El conjunto blanquivioleta vuelve a perder el centro del campo, a mostrarse ineficiente en el último tercio y a evidenciar silencio ante la reacción a escenarios hostiles, imperfecciones a pulir por parte del equipo técnico de Rubi

Foto: Real Valladolid
El entrenador del Real Valladolid, Rubi, había estudiado durante la semana las cualidades de un Leganés tocado por las tres derrotas seguidas que había acumulado. Avisó de que el juego por bandas de los blanquiazules era peligroso y de que su verticalidad podía generar situaciones de incertidumbre en la transición defensiva blanquivioleta. El equipo no llegaba a Butarque con ideas de papel que flotaban como podía hacerlo cualquier microorganismo en el aire.
Pero, con la excepción del primer tiempo, en el que supo sobreponerse a un arranque vertiginoso del Leganés, el Real Valladolid no plasmó ni uno de los conceptos reforzados durante la semana, ni pudo desempeñar su idea de juego en un contexto hostil. Antes de caer en el estrépito más sonado del curso, alimentado por una actuación más que notable del conjunto de Asier Garitano, los blanquivioleta dibujaron un fútbol con trazos del desplegado en la Nova Creu Alta.
No desdeñó el fútbol asociativo que nacía en las botas de Javi Varas, continuaba por los laterales a la altura de los mediocentros o, en caso de presión exterior por parte de los futbolistas blanquiazules, seguía por los mediocentros pucelanos -pareja formada, esta ocasión, por André y Sastre-, de nuevo, anclados en un papel secundario que no está beneficiando a la evolución del Valladolid.
La realidad es que, a pesar de una presión incansable del Leganés para ensuciar la salida raseada de los castellanos, estos salían airosos y lograron establecer la posesión en campo rival durante fases alargadas del primer periodo. De hecho, incluso generaron varias ocasiones de gol muy claras, dos de ellas personificadas en Jeffren, quien erró de manera casi imperdonable delante de Serantes. Así, los pucelanos volvían a incurrir en el defecto manifiesto que floreció de la lesión de Roger: la carencia de efectividad en el gol, evidenciada en los últimos cuatro partidos en los que solo han podido transformar uno, inválido para sumar.
La fase ofensiva del Valladolid, aunque terminara en errores en el último tercio, inyectaba una cierta tranquilidad a sus futbolistas y ayudó a contener el juego directo del Leganés -aunque cuando pisaba el área de Varas lo hacía con peligro-. Bergdich, apostado en la banda derecha, con su perenne tendencia interior, iniciaba la mayoría de acciones ofensivas que finalizaban en pases interiores hacia Jeffren, móvil entre centrales. Por otro lado, Mojica, que había formado de inicio como lateral zurdo, acompañado en banda por Díaz, apenas había podido superar al lateral Postigo. Y Óscar, en el enganche, no imponía su talento para crear ventajas. Sin embargo, los blanquivioletas empezaron a desvelar algunas complicaciones en el repliegue que facilitaron, cuando el ‘Lega’ pudo, la progresión de los jugadores de Garitano hacia la zona de influencia del guardameta sevillano.
El equipo que mejor jugó
Fue la segunda mitad la que revolvió todo el esquema preestablecido por Rubi, la que desató y maximizó los defectos, la que nutrió las preocupaciones hasta sacarlas, incluso, del contexto de la competición. Durante los segundos 45 minutos, los pucelanos fueron completamente anulados por el Leganés. El extremo Álvaro García, por la izquierda, se descubría como un quebradero de cabeza para la zaga blanquivioleta y los mediocentros que acudían a la ayuda defensiva, y el trabajo de Velasco en banda opuesta impedía la reacción ofensiva del Valladolid.
El ‘Lega’ avisó con un disparo al poste y azuzó el cambio de piezas de Rubi. El preparador catalán dio entrada a Carlos Peña, a su posición natural, y adelantó a Mojica al extremo, con la voluntad de que el caleño creara situaciones de peligro donde antes no pudo hacerlo: más cerca del área, sin dejar detrás de sí una carrera desde posiciones retrasadas. Motivar el desborde y robustecer un carril en el que mandaba Velasco.
El cambio no dio sus frutos, porque el Leganés amplificó su voluntad de obtener el primer gol, cuestión de tiempo, y el Real Valladolid no descubría los resquicios para sobreponerse al arrobamiento ofensivo de los jugadores locales. Aculado en su área, apenas podía abandonarla y, cuando lo conseguía, perdía la pelota con facilidad. Sin mediocampo, solo, como paréntesis al buen juego de los pepineros, tuvo una oportunidad Bergdich en sus pies que no culminó al cometer falta sobre Mantovani una vez superado Serantes. Rubi, entonces, apostó por Álvaro Rubio para que implantara una calma en la creación de juego que había sido inexistente. En sustitución de Mojica, el Valladolid dio naturalidad a su dibujo con tres mediocentros, Bergdich en el extremo izquierdo, Jeffren en el derecho y Óscar González de referencia, pero no al partido.
Si el Valladolid quería despabilarse, debía tomar el rumbo de la medular, pero el Leganés, subido en una nube de fe, no disminuyó su ritmo y obtuvo un gol, por medio de Lázaro, que fue determinante. Tanto que, ni con la entrada de Guille por Herrero en el 77’, pudo reactivar a los blanquivioletas, desencajados y mudos.