El Real Valladolid roba la Navidad a un inocente y bisoño Barça B, que fue avasallado en el mejor partido de la temporada del conjunto que dirige Rubi
La Navidad ya es en El Corte Inglés desde hace aproximadamente un mes. Desde octubre, en el Mercadona.
El año próximo es probable que los chinos de mi barrio la adelanten la semana siguiente a San Valentín. Si no es así, será porque poco después es Carnaval, y, bueno, porque Pucela es ciudad de bien, y eso de mezclar el nacimiento del Niño con la muerte del Hombre, pues mira, no.
Lo confieso: nunca me ha gustado la Navidad. Ni siquiera cuando era un crío. Ni les cuento ya ahora que soy mayor, tan mayor que mis vecinos me llaman «señor» cuando vienen a la puerta de casa a pedirme que les devuelva el balón encajado en mi patio; siempre inexistente –de verdad–.
Supongo que es cuestión de tiempo que deje de preceder de un «atención, SPOILER» a la siguiente afirmación: niños, los Reyes Magos son los padres. Ya, sí. Menudo hijoputa, pensarán. Es cuestión de tiempo, supongo, y de ello me he dado cuenta al ver al Real Valladolid gritárselo a la cara al filial del Fútbol Club Barcelona.
El Pucela fue El Grinch, y eso mola. Y, dicho esto, no les pasaré a hablar de la película porque no la he visto, aunque entiendo que debe tener su gracia, como todas aquellas que protagoniza Jim Carrey –bueno, a decir verdad, todas menos esa burda imitación de ‘La ventana secreta’ llamada ‘El número 23’–. Tampoco les hablaré del cuento, porque no me he leído ninguno. La mayor referencia que tengo del personaje proviene de esa enciclopedia que es ‘Los Simpsons’.
Decía; el Real Valladolid arruinó la Navidad al Barça B, y de qué forma. Se la robó como le roba el corazón Raphael a mi madre con cada ‘tamborilero’. O peor aún, con saña, como Raphael roba horas de vida a Enrique Bunbury y el resto de excomponentes de Héroes del Silencio cada vez que le da por versionar ‘Maldito duende’; a cuchilladas, lo mismo da en el costado o en el corazón.
Maldito duende El Grinch, cuando pudo ser maldito duende Halilovic, hijo de un ex del Pucela e imitador en la conducción de Leo Messi. El croata y Adama amenazaron con amenazar la puerta de Varas en el primer tercio de la primera mitad, pero luego no. Fue como ese niño que niega la palabra al abuelo y después cae rendido al ver la propina.
Solo que los de Rubi no estaban para darla. Lo querían todo para sí. Para Óscar, a ser posible. Y vaya, que, como para no, si cuando quiere ‘El Mago’ es eso, mágico. Y si había que ponerse a hablar de conducir el balón con maestría, ya estaba él allí para decir a los chavales que fin del partido –¿recuerdan?–, y ya de paso volver a sonreír, que tocaba.
Ayudó, y mucho, el contexto creado por su técnico para su lucimiento. Para el global, en realidad, pero vaya, ya me entienden. Después de mucho –o eso dice la memoria, siempre selectiva–, volvían a jugar los extremos a pie natural. Y por primera vez en lo que va de curso, salían tres de inicio en la media.
Estirando el campo a lo ancho y a lo largo, Jeffren y Mojica abrieron espacios para que Óscar campara a sus anchas. Como referencia, falsa, siempre se encontró con uno de los dos abierto cuando debía estarlo y cerrado cuando también. Arrancando desde atrás llegó, y no estuvo, como sus compañeros de la media, cosa importante en esto del fútbol. ¡Si hasta casi marca Rubio!
Fue él, el ‘diez’, quien más chilló para que los pequeños que tenía alrededor se dieran por enterados de quién era él. Fue como si –niños, tapaos los ojos– el Papá Noel del Río Shopping gritase a los cuatro vientos «¡me llamo Alfredo, la barba pica y no soy gordo!»; un drama difícil de evitar por algo que podríamos ilustras del siguiente modo: cuando Óscar dispara mientras juega a encender y apagar la luz, a veces acierta y otras no; cuando la enciende y dispara, siempre atina.
No solo Óscar
Desde hace algunos años, quien escribe escucha a Michael Bublé. O lo escuchaba, al menos. Fue enamorarse, y… Tras su fachada de tío chulo se escondía, y se esconde, un gran cantante. Quería ser el nuevo Frank Sinatra, pero luego se casó con la rubia de ‘Rebelde Way’, le dio por cantar en un especial de Navidad con Justin Bieber… ¿Cómo no odiar la Navidad?
Si volviera a ser niño, quizá seguiría odiándola; volvería a odiarla. ¿O es que nadie más ha reparado en que Mojica va a hacer de Rey Baltasar después de ser (parte de) El Grinch? Es que no puede ser, chico. ¿Cómo carallo va a poner el señor alcalde al colombiano a repartir caramelos a los pequeños de la ciudad después de lo que hizo con los de la Ciudad Condal?
Bien visto, es su trabajo. Lo de hacer daño a las defensas rivales, digo. Lo otro, pues ya veremos. Lo mismo llega el día de la cabalgata, le da por acelerar y dejar atrás a Melchor y Gaspar y hacer una vuelta rápida que ni Ferrari en sus buenos tiempos. Como no le cuenten de qué va la feria, que el que parpadee se pierde al rey negro lo saben hasta en Rabat.
Matices de ‘mago’ y matices de ‘correcaminos’ tuvo Jeffren, su acompañante en vanguardia. Corrió que se las peló, también, y su calidad fue determinante para crear peligro en cantidades industriales. Y, decíamos, Rubio pisó área como no hacía desde que el hombre pisó la Luna. Y Timor y Leão volvieron a lucir, y la defensa a lucirse. Y Bergdich a marcar… Si Valladolid fuera Springfield, todo habría salido a pedir de Milhouse.
Uno tras otro fueron cayendo los goles hasta los siete finales. La grada hizo la ola, siguió los bufandeos propuestos por ese ente llamado videomarcador y gritó «Pucela, Pucela» aventurando una Navidad que, a falta de dulce –bien por quien la tenga–, será plácida, blanca y violeta, después del mejor partido en lo que va de curso del Real Valladolid.