El Real Valladolid desarrolla una segunda mitad de superioridad sobre el Elche y de una clarividencia en el fútbol ofensivo infrecuente en el primer tercio de campeonato

Derrotas hay como relaciones y personas. Infames, caprichosas, dulces, dolorosas, esperanzadoras, tibias, despreciables, dulces y envidiables. El Real Valladolid cayó eliminado en dieciseisavos de Copa del Rey ante el Elche después de culminar la segunda mitad, en concreto media hora, de mayor clarividencia en la creación de fútbol ofensivo, después de desentrañar los puntos frágiles de un Elche que solo fue superior al Valladolid en el cómputo global del cruce durante los primeros 20 minutos de encuentro.
El comienzo suena positivo, como si los blanquivioletas no se encontraran en una situación preocupante. La realidad, sin embargo, alumbra a un Pucela impotente de cara al gol, inconsistente y carente de periodos prolongados de buen fútbol. Al que el propósito final del fútbol se le resiste. Pero, en Elche, Rubi salió complacido, portador de un semblante que difería del lucido en anteriores derrotas o resultados insatisfactorios.
¿Por qué?
Porque el Valladolid, en su opinión, tomó el camino correcto para empezar a hacer las cosas bien y recuperar el tiempo y los puntos perdidos. Fue en Copa, en un partido entre semana, en el que los blanquivioletas desarrollaron un fútbol que sirvió para dignificar la eliminación y cambiar el cariz que había adquirido el encuentro en los primeros instantes. Estuvieron dominados por un Elche acertadamente colocado sobre el terreno de juego, más junto en la presión que en la ida y riguroso en los movimientos para cerrar líneas de pase en la fase de iniciación de los visitantes, personificada sobre todo en Chus, Samuel y Carmona -menos por el debutante Brian, a gran altura-.
Los franjiverdes, dispuestos en defensa con una primera línea de presión de dos delanteros -Jonathas y Herrera-, una línea de cuatro volantes y otra de cuatro defensores, aprendieron la lección del Nuevo José Zorrilla: no permitir espacios entre líneas para que el Valladolid logre conectar con sus tres mediapuntas. Y lo consiguieron casi de manera perfecta, alentados por los propios errores en las entregas de los pucelanos.
A pesar de la buena salida ilicitana, el Valladolid fue, paulatinamente, equilibrando las fuerzas, ganando balones divididos y evitando que la verticalidad del oponente siguiera haciendo daño. Con todo, apenas dispuso de una ocasión clara de gol, obra de Díaz al recoger un pase aéreo de Timor y lanzar la pelota por encima de la portería de Tyton.
El despertar de los mediapuntas
Foto: Real Valladolid
En el segundo tiempo, el Valladolid dio un giro de 180 grados. Álvaro Rubio sustituyó tras el descanso a Sastre, como pareja de Timor en la zona ancha; Jeffren se desempeñaba por la banda derecha, para dejar a Óscar Díaz la zona de referencia; y a Omar el carril del ’10’, mientras que Bergdich trabajaba en el flanco zurdo, en un ejercicio donde se experimentaron menos permutas de lo habitual.
Las ocasiones, entonces, empezaron a caer; la profundidad, a llegar; Jeffren, a despertar; y Omar, a fallar, a pesar de que protagonizó algunas acciones positivas en el pasillo central. El canario tuvo, solo ante Tyton, la mejor oportunidad del partido, que desperdició como metáfora de un Valladolid oscurecido cuando tiene que definir el trabajo previo.
Desde las jugadas de estrategia, también, arañó el dichoso gol; pero el encuentro se encaminó hacia el tramo final, en el que Rubi dio entrada a Mojica por un Jeffren que estaba creando peligro desde su sector de influencia; y a Óscar González por el debutante Brian -para ubicar al cafetero en el carril izquierdo y sumar un jugador más de ataque-. El nuevo trazado no mejoró lo anterior, aunque el Valladolid tuvo dos balones para empatar y poder, así, cruzarse con el FC Barcelona en octavos de final de Copa.
Lo que sucedió fue otra derrota. Quizá, de distinto sabor a las anteriores. Al menos, así se reflejó en el semblante de Rubi.