista.
Por vez primera en el curso, Rubi repitió un once. Leão, como jugador más cercano a los dos centrales; Timor, como principal figura en la organización del juego y en la generación de amplitud gracias a sus desplazamientos en largo, llegador, pero atento al robo; y Rubio, engranaje para perpetuar las fases de juego asociativo, colaborativo en las ayudas defensivas en las progresiones de los jugadores abiertos y presionante en la salida de balón rival. Equilibrio, el que Rubi añoraba, máxime tras la debacle sufrida en Leganés. Ahora, ve al Valladolid compacto en ambas fases del juego, lo que le ha conferido mayor fortaleza defensiva y, en ataque, mayor claridad en la posesión y sagacidad en tres cuartos. Y, en este último punto, entra Óscar González.
El mediapunta ha encontrado en su posición como falso ‘9’, escoltado por un futbolista de banda más abierto –Mojica-– y otro más tendente al fuera-dentro –Jeffren— un ecosistema propicio para rescatar las cualidades que le han permitido ser considerado como el jugador con más talento de la plantilla.
Al ser móvil y huir de la rigidez del punta nato, desciende metros para abrir espacios, atacados por el imponente físico de Mojica y por sus propios pases interiores; alimenta superioridades por dentro, entre centrales y medios rivales, gracias a sus conexiones con uno de los tres mediocentros que lo ‘visita’ –ante el Zaragoza, Timor desempeñó, sobre todo en los treinta minutos de claro dominio, ese rol–; y llega con facilidad a zonas de remate, una vez ha confundido a sus marcajes.
En La Romareda, fue autor de un doblete que lo eleva como máximo artillero del Real Valladolid, con ocho tantos, pero su trabajo en el tándem desplegado con Mojica en el primer tiempo pudo haber infligido más dolor a la defensa blanquilla. La primera superioridad se ganó por dentro, donde tres volantes hacían más que dos –Ruiz de Galarreta y Dorca-; la segunda, al encontrar a González; y la tercera, al atacar el desborde de Mojica sobre Fernández, en el carril izquierdo.
El periodo más radiante en el despliegue del 1-4-3-3 lo experimentó el Real Valladolid durante los treinta primeros minutos de partido. A partir de entonces, Popovic tomó la decisión de equilibrar, aun numéricamente, fuerzas en franja ancha. Así, dio entrada al terreno de juego a Basha, centrocampista, por Álamo, extremo.
De este modo, Ruiz de Galarreta se acercaba a Bastón, delantero, y podía disputar la posesión al Real Valladolid y poblar campo rival. Hasta el descanso, el Zaragoza dispuso de varios centros laterales que pusieron en peligro el marcador y de una jugada en la que reclamaron penalti por agarrón a Ruiz de Galarreta.
Sin embargo, tras el tiempo de vestuarios, los blanquivioletas supieron lidiar con un contexto en el que el Zaragoza debía exigirles respuestas. Ni los jugadores de Popovic lograron desmontar el estado de tranquilo dominio blanquivioleta ni el Real Valladolid avivó la ola ofensiva.
Contemporizó, controló todos los factores que podían alborotarlo y, tanto con pelota, como sin ella, domesticó cualquier tipo de reacción del Zaragoza. Y completó, de esta manera, su partido más serio de la campaña. Con un sistema que sonrió a las deficiencias que había arrastrado.