Una mediocre primera mitad y un montón de ocasiones desperdiciadas en la segunda despiertan al Real Valladolid del sueño copero de recibir al FC Barcelona en la siguiente ronda
«A caras va el que tira», gritan en mi pueblo cuando en Semana Santa se reúnen unos cuantos mozos para tirar las chapas al aire y jugarse unas pocas ‘perras’. Tan incierto como el resultado de esa tirada es conocer que Real Valladolid nos vamos a encontrar en cada momento. Y el partido del Martínez Valero fue una demostración perfecta.
Cuando durante los días pasados la ciudad tenía en mente una posible vendetta ante el conjunto con el que más hemos rivalizado en los últimos años, los futbolistas salieron al campo sin garra, sin carácter, sin esa pasión que los vallisoletanos de a pie les habían transmitido.
Demasiado cómodos fueron los primeros 45 minutos para el equipo local, que a duras penas rompió a sudar, pero al que le valió para lograr el único tanto del choque, obra de Adrián González, que con un potente chut desde la frontal sorprendió a Dani por el primer palo. Chut que el colegiado debió invalidar por un fuera de juego anterior.
Rubi salió de inicio con los laterales del filial: Carmona –que está para cometidos mayores– y Brian –que para nada desentonó–. Sastre y Timor formaron un doble pivote que perdió infinidad de balones, que creaban las contras más peligrosas de los ilicitanos. Los cuatro de arriba —Bergdich, Omar, Jeffren y Óscar Díaz-– rotaban sus posiciones tan contínuamente que ni sus compañeros acertaban a ubicarles. Alguno dejó constancia en estos minutos de porqué Rubi ha perdido la confianza.
Pronto volvió Dani a recordarnos tiempos pasados con una salida en falso en un saque de esquina, que cerca estuvo de ser el segundo. Carmona y Brian estiraban al equipo por fuera, pero por dentro el dinamismo brillaba por su ausencia. A veces suele pasar que quieras y no puedas; lo peor es cuando ni siquiera se quiere.
Al descanso se llegó con dos remates de Óscar Díaz, uno muy desviado después de otra llegada de Carmona, y otro de falta directa a las manos de Tyton, que agradeció el detalle del delantero madrileño, pero él ya había calentado.
Sin embargo, en el juego de las chapas, existe la preciosa figura de «el baratero». Ese que anima el cotarro y que no deja que la fiesta decaiga. Salió Álvaro Rubio, se enfundó el brazalete de capitán, que llevaba Chus, y empezó a dirigir el partido a su antojo.
Nada más comenzar la segunda mitad ya se pudo comprobar que si el Real Valladolid había elegido ir a caras, la suerte le podía acompañar. Solamente había cambiado un detalle, ese que hace que uno pase a parecer un futbolista profesional cuando antes había simulado estar retirado hace varios años: la actitud.

Bergdich puso el balón a Óscar Díaz en la cabeza para lo que acomodara plácidamente en la red de Tyton, que no estaba por la labor. El Valladolid parecía otro. Este equipo se tiene que hacer mirar lo de la doble personalidad. Expuso, a la siguiente jugada, el manual del contragolpe. Una cabalgada excelsa de Jeffren que dejaba solo a Omar ante Tyton. Al tinerfeño le faltó algo para terminar con éxito la jugada. No sé, ambición, quizás. Quizás ser el protagonista positivo le abrumaba.
Después la tendría Timor de cabeza en el primer palo, luego Chus también de cabeza y, de nuevo, otra vez el ’22’ con un lanzamiento directo de falta. El azar no permitía que salieran las ansiadas caras en las chapas pucelanas, pero había que continuar. La actitud era buena, el juego dinámico y lo estábamos mascando. Estaba muy cerca de llegar.
El último arreón vino de la mano de Óscar González, que salió fresco y se asoció con Omar para buscar un hueco que aligerara la tarea a sus compañeros. Pero no llegó. Bergdich estaba demasiado adelantado cuando debía estar en línea y el propio Óscar remató incomprensiblemente alto un servicio de Omar.
En esta ocasión sí fue querer y no poder. Dejar tantas cosas al azar es lo que tiene, que nadie te asegura que vaya a salir bien. Hay que reconocer un cambio de actitud tras el descanso, que deja sin premio a un Real Valladolid, infinitamente superior en la segunda mitad, en la que no vimos a Dani, y que nos permitió ver en un único partido las dos caras de esta moneda blanquivioleta.